«Vivir en una aldea de dos vecinos no es lo que parece»

Pilar Ceneri

A MARIÑA

PEPA LOSADA

01 feb 2024 . Actualizado a las 12:35 h.

Soy vecina de Ourol desde hace muy poco tiempo. Compré una casa en una aldea en la que sólo somos dos vecinos. Sé que, como nuestro caso, hay muchos otros. Ya todos hemos leído o escuchado sobre los pueblos abandonados y la tendencia a comprarlos para convertirlos en destinos turísticos. La despoblación del rural ya no es noticia.

Cuando estuvimos dándole vueltas a los lugares a los que nos podríamos ir a vivir, los límites se iban dibujando claros. En el proceso de búsqueda, vimos muchas casas. Si bien es cierto que la mayoría de ellas se encontraban abandonadas, hubo otras de gente joven como nosotros que una vez pasado un año aquí se dieron cuenta de lo duro de los inviernos; de la falta de compromiso a nivel cultural de ciertas entidades; de que no hay variedad de ofertas en cuestión de consumo; de las pocas oportunidades laborales y, sobre todo, del abuso del entorno. Nos encontramos en un concello habitado por eucaliptos y eólicos. La elección de la palabra "habitado" no es fortuita.

Desde que nos mudamos a nuestro nuevo hogar -nuestra casa no es segunda residencia-, la carretera se encuentra en un estado deplorable: habían estado talando eucaliptos y al maderista no se le dio por elegir nada menos que la semana más lluviosa. Nuestra aldea tiene dos entradas: una asfaltada y la otra no. Ninguna de las dos tiene las condiciones como para que la maquinaria que se utiliza pase por ellas. La situación es tal que los vecinos, tras hablar con el alcalde y no recibir más que excusas, por miedo a que suceda algo han registrado una denuncia para por lo menos estar cubiertos.

Fuimos al concello con una propuesta: poner una señal de tonelaje. De esta manera, los maderistas tendrían que pedir un permiso de tala. Funcionaría como un permiso de quema, si las condiciones meteorológicas lo permiten podrían realizar el trabajo. Así también quedaría registro de la persona responsable en el caso de tener que arreglar la carretera, como sucede en nuestra situación. La respuesta fue que no tendríamos porqué llegar a semejante punto. El concello, que conoce a la persona que ha estado realizando dichos trabajos, nos dice que él se comprometió a arreglar la carretera cuando el tiempo se lo permita. También nos dijeron que ellos tienen derecho a talar sus árboles cuando quieran y que, al fin y al cabo, ahora ya están talados; así que tendría que esperar unos diez años a que vuelvan a talar, por lo que no debería suponer mayor problema. Al decirnos esto no se dio cuenta de que vivimos en Galicia, el clima es el que es, y que, en la aldea en la que vivo, los eucaliptos (y pinos) están plantados sin ton ni son, invaden terrenos, se encuentran a cualquier distancia de las casas y de las carreteras, por lo que pronto tendremos maderistas trabajando en una nueva parcela. Tampoco tuvo en cuenta que esa carretera, para nosotros, significa la única manera de tener acceso a abastecimiento, trabajo, centro médico o cualquier otra cosa.

Ahora comprenderán por qué los llamo habitantes. Coexistimos con las situaciones que estas plantaciones suponen. Nuestra rutina en los días de viento supone que antes de salir con el coche, hay que ir a mirar si no hay algún eucalipto caído. También buscar nuevos brotes, para ir a arrancarlos cuando se disponen cerca de las casa o en nuestros terrenos. Los vemos apilados en los laterales de la carretera principal, encontrando corteza por todos lados, generando barrizales. Vemos señales en los caminos que nos rodean en los que vecinos piden por favor no dejar árboles allí, para no entorpecer el tránsito. Tenemos plantaciones alrededor de nuestros ríos. Las ramas se caen y rompen las vallas de madera de los paseos que nos rodean. Nuestros coches se ven afectados por el estado de las carreteras. Estas situaciones forman parte de nuestras conversaciones rutinarias. Y por último, tanto los árboles como los maderistas tienen más importancia que los propios vecinos.

En nuestro caso y seguramente el de muchos otros, no llamaríamos despoblación al fenómeno que nos rodea, sino más bien desplazamiento. Ninguna de las personas involucradas en darnos una solución, viven en esta aldea. Ambos se encuentran en la posición privilegiada de dejarnos incomunicados. Nos desplazan de la zona que habitamos. 

Esto que envío es más que nada un llamamiento a la reflexión. Cuando uno descubre estas aldeas, se da cuenta de que en algún momento estuvieron tan habitadas, que todavía quedan rastros de las personas que aquí se encontraron. Que las historias nos dejan memorias de lo que alguna vez fue una comunidad activa y en algunos casos con cierta autosuficiencia. Las razones para atraer gente a estos lugares debería estar relacionada con dejar de justificar el uso y abuso del territorio que desplaza a la vecindad y empezar a responsabilizarnos de ofrecer unos cuidados mínimos para que estos lugares puedan albergar una comunidad. Yo, al menos, ese es el futuro que quiero para el lugar que habito.