El calendario, como el carné de identidad, no engaña, aunque la apariencia, un chasis lustroso, pueda llevar a equívoco. Hay evidencias que derriten los espejismos. Me pasa con el bombardero de anuncios de fascículos, de colecciones de libros, de montajes por piezas de lo más inverosímil que recibo con cierto deleite, una curiosidad que no mengua y saca el niño que llevo dentro. Acudo al escaparate de la librería y me digo, ya está aquí, acabó el verano.
Con eso de querer desestacionalizar el turismo jugamos a la confusión y ensoñamos con que el verano en A Mariña se estira cada vez más. Ahí está la Fiesta Normanda en Foz, las patronales de Ribadeo, el Conde Santo... todo cuenta. Pero resulta que a las siete y media de la tarde recogemos la toalla de la playa mientras pensamos que, como la canción, nos han robado el mes de abril... y mayo, junio y julio. Y viajamos a aquella puesta de sol a las once de la noche en San Juan. Era junio, con toda la vida por delante. Y voló.
Esta semana en las playas se aprecian calvas, sufriendo una alopecia galopante en cuestión de días, apenas un fin de semana. Al buscar aparcamiento ya encontramos algún que otro hueco... ¿y qué me dice de la cola del supermercado? Mañana quizás llueva. Y esa lluvia sí que será cruel. No será como la de julio, no será una efímera tormenta de verano que provoca un fastidio que encajamos con mandíbula de hormigón armado. Esta lluvia llega vestida de preludio de la longa noite de pedra que nos espera.
Será hoy. Quizás mañana. Tal vez pasado. El adiós del verano. Mejor no echar cuentas (las risas que no echamos, las montañas que no subimos, los libros que no leímos, los vinos que no bebimos, los besos que no dimos) ni reproches, ni aburridas especulaciones y rayaduras de lo que pudo haber sido y no fue. No merece la pena. Solo decir hasta otra, gracias por todo y aquí te espero, verano.