Me jugué la vida durante 12 años en el País Vasco

A MARIÑA

Biel Alino | EFE

15 dic 2024 . Actualizado a las 11:55 h.

«La Unión Europea está fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, y se basa en los principios de la democracia y el Estado de Derecho. Al instituir la ciudadanía de la Unión y crear un espacio de libertad, seguridad y justicia, sitúa a la persona en el centro de su actuación». Tal declaración constituye el preámbulo de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.

Cuando repaso tal texto desde mi exilio voluntario en mi Galicia norteña, no puedo ni quiero evitar aquello por lo que me jugué la vida durante doce largos años en la Comunidad Autónoma del País Vasco o esa Euskal Hería a la que siempre hacen sujeto de derechos históricos los partidos políticos nacionalistas vascos.

Son muchas las miserias que vivimos. Desde la colisión-coexistencia entre la pobreza y la abundancia de consumo, hasta la presencia imparable de la guerra. Y es que la violencia se constituye en la gran pandemia con la que cerramos el año.

No hemos aprendido ni escarmentado. Me atrevo a señalar que sufrimos una grave pérdida de calidad en el viejo y excelente por necesario SISTEMA DEMOCRÁTICO. Cada vez escucho más en tertulias que nuestro pomposo Occidente camina por la senda de la decadencia. Y para muestras lo que cada día nos ofrecen las noticias audio visuales. Sospecha de como se ha instalado la subcultura de la corrupción. Enfrentamiento con intención de absorción por el poder ejecutivo sobre el poder judicial.

Colisión creciente entre los Derechos Fundamentales, el último ejemplo esas medidas en nombre de la seguridad que son vulneración del derecho a la intimidad. Descrédito en la actividad parlamentaria donde los representantes del pueblo -circunscripciones electorales- usa y abusan del insulto al que responde en los mismos términos los miembros del ejecutivo. Cuando el insulto borra al argumento no solo estamos ante falta de nivel dialéctico, estamos dando un pésimo ejemplo de violencia por ahora de baja intensidad, pero con peligro que su traslado a las calles termine por convertirse en episodios de otra intensidad que lamentar.

Somos un país con inflación de Instituciones Públicas. Con un Estado descentralizado. Con una creciente ocupación del espacio propio de la sociedad civil por la política. De una ingente cantidad de liberados por la política o el sindicalismo, todo ello pagado con dinero directa indirectamente presente en los presupuestos generales del Estado. Pero llega una catástrofe como la riada valenciana y fracaso total con ruptura de la eficiencia frente al grave problema y la indignación creciente del soberano ciudadano que lleva enterrado a más de 200 españoles. Mientras aun no llega la ayuda por metodología que se debe revisar, observamos el enfrentamiento total entre los partidos políticos en busca de responsables o en franca huida frente al dolor humano de quienes lo han perdido todo.

Y sin embargo hubo generosidad voluntaria. Pero estas Navidades se celebran entre las palabras y los Derechos. Alguien debe saber y poder hacer lo que el pueblo quiere y necesita.

* Pablo Mosquera, ex parlamentario vasco.