Violetta Chernova, kazaja de etnia rusa afincada en Burela: «Soy cosmopolita. Donde estoy bien, esa es mi patria»
A MARIÑA
«Vivir en A Mariña me parece un lujo», dice, destacando también de su país natal, Kazajistán, que es un país «enorme, rico en recursos y en personas amables y hospitalarias»
31 dic 2024 . Actualizado a las 13:30 h.En la orilla de uno de los lagos más grandes de Asia, el Balkhash, en Kazajistán, nació en 1991 Violetta Chernova, cuando el país era aún República Kazaja de la URSS. Ella vendría al mundo en agosto y el 16 de diciembre de ese mismo año se declararía independiente su tierra natal. Fue la última república soviética en hacerlo. Desde Burela, donde vive actualmente y ha formado familia, con Miguel y su hija Lea, explica que a unos siete mil kilómetros se produce en su lugar de origen un fenómeno «único»: una mitad del lago es de agua dulce y la otra de agua salada. Además, el país es «enorme, tan grande como toda Europa, y con pocos habitantes (unos 18 millones), pero es rico en recursos y en personas amables y hospitalarias», enfatiza. Así es.
Formada en su tierra en la carrera de Turismo, en España amplió su currículo con dos postgrados, un Master en Comercio Internacional y otro en Marketing digital, Analítica y Experiencia de Usuario. «Trabajo en ventas en una empresa internacional, con sede en Estados Unidos. Trabajo desde casa. Hablo inglés, ruso y español», señala. El gallego, aunque no lo habla, lo entiende, apunta. Es curioso que en diferentes ocasiones, algunos han llegado a pensar que ella era gallega. Y explica: «Mis padres, étnicamente, son rusos. De hecho, en ruso y en kazajo hay dos palabras diferentes, una que significa tu nacionalidad en el sentido de en qué país naciste y otra que se refiere a tu grupo étnico. Me pasé los primeros años explicando aquí que no era kazaja sino rusa aunque había nacido en Kazajistán, hasta me di cuenta que aquí se aplica la palabra 'nacionalidad' como 'ciudadanía', cuando para nosotros son palabras diferentes. Ahora soy ciudadana española». «Me han preguntado muchas veces como hablo tan bien el idioma y la respuesta es que me encanta el español», añade.
De Kazajistán se fue a Moscú, donde lo tuvo más «difícil» de lo que creía inicialmente: «Me sentía bien, pero sorprendentemente allí me encontré con gente que no sabía muy bien lo que era Kazajistán, un país vecino de Rusia. Además, era una ciudad enorme, con 15 millones de habitantes, donde tardaba casi tres horas en transporte solo para ir y venir de trabajar». España, a partir de 2015, fue su destino incluso por razones sentimentales, al conocer en 2014 a su futura pareja, mariñano, en Barcelona y, de allí a un tiempo, tomar la decisión de venir definitivamente. Su visión de la comarca: «Vivir en A Mariña me parece un lujo. Tiene el mar, la naturaleza, la cercanía de todo y poca contaminación. Creo que es un lugar ideal para vivir». Aunque han sido muchos los kilómetros recorridos hasta establecer su hogar actual, reconoce: «Soy cosmopolita. Donde estoy bien, digamos que esa es mi patria».
«A nivel de recuerdos, Kazajistán se quedará para siempre en mi corazón porque allí pasé mi infancia y viví muchas cosas»
Aún así, los lazos familiares siempre están ahí: «Evidentemente, echo de menos a mi familia, que sigue viviendo allí». Sus padres Irina y Yuriy, su abuela Galina, su hermano Denis y sus sobrinos Miron y Victoria. De las tradiciones kazajas, recuerda de forma especial la celebración del Nauryz (22 de abril) en la que se recibe la primavera parecido a nuestro Año Nuevo. No sólo en Kazajistán, sino también en otros países de Asia Central. La sabrosa gastronomía kazaja también vuelve a su memoria, por el baursak (masa frita), el kurt (bolita de queso seco que está riquísima y de la que se elaboran muchas variedades) o su plato favorito, y con buenas razones, el besbharmak (su nombre significa 'cinco dedos') que elaboró su hermano en su última y reciente visita a sus raíces, con carne de caballo: «La coció durante seis horas. Se deshacía en la boca. ¡Fue espectacular!».
«A nivel de recuerdos, Kazajistán se quedará para siempre en mi corazón porque allí pasé mi infancia y viví muchas cosas», subraya. Sus padres la han visitado en Burela, descubriendo que algunos estereotipos asociados a España no se cumplían en el caso de Galicia, «como que hace calor en todo el país y todo el año o que el baile nacional es flamenco». Pasaron seis años para poder volver a ver su abuela y tres a su madre, en la época de la pandemia. «Sobre todo la gente joven, en Rusia o Kazasjistán tiene el sueño de visitar Barcelona», comenta Violetta Chernova.
«Adaptarme a la comida gallega fue lo más fácil», asegura. «El clima sí que me costó más», añade. De nuestros platos autóctonos se decanta por las zamburiñas a la plancha, los langostinos y el pulpo á feira. En relación con costumbres sociales que le hayan llamado la atención aquí, cita en particular la de dar los regalos de cumpleaños en el momento después de comer la tarta:« Allá los regalos se dan en casa por la mañana, nada más despertarse el cumpleañero». «Eso te da humor y alegría para todo el día. Si tienes que esperar hasta la noche a que vengan los familiares...», apostilla sonriendo.
«Me gustaría que mi hija Lea tuviera mundo»
Finalmente, señala que le gustaría que su hija «tuviera mundo». «Para ello tengo que enseñarle que hay mundo. Tenemos un globo terráqueo en todas las casas, mapas en las paredes, libros de geografía... Yo quiero que aprenda idiomas, que entienda que lo rico en nuestro planeta es la diversidad, como los idiomas, las nacionalidades, los países, las tradiciones, las culturas... Hay que enseñar tolerancia y que hay muchas cosas que puedes ver en este mundo. No hay que tenerle miedo. Mucha gente no tiene visión de que viajar abre la mente. Y es de verdad. Cuando ves cómo vive la gente, que es diferente, habla en otro idioma, come otra comida y vive de otra forma o cuando te reciben. Somos muy diferentes y eso nos hace ricos como sociedad en general. Quiero que ella no desprecie a nadie por su color de piel, por su origen, su nacionalidad, su idioma», concluye. Fue con Lea el pasado mes de octubre a la ciudad kazaja de Almaty, pero como el país kazajo tiene muchos rincones, varios de una belleza impresionante y extraordinaria, en sus casi 2,8 millones de kilómetros cuadrados (es el noveno más grande del mundo y el primero sin salida al mar pues el Caspio es también lago), su madre espera «enseñarle más lugares de Kazajistán cuando crezca».