En 1860 ya era un bodegón. Antonio Chao Vázquez fundó la hoy Adega Casa Chao en 1932, su hijo Francisco y dos de sus nietos continúan engrandeciendo su legado
14 feb 2010 . Actualizado a las 02:00 h.La viveirense Adega Casa Chao, que da a la calle Margarita Pardo de Cela y a la avenida de Galicia, impresiona ya antes de entrar. En la planta baja se encuentra el ultramarinos, especializado en conservas de pescado y vegetales, y donde estos días lucen las cacholas, los chorizos o los grelos del cocido. En medio hay unas escaleras que conducen a la bodega, donde el tiempo se detuvo hace décadas. La familia Chao atesora auténticas joyas, botellas únicas en el mundo, solicitadas incluso por el grupo francés Louis Vuitton-Moët Hennessy, líder mundial del mercado de vino de lujo.
El líquido más antiguo es un vino de Jérez datado en 1730 y las botellas de más solera son francesas, de 1884, con precinto de plomo. «Debían pertenecer ya a los otros señores que estaban aquí, porque antes venía mucho barco francés a cargar marisco vivo a la ría de Viveiro», explica Francisco Chao Puentes. «Mi padre [originario de Ourol] ya había heredado el inmueble con 12 años, luego se marchó a Cuba, volvió y cuando iba a estudiar a Madrid conoció a mi madre, [Regina Puentes Cao, de Muras] y se casó. En 1932 les compró el traspaso del ultramarinos a los hermanos José y Antonio Pérez Abadín», cuenta Francisco, que creció en la tienda, desde los nueve años. A los 20 falleció su progenitor y en 1960 se hizo cargo del negocio, junto a su hermano Antonio y a la madre. Antonio enfermó y la madre acabó dejando el comercio. Y desde hace años son Francisco y su mujer, Benigna Pino Montero, quienes regentan Adega Casa Chao, con la ayuda de sus hijos Francisco y Ángeles.
Mil referencias de coñac
Entre los fondos de Adega Casa Chao figuran hasta mil referencias distintas de coñac de reserva y botellas de casi todas las añadas de vinos gran reserva desde 1928 hasta hoy. Brandies y coñacs ganan con el tiempo, constata Francisco junior. «El secreto es no moverlos y mantenerlos sin variaciones de temperatura y con humedad estable», relata. Hay piezas exclusivas, de gran valor. «En Jérez van a montar el museo del brandy y tienen pensado alquilarnos botellas que ellos no tienen», destaca el hijo. «Dueños y segundos de bodegas jerezanas dicen que hay más historia aquí que en Jérez», corrobora el padre.
Coleccionistas de todo el mundo recurren a Adega Casa Chao en busca de tesoros que descubren por el boca a boca, de forma casual o a través de los foros en los que se mueve el más joven de esta saga. «Vendemos mucho a nivel nacional y desde hace seis o siete años también al extranjero, porque hay gente que quiere botellas únicas y donde las encuentra es aquí», dicen. Alemania, Italia, Holanda, Bélgica, Francia, Polonia, Japón, Estados Unidos, Dubai... «Salió una botella de ron cubano para que se la firmara Fidel Castro, porque tenían amistad. De Francia vinieron a buscar unas botellas de licor Chartreuse», cuentan.
Whisky japonés para Adriá
Hace un año Ferrán Adriá, el mejor cocinero del mundo, les pidió un whisky japonés. Toda la mercancía está inventariada y la mayor parte de las botellas conservan el sello del impuesto, con el precio original, y hasta la factura de compra, lo que revaloriza aún más el género en las casas de subastas.
En Adega Casa Chao venden, pero nunca han dejado de comprar «joyas» para agrandar aún más su patrimonio [el Klaus derribó parte del tejado de una nave donde almacenan bebidas y destrozó 4.000 botellas] y actualizarse. Chao Pino viajó hace poco a Australia -«fui a aprender, invitado por uno de los mejores sumillers, caté 110 vinos en siete días»- y ya piensa en una expedición a Sudáfrica, que conforma, junto con Australia y Sudamérica, la franja vinícola del sur, cada vez más valorada.
A Antonio Chao Vázquez, iniciador de esta dinastía de comerciantes, siempre le interesó «la botellería». A él y a su mujer atribuyen sus descendientes el mérito de haber puesto en marcha este negocio. De ellos -«y de mi hermano Antonio que era un súper relaciones públicas», subraya Chao Puentes- heredaron «las tres haches» de las que habla el más joven, «honradez, honestidad y humildad». Y el cariño en el trato al cliente.
El pequeño de los Chao se crió detrás del mostrador, ayudando a su abuela a embolsar la mercancía. Su padre, de quien dice sentirse «muy orgulloso», ha dedicado su vida al negocio, que abastece de víveres a barcos de Celeiro desde 1955. Guarda el libro de visita de Inspección de Trabajo, desde 1934; la cartilla de racionamiento; fotos con herederos de las mejores bodegas de España y decenas de obsequios, como una botella del albariño servido en la boda de los Príncipes de Asturias. Y siempre presente, una foto del padre, Chao Vázquez, «que tanto luchó y a quien le debemos todo».