Debemos defender la economía tradicional

A MARIÑA

Xaime Ramallal

04 oct 2024 . Actualizado a las 09:12 h.

Reconozco que soy un romántico. Me gustan las viejas y elegantes calles comerciales de los cascos históricos de nuestros concellos. Recuerdo aquel disgusto todavía presente. Descubrí como la señorial y hermosa ciudad Santa de Occidente- Compostela- en sus «rúas» había consentido la desaparición de aquellas maravillosas librerías o tiendas tradicionales. En su lugar se abrieron establecimientos de lo que se llaman souvenir.

Peor es en el territorio mariñano. Los colmados también llamados coloniales han sido barridos por esos supermercados de cadenas grandes superficies con autoservicio para el cliente y cajeras al final del recorrido. Alguno, y con motivo de la factoría aluminera, fue economato que hizo competencia desleal al pequeño comercio de mi puerto.

Estoy harto de esa sobre dimensión comercial. La invasión de marcas, muchas de capital no español, han logrado barrer esa pequeña empresa familiar de autónomos que como dijeron una vez en Viveiro, «era la sonrisa de nuestra ciudad».

Me faltan los ultramarinos; floristerías; tiendas de regalos y artesanía popular del país; anticuarios; joyerías-relojerías; moda y calzado; jugueterías; perfumerías; dulcerías. Pero hay más. Galicia no solo es naturaleza por mar y montaña. Es buena mesa a excelente precio. Pescado salvaje; carne de ternera en estabulación libre; huevo de gallina alimentada con maíz; vino cosechero; patata gallega amenizada con algas de la bajamar; empanada de xouba; dulcería artesana.

Nuestras parroquias siempre tuvieron fiestas. Incluso salones donde mi generación aprendió a bailar, tan elegantes como Bahía en Foz, Miramar en San Ciprián, El Cariñés en Covas. Y las orquestas tocaban en directo, sin artefactos para un espectáculo circense de luz y sonido. Casas rectorales pegadas a los templos, hoy muchas en ruinas; fotografía en blanco y negro; talleres de forja y loza, galerías de madera y cristal.

Sigo defendiendo los tres instrumentos para la sociabilidad del conocimiento: tertulia, lectura y escritura. Hablar con una máquina es una peligrosa estupidez al servicio de un perverso individualismo con rumbo a la soledad. Esa soledad que hemos admitido como estadio final para nuestros días. Los viejos a los asilos o residencias. Menos mal que quienes los cuidan hacen uso del cariño gallego, tan propio de nuestra raza. Pero no deja de ser desnaturalizar el traslado de los mayores a otro entorno diferente al de sus parroquias y casas de piedra con cocinas de Sargadelos.

Tampoco puedo admitir las consultas del médico por teléfono. No me enseñaron en los siete años de Facultad con cuatro de internamiento en el Clínico de la Complutense cómo se puede hacer diagnóstico causal desde un celular. Lo reconozco. Me acuso ante la sociedad. Soy un ciudadano del siglo XX.

Gallego y mariñano. Trasplantado a la fuerza del destino a este siglo XXI, donde la revolución tecnológica trata de ahogar la lectura de El Quijote, El Principito, El viejo y el mar; Dos mil leguas de viaje submarino...etc, incluidos los poemas de Antón Noriega Varela.