José Eijo, burelense superviviente de la galerna del 73: «A un dos compañeiros non lle puidemos máis que dicir adeus»

BURELA

José Eijo Arias
José Eijo Arias Xaime Ramallal

En el temporal de hace cincuenta años fallecieron 15 tripulantes de dos barcos de Burela, el Reina Victoria y el López Sueiras

15 oct 2023 . Actualizado a las 11:55 h.

«Ía unha calor que parecía que te queimaban cun soprete. Estaba o mar como un prato, pero daquela desatouse un vento... Se unha onda collía o barco atravesado, non sabías se o buque ía pola auga ou polo aire». Así recuerda José Eijo, tripulante del bonitero Reina Victoria, la galerna del 12 de octubre de 1973, una fecha que quedó para siempre marcada en la historia de una localidad, la de Burela, que es sinónimo de pesca. En aquella galerna fallecieron 15 personas, cuatro compañeros de Eijo y once marineros del López Sueiras. La cofradía burelense, que este 2023 cumple cien años de trayectoria, recordará hoy con una misa (19.00 horas) a todos aquellos que fueron a faenar y no volvieron. Las personas que quieran dejar flores en la iglesia para los fallecidos podrán hacerlo, y el domingo se depositarán en el mar en ofrenda a los ausentes.

El relato que Eijo puede contar, cincuenta años después de la galerna, es una historia de terror y de supervivencia. En los años 70, la costera del bonito era clave para Burela, con 86 barcos que faenaban a esta especie. Para el Reina Victoria, que había pescado en el golfo de Bizkaia, la campaña, a punto de acabar, había sido fructífera. «Nunha marea trouxeramos 22.000 ou 23.000 quilos, pillaramos 1.200 bonitos nun so día», relata José, de 77 años. Entonces volvieron al mar para una última pesca. El López Sueiras volvía, con unas ocho horas de margen entre los dos buques. «E colleunos a galerna, colleunos na boca do lobo», resume.

«Daquela non había a tecnoloxía que hai agora, nin a fiabilidade dos partes meteorolóxicos. Avisábante de que viña mal tempo, pero igual se confundían nunhas horas. O patrón colleu o parte, pola tarde, e mandou recoller todo. Contra a noite pegounos o primeiro golpe de mar, o barco desviouse e logo veu outro e colleuno atravesado. Aí rompeu todo. O temón non era como os de agora, gobernábase todo a man, e a auga comezou a entrar como se fose nun embarcadoiro», relata. Las olas se llevaron por delante la balsa salvavidas más grande, de trece plazas.

En la medianoche y la madrugada, los marineros del Reina Victoria se afanaron en defender el buque. No hubo forma. Abandonaron el barco en una balsa de seis plazas. La noche fue estremecedora. «Os relámpagos chocaban uns con outros. O mar envorcou dúas veces a balsa», recuerda Eijo. En la primera embestida «morreron Ernesto e Quino Rey, o patrón e o seu irmán». Ninguno llegaba a los 30 años. La tercera víctima mortal fue el xovense Enrique Salgueiro, «que tiña a muller embarazada, que lle quedaba un mes para dar a luz. Ao principio non se lle quería dicir por medo a que tivese un problema de saúde», relata. Después murió el focense Dionisio Leal. Eijo se emociona al explicar la impotencia de tener que despedirse de un compañero: «Só lle puidemos dicir adeus», lamenta.

La tripulación perdió a Leal ya por la mañana, y horas después, con menos temporal, llegó el Loup de Mers (Lobo de los Mares), el barco francés que los llevó a tierra. Cuenta Eijo que después de horas luchando por sobrevivir, fue al ser rescatado cuando las emociones afloraron. Todavía tiembla al contarlo: «Antes non cheguei a sentir medo. Loitaba por vivir. Cando me vin salvado, caeume o mundo enriba. Chorei, non durmín, non comín... Para coñecer á persoa tes que verte nunha destas», afirmó.

El viaje a casa, primero en tren y luego en taxi, duró varios días. Los taxistas se negaban al principio a hacer un servicio a A Mariña, ya que no conocían en absoluto la zona. Después de una travesía, a la altura de Mondoñedo, con sol y a media mañana, los conductores «toqueaban», y los marineros tenían que despertarlos, todavía un último esfuerzo para regresar a casa.

La familia de Eijo no es de tradición pesquera. Convenció a sus familiares para volver al mar, en el mar se ganó la vida hasta que se jubiló. En la marea siguiente volvió al bonito en el José Adolfo. Cuando llegó el mes de septiembre, se quedó en tierra. «Cando había moito mar, levantábame de noite e non durmía... Non paraba de mirar se estaban todas as balsas. Botei anos moi fastidiados», concreta.

En el año 1981, un azar del destino trajo al la tripulación del Loup de Mers a Burela. «Cando nos enteramos, andivemos todo o día con eles. Non lles deixamos pagar nada», afirma Eijo. El mar hace compañeros de por vida a personas que no se conocen, que nacieron a cientos o miles de kilómetros de distancia, y que hablan lenguas diferentes.

La galerna del 1973 se llevó otras once vidas en el barco burelense López Sueiras: las de José Ramón López Sueiras, Emilio Sánchez Gómez; José Sánchez Gómez; Federico Sánchez Gómez; José Villares Mon; Juan González Pedre; Manuel Alonso Labaén; Jaime Fernández Rodríguez; Emilio Fernández Rodríguez; Luciano Martínez Pedre; y Xesús Fiallega López.

Las historias del Siempre Casina, con ocho tripulantes fallecidos en el 2005; del Nuevo Armadorín, con dos trabajadores fallecidos en el 2007; o del Safrán, con dos marineros desaparecidos en 2014; son recordatorios más recientes del riesgo que corren los marineros por traer el pescado a nuestro plato. Un manjar que en ocasiones lo cuesta todo, tanto como vidas.