El verdadero error de Will

David Gómez Rosa

A MARIÑA

03 may 2022 . Actualizado a las 20:15 h.

Todos sabemos lo que ocurrió en la última edición de la gala de los Oscar, o por lo menos lo que más trascendió. La agresión de Will Smith a Chris Rock por un chiste muy poco afortunado sobre la alopecia de su mujer, Jada Pinkett. No fue un simple bofetón, o una torta de broma entre amigos, sino un golpeo a mano abierta en la cara utilizando toda la inercia de su cuerpo para infringir el mayor daño posible. Tras esto, Will quiso reforzar su actuación profiriendo a voz en grito, ya desde su silla, improperios contra el humorista. Para colmo, su propia esposa, a la que no tenía por qué haber defendido, ya que ella puede valerse por sí misma, reprobó su actitud admitiendo que actuó de forma desproporcionada. No cabe duda de que Will se equivocó. Es evidente que, si aun después del impulso innecesario de subir al escenario y plantarse delante de Chris, en lugar de agredirle, Will hubiera tenido la templanza de cogerlo por la oreja, como a un niño travieso, y llevarlo hasta la grada para que se disculpara con su mujer, todo habría quedado dentro de los márgenes de lo humorístico y la escena hubiera tenido una mejor salida para todos. Pero la realidad es que Will respondió a la violencia con más violencia, en este caso, a la violencia verbal con violencia física. Este hecho le está trayendo graves consecuencias: cancelación de contratos publicitarios, cancelación de proyectos en curso con Sony y Netflix, incertidumbre para proyectos futuros como Soy leyenda 2 ó Bad boys 4, un veto de 10 años para asistir a la gala de los Oscar y la expulsión de la Academia de Hollywood. Todo esto le supondrá pérdidas millonarias además de un borrón casi irreparable en la carrera del eterno Príncipe de Bel-Air. En este sentido, hay que poner de relieve la importancia del contexto. Esa misma escena vivida en una reunión entre amigos la noche antes de los Oscars, o una semana después, aunque desde el punto de vista ético hubiera sido igual de reprobable, no hubiera tenido las mismas consecuencias para el actor. De ahí la importancia del contexto, para bien y para mal.

Pero el verdadero error de Will, una vez que el daño estaba hecho, fue intentar justificar su agresión en una penosa intervención tras recibir su Oscar en la que, entre lágrimas, trató de hablar del amor y la protección a los suyos como excusa para defender la actuación que había tenido minutos antes, concluyendo con una súplica a la Academia para que le dejaran volver a la gala el próximo año. El error consistió en no arrepentirse o en tener demasiado orgullo para reconocerlo. El error fue no aprovechar su discurso para pedir perdón y condenar la violencia. Precisamente, ese contexto que se creó después de su agresión, con un micrófono y una cámara ante millones de personas, era la ocasión perfecta para que, una vez hubiera agradecido por el Oscar a la Academia, la familia Williams, al equipo de trabajo, a sus familiares y demás agradecimientos habituales tras la recepción de un premio, Will hubiera entonado el “mea culpa”. Para que hubiera pedido perdón a Chris Rock. Para decir que se había equivocado, que lamentaba el pésimo ejemplo que acababa de dar a millones de jóvenes que le siguen y a los que sirve de espejo. Que sentía haber defraudado a su esposa, a sus hijos y a todo el público asistente con una actuación tan deplorable. Que le había podido el orgullo y la ira y que estaba profundamente avergonzado y arrepentido. Que sentía haber sido el artífice de provocar una situación tan tensa, generando el malestar que se palpaba en el ambiente y ensombreciendo una noche mágica para muchos compañeros de profesión. Y por último, que asumía todas las consecuencias que se derivaran de su actuación, que no tiene justificación alguna y que desearía que no se hubiera producido.

Todos metemos la pata alguna vez, la diferencia está en la actitud que toma cada uno después para sacarla. Cómo afrontamos nuestros errores y cómo tratamos de solucionarlos. Responsabilidad, o como diría mi abuelo: A lo hecho, pecho.

David Gómez Rosa (VIVEIRO ASESORES)