Ingeniera química y docente universitaria, la Real Academia Galega de Ciencias acaba de premiar su trayectoria, centrada en investigar sobre la economía circular
09 dic 2024 . Actualizado a las 17:03 h.Mindoniense hasta la médula —en la habitación de su hijo Felipe hay un cuadro que ella pintó de la «catedral axeonllada»—, Sara González García (Mondoñedo, 1982) tiene un currículum que impone. Esta profesora universitaria titular de Ingenieria Química en Santiago de Compostela e investigadora del CRETUS está incluida en el Top 2 % de los científicos más citados según la lista de la Universidad de Stanford. «Ten unha produtiva traxectoria de investigadora e de transferencia de resultados ao ámbito empresarial, cun financiamento superior a 1,8 millóns de euros», destaca la Real Academia Galega de las Ciencias, que acaba de reconocerla con uno de los Premios RACG-UIE para jóvenes investigadores.
González afirma que este premio «supone un impulso a seguir trabajando y a pensar que se va en buena dirección. En el mundo científico hay mucha competencia y es difícil conseguir financiación para poder investigar, al haber pocas ayudas. A nivel personal, es un orgullo que se reconozca tu esfuerzo, porque la investigación es complicada, continúa y tienes que seguir leyendo o publicando, no te puedes permitir mucho descanso», resalta. Agradece el apoyo de investigadores y doctorandos que han puesto su grano de arena a los proyectos de investigación, y señala que «este reconocimiento también es de ellos».
La línea de investigación de la mindoniense se centra en la economía circular. «Estudiamos la sostenibilidad aplicada a sistemas productivos. En este campo, nosotros evaluamos el perfil ambiental, el económico y el social que están asociados a un proceso de producción. Aunque yo soy ingeniera química, hablo de proyectos que pueden estar ligados directamente pero también indirectamente con esta disciplina. Trabajamos en intentar introducir o plantear estrategias productivas, rentables, innovadoras y sostenibles», concreta.
«Ahora abordamos la valorización de residuos de la industria alimentaria, por ejemplo. También de la agroganadera, con el objetivo de que estas corrientes residuales derivadas a combustión o compostaje, para que algunos componentes que tienen, con valor añadido, puedan ser reutilizados como materias primas de productos valiosos. Eso nos podría ayudar a aliviar la dependencia que tenemos de los combustibles fósiles, que se pueden llegar a agotar», ahonda.
Pone un ejemplo: analizó los cultivos de trigo en distintas zonas de Europa, evaluando los sistemas intensivos y su impacto ambiental y proponiendo alternativas. «En colaboración con universidades europeas diseñamos estrategias de rotación de cultivos, en Galicia con altramuz, patata, maíz o colza, y en otros países con garbanzo o lenteja, buscando los más rentables y sostenibles medioambientalmente».
Pero el abanico de temas abordados no se queda ahí, puesto que su formación le ha permitido introducirse en ámbitos diversos. «También hemos estudiado los municipios, las ciudades y entornos urbanos. Analizamos si los Ayuntamientos gallegos y españoles eran, por sus políticas, sostenibles o no. Desarrollamos una herramienta para identificar a un Concello por su sostenibilidad. También hemos estudiado la dieta atlántica, comprobando que era sostenible, e intentado actuar sobre los patrones de consumo», añade.
Hay un consenso sobre la necesidad de la economía circular, pero su puesta en práctica parece —a pesar de la importancia de lo que está en juego— quedar todavía lejos. «Vivimos en un patrón de consumo que es de tipo lineal: cuando ya no nos interesa algo de lo que producimos, lo descartamos. Tenemos que dar una mayor vida a esos bienes, transformar los residuos reutilizándolos y no generar un impacto mayor sobre el medio ambiente. Se necesita invertir en formación, que los niños entiendan los prejuicios de vivir en una sociedad tan consumista. No podemos cambiar de móvil cada dos años. Nos venden la necesidad de una mejor tecnología, pero no la necesidad de evitar una cantidad tan inmensa de residuos electrónicos», argumenta.
El trabajo de González ha sido reconocido muchas veces. La Real Academia Española de Ingeniería la eligió en el 2016 como la mejor ingeniera química joven de España, recogiendo una medalla Agustín de Betancourt. Stanford la distinguió entre ese 2% que supone la élite científica mundial, aquellos investigadores, en distintos ámbitos científicos, que son los más citados —o dicho de otro modo, influyentes— en todo el planeta.
La mindoniense reclama más fondos para la investigación. «Necesitamos que se invierta, para que los científicos puedan salir fuera a formarse pero también retornar a España y estabilizarse aquí», señala.
¿Es un hándicap el mero hecho de ser mujer en un ámbito tan competitivo? «Todavía existe una brecha de género, sobre todo si pensamos en las ciencias técnicas», aclara. «No son muchas las alumnas porque faltan referentes femeninos. Por otro lado, hasta hace pocos años no se tenían en cuenta cuestiones como la maternidad a la hora de competir», razona. Obstáculos que no han impedido que la alumna de Pilar —la profesora de instituto que le hizo en Mondoñedo «amar las matemáticas»— consiguiese una trayectoria brillante, de referencia a nivel mundial.