La Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, la que ahora se va a quedar sin obispo de nuevo, no es una diócesis cualquiera. Sus raíces llegan hasta los siglos V y VI, cuando, tras la caída de Roma, muchos de los cristianos celtas que huían de la persecución a la que los sometían los sajones en las Islas Británicas se echaron al mar y navegaron hasta las costas septentrionales de Galicia, trayendo consigo el mensaje de que en los ojos de los vencidos se veía el rostro de Dios. Con ellos vinieron prelados -obispos errantes, se les llamó a veces- como el legendario Mailoc, que más tarde participaría en el concilio de Braga que prohibió el culto a las estrellas. Siempre ha estado, esta diócesis, a medio camino entre la historia y la leyenda. Que se lo pregunten a san Gonzalo, que hundía barcos vikingos a fuerza de avemarías, pero siempre dejaba marchar a uno para que su tripulación diese testimonio de que aquí bromas, lo que se dice bromas, las mínimas. Y ya no digamos a nuestro querido San Rosendo, gran libertador de cautivos, cuya sombra tanto nos gusta imaginar volviendo, de vez en cuando, a pasar unos días de descanso en Caaveiro. Incluso a Fray Antonio de Guevara, magnífico escritor y predicador de gran fama que fue cronista en la corte de Carlos V, y al que el mismísimo Cervantes cita en el prólogo del Quijote subrayando su condición de obispo de Mondoñedo. Con 422 parroquias, un inmenso patrimonio cultural y poco más de un centenar de sacerdotes en activo, la diócesis de la Galicia do Norte, que se extiende desde las desembocaduras del Belelle y el Xuvia hasta la del Eo y tiene su corazón espiritual en la Terra Chá luguesa, es también, en buena medida, una literatura. Una Última Bretaña, toda ella. No sé cuándo nombrará el papa Francisco al sucesor de Luis Ángel de las Heras, que deja aquí un excelente recuerdo y que este mismo mes tomará posesión de su nuevo cargo como prelado de León. Pero me gustaría que lo nombrase pronto. Como me gustaría, también, que aquel a quien el papa elija, en este tiempo de hierro, para esta vieja mitra (la de una tierra tantas veces olvidada), sea un buen conocedor del alma de Galicia y de sus gentes. Y sobre todo de este Norte del Norte que no renuncia a su pasado, pero que precisamente por ello también reivindica su derecho a tener un futuro. En Roma las cosas suelen ir con calma, pero veremos qué pasa. Dios dirá.