Cuando contemplo al fondo del paisaje la geografía rural de aldeas que escriben sus adioses de humo en el catálogo de verdes que se han ido desvaneciendo entre ayes y ausencias, dibujo imaginariamente una ruta certera de la Galicia que se despuebla, que se vacía, lentamente.
No voy a citar a fray Antonio de Guevara, al obispo mindoniense que menospreció a la Corte para alabar a la aldea, al franciscano que reivindicó una vida natural y sencilla, que murió en Mondoñedo y cuyo cadáver fue trasladado a Valladolid tras ser enterrado en la catedral mindoniense; porque mis palabras están mas cercanas a las de otro Guevara, el autor de El diablo Cojuelo, al que tantos siglos después sitúo como responsable del vaciamiento aldeano, desde una ocasión en la que escuché decir a un último habitante de un núcleo campesino que ya no vivía nadie en el lugar donde antes creció la vida, «foi cousa dun demo», dijo con aplomo y seguridad. Yo lo creí.
Galicia, según contaba este diario hace algunos meses, tiene registrados 30.377 núcleos poblacionales. Con 1.873 aldeas, parroquias y burgos que están completamente vacíos, 1.090 habitados por un solo vecino, y el censo de 12.300 es de menos de diez personas.
Los datos son escalofriantes, y yo que nací en un pueblo de la costa cantábrica tengo memoria de aldea, quizá una memoria literaria nacida en textos de Otero Pedrayo o de Ánxel Fole, y que está poblada de fríos y escarchas de eneros archivadas en el baúl de los recuerdos no vividos.
En el mapa de mi imaginación tengo cartografiado un río cristalino que atraviesa el lugar, y en los cómaros donde campa el musgo de terciopelo verde cruza veloz un lagarto. Pero solo es una amable postal bucólica de mi aldea inventada. Hoy, cuando se me aparecen los caseríos desnudos de vida al borde de las carreteras, veo una ciudad campesina que convirtieron en casas de turismo rural donde antes moraban labradores. Y también la soledad llegó a los alojamientos turísticos en su sobredimensión, pero yo sé que hay esperanza en la recuperación habitacional lejos del ruido urbano, allí donde todavía se escuchan cantar a los pájaros al amanecer, y en abril será el cuco el encargado de proclamar la primavera.
Galicia tiene memoria de aldea, somos los viejos campesinos que un día elegimos el camino de la mar. La Galicia que escribe su futuro perdida entre redes wifi y un potente internet es viable desde nuestras queridas aldeas. Estoy seguro.