El fin de ciclo de Alcoa y un pequeño comercio que desaparece

A MARIÑA

PEPA LOSADA

21 sep 2024 . Actualizado a las 11:15 h.

Septiembre es la frontera y es el comienzo. Mareas vivas por luna llena. Nuevo curso para quienes enseñan y aprenden. Final del verano con sus vacaciones y comienzo del otoño que regresa a la rutina urbana o rural. En medio los derechos que son la realidad en el verdadero ejercicio de la ciudadanía. Garantizados por los tribunales. Promovidos por los representantes políticos con asiento en las instituciones de la democracia.

Comienzo por estos últimos. ¿Saben las gentes que residen en una circunscripción electoral -provincia o ayuntamiento- quiénes son sus representantes más allá de las siglas de los partidos políticos? ¿Saben los ciudadanos qué diferencia hay entre los derechos individuales y los colectivos? En medio de tales cuestiones, esos informes anuales que los Defensores del Pueblo presentan en sede parlamentaria y que deberían publicitarse mucho más a fin de saber la verdadera calidad del sistema que nos gobierna al menos en nuestra comunidad amparada por el Estatuto de Autonomía o en los Concellos donde se asienta una desmesurada nómina de trabajadores públicos.

Comenzó la escuela, el Instituto, la Universidad. Hace unos días lo celebrábamos viejos ciudadanos gallegos que fuimos alumnos y profesores. Si bien alguien dijo, "nosotros pertenecemos al pasado siglo XX y cada vez tenemos más dificultades para entender y aceptar los cambios generacionales de este siglo XXI". Quizás influye que vivimos en una Comarca Histórica -Diócesis de Britonia o Provincia de Mondoñedo- que han ido transformando de comunidad cultural marinera en industrial, casi de "monocultivo" aluminero, de ahí la angustia ante el final del ciclo en la multinacional ALCOA y su balsa de lodos rojos que cuando llueve vierten a tierra, mar y aire.

Pero si preocupante para el ciudadano es la industria que se agota, no menos es para los autónomos que tienen una actividad empresarial pequeña y familiar cargada por costes que soporta con lo poco que recibe, y así cuando paseamos por las calles comerciales de nuestros hermosos cascos históricos descubrimos con romántica tristeza como el pequeño comercio o los ultramarinos van desapareciendo y solo tienen actividad económica los recintos de la hostelería que son directamente dependientes y proporcionales a ese giro copernicano que imprime el turismo. ¿Ya estamos preparados para su creciente presencia en nuestra costa al norte del norte, como refugio frente al cambio climático con insoportables temperaturas?. Aquí comienza una colisión entre derechos. Los que necesitan actividad que produce ruido y los que necesitan silencio para descansar.

Los representantes del sistema democrático, además de acudir a las fiestas y vender humo con promesas para querer hacer, deberían pronunciarse sobre lo que dice el pueblo. La DGT está dispuesta a imponer una tasa de alcoholemia casi incompatible con las pequeñas ingestas de bebidas alcohólicas - ¡ojo o con sustancias medicinales que contengan alcohol!- mientras la densidad de tráfico en la red viaria provincial o en ese maldito FIOUCO de continuadas nieblas o la falta precisa para el mantenimiento de asfaltos o señales que hacen de la carretera un peligro con aumento de siniestros más allá de la imprudencia o impericia del conductor.

¿Cuánto tiempo han tardado los expertos asesores del político para poner freno a la dependencia que desde la infancia se estimula con el uso de pantallas o celulares ¿No sería más eficiente estimular la imaginación, creatividad y respeto de las nuevas generaciones regresando a la enseñanza tradicional?

Y sin embargo, insisto. La ciudadanía es fuente de derechos y respeto al ordenamiento legal, muy por encima de asambleas vecinales dónde quiere imponerse el grito frente al conocimiento individual que algunos gaznápiros califican como «yoísmo».