Imagen costumbrista. Tasca mariñana. Nada más entrar se notaba. Olor a café con achicoria y el humo de una faria. Mesas de mármol. En ellas el ruido por las fichas del dominó. En otras por la mano que depositaba el naipe al grito de ¡ARRASTRO!. En la barra y como si del puente en un bonitero se tratara, el tabernero controlaba y servía. Hombre con manos anchas que llenaba aquellas copas de coñac español. Sus comentarios eran los de un Séneca gallego de parroquia marinera. Mientras en la cocina, se preparaban las tapas. Nécoras, empanadillas de perdices y codornices, incluso guiso con carne de ballena.
Los parroquianos hacían todo lo preciso. Había que pactar con los bañistas el horario para comer. Debía ser compatible con la partida en la tasca. Marcelino o Paulino. Dos establecimientos con inusitada personalidad. Lo mismo hacían predicciones meteorológicas que recogían paquetes procedentes del coche de línea o eran la mejor oficina de información para el viajero.
Don Marcelino -" El capitón ", retirado como oficial del prestigioso cuerpo de Carabineros Reales, impartía clases del Tute Subastado. Sabía dar el corte a la baraja para disponer de reyes y caballos y así quedarse con la subasta y cantar las "cuarenta ". El Coronel Piñeiro, que había sido teniente de la guardia civil en San Ciprián, discutía las jugadas con su bozarrón que finalizaba muchas veces sentenciando al compañero: ¡Indocumentado!.
El puerto de San Ciprián tenía cine. Películas que llegaban desde Lugo, en forma de bobinas para el celuloide en la empresa Ribadeo. El Bar " La Playa" era punto de encuentro para las pandillas juveniles. Cándido Rey impartía sabiduría: " trabajar es producir, el que no trabaja no produce ". " Para hacerse rico hay que trabajar mucho y gastar poco". Arreglaba las bicicletas. Compraba algas y chatarra. Apuntaba las veleidades diarias del tiempo y así demostraba como días soleados y lluviosos eran una constante cualitativa a lo largo del año.
Pallares reunía las tripulaciones boniteras que hacían las partijas de los quiñones tras la costera del bonito. Frente, estaba " la aduana ". El viejo cuartel de la guardia civil que cuidaban mañana, tarde y noche del orden y la paz. A pié, con sus capas y tricornios, por parejas a uno y otro lado de la carretera. Se ocupaban de la horas para el cierre de las verbenas y el silencio que garantizaba el sueño. Todo lo contrario que acontece hoy en la plaza de Los Campos.
Y es que Los Campos, antiguo porto de Abaixo y después campo de futbol, daban entrada al mundo artesano de los astilleros que construían toda suerte de embarcaciones en madera de Carballo. Nos queda Fran Fra.
Desde el bar de Murados -hijo- nuestro poeta Xosé Murados escribía versos dedicados a los patrones de las goletas y bergantines y avisaba sobre el futuro turístico de las playas. Me hubiera gustado saber que habría dicho de la chimenea de ALCOA, los bollos preñados o la fritanga berciana que ha ido borrando el costumbrismo veraniego de aquel siglo XX hoy en el olvido.