Hay lugares a los que uno, invariablemente, va -o mejor sería decir que vuelve- todos los años. Ya sea físicamente, o solo con el corazón. En especial, en ciertas fechas señaladas. Como la de mañana, 18 de octubre, Día Grande das San Lucas, que es cuando la luz del otoño celebra una de las más antiguas ferias de cuantas en el mundo existen. Una celebración que coincide ahora, además, con la jornada en la que renuevan sus lazos de hermandad las dos capitales diocesanas, Mondoñedo y Ferrol. La leyenda, que tan amiga es de los soñadores y también de los poetas, sostiene que las ferias de As San Lucas comenzaron a celebrarse en el siglo XIII, a raíz de la consagración de la catedral mindoniense por el obispo Martín, apodado El calígrafo. Pero, como ustedes bien saben, la historia demuestra que son aún más antiguas, y que en realidad nacieron en el siglo XII, concretamente en el año 1156, cuando Alfonso VII le concedió a la entonces llamada Vilamaior (el nombre de Mondoñedo Novo, para diferenciarla del Mondoñedo Vello, situado en tierras de Foz, donde está la magnífica basílica de San Martiño, aún vendría mucho después) el privilegio de celebrar unas ferias anuales. Y dicho esto -a ver si hoy, por aquello de que es domingo, no me equivoco con las fechas-, he de confesarles que por el Día Grande das San Lucas aguardo yo, con especial ilusión, durante el año entero. Porque es como si ese día, como un maravilloso milagro, me permitiese viajar, a través de mí mismo, hasta donde todo huele a pan. Mucho me gusta, al abrir el día, ir subiendo por Sillobre, por lugares que se llaman Vilanova y Taboado y O Souto y A Calzada y A Ulfe y O Reboredo y San Marcos, en dirección a Lavandeira. Y después, pasando por A Capela -donde está la capilla de As Neves, que custodia el alba de San Rosendo-, seguir hacia As Pontes de García Rodríguez, y a continuación atravesar la Terra Chá, país cuya prodigiosa naturaleza te recompone el cuerpo y el alma siempre. Si se va con tiempo, que es lo aconsejable, conviene ir parando por el camino, mayormente para tomar café. Por ejemplo en el Montero de Vilalba, donde está mi amigo Manuel, que es nada más y nada menos que sobrino de Merlín el Mago. Desde allí se sigue hacia Abadín, cuyas brañas conservan viva la memoria de aquel formidable poeta que fue Noriega Varela. Y tras pasar por el Alto da Xesta, que es donde cambia la luz, uno se va acercando ya a Mondoñedo. Se da la circunstancia de que el Día Grande das San Lucas se pasean por la feria mindoniense -en forma de niebla, de sombra o de aire- grandes personajes de las letras. Como Cunqueiro y Torrente Ballester, por supuesto. Pero también como Fray Antonio de Guevara, el obispo mindoniense a quien Cervantes cita en el prólogo del Quijote, y Montaigne menciona en las páginas de los Ensayos. A todos ellos les gusta caminar tranquilamente entre los sanluqueiros, que hacen de Mondoñedo un hermoso canto a la alegría de vivir, y escuchar esas historias que cuentan, además de admirar los caballos.
Créanme cuando les digo que si Cunqueiro, Torrente, Guevara y el mismísimo Cervantes no fuesen ahora de aire, de sombra y de niebla, no dejarían pasar la ocasión de probar unos dulces de Val de Brea. Y que, a continuación, irían a comer juntos a la Taberna de O Valeco, en ese barrio de Os Muíños que es como una pequeña Venecia. Mañana, sí señor, es el gran día de As San Lucas. Un día para recordar que la Galicia do Norte (que posee una maravillosa historia, y cuyas capitales, como las de la diócesis, están en Mondoñedo y en Ferrol) tiene derecho a mirar lejos. Porque el pasado no va a volver, pero el futuro tiene que ser de todos. Así que caminenos hacia él. Unidos. Es importante hacerlo.