Álvaro F. Suárez, el diplomático y periodista de Ribadeo que vivió con Azaña en Francia

MARTÍN FERNÁNDEZ

RIBADEO

Álvaro Fernández Suárez con un amigo en Atenas, en 1959
Álvaro Fernández Suárez con un amigo en Atenas, en 1959 Archivo Martín Fernández

Nació en Porto-Couxela en 1906 y estudió Derecho y Economía en Madrid

10 sep 2023 . Actualizado a las 14:33 h.

Álvaro Fernández Suárez nació a la vida en 1906 en Porto-Couxela (Ribadeo). Pero nació al destino en Vegadeo. Porque fue allí, en un local del Fondrigo, donde con 17 años fue fiel escudero de Eustaquio Lago Galán, de 27, para fundar el quincenario Ecos Vegadenses que se publicó hasta 1938. Y una vez que probó el veneno del periodismo ya nunca pudo salir de la prensa y la comunicación. Fue abogado y economista, diplomático en París, Ginebra y Roma. Miembro del Partido Republicano, amigo de Azaña y exiliado en Uruguay y Argentina. Regresó a España en 1954 tras dejar constancia expresa de su antifranquismo y su conducta durante la guerra. Pero, sobre todo, fue un periodista, un escritor y un pensador enorme, injustamente olvidado. Como tantos.

En aquel local del Fondrigo habrían de nacer unos principios que nunca abandonó. Y que, cuando los dos idealistas y jóvenes cronistas fueron amenazados por distintos poderes, plasmaron su dignidad e independencia en unos versos que decían: “Yo tiro sin compasión,/ yo no admito subvención,/ ni me caso ni me vendo,/ de retóricas no entiendo,/ y al ladrón llamo ladrón./”.

En los años treinta estudió Derecho y Economía en Madrid y se inscribió en el Partido Republicano en cuyo boletín publicó sus primeros ensayos. Entre ellos, su tesis doctoral -publicada en 1930 con el título España. Su forma de gobierno en relación con su geografía y su psicología- en la que defendía instaurar una república federal. En ese tiempo trabajó para los diarios La Calle, de Barcelona, y El Sol, de Madrid e ingresó, por oposición, en el Cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado. Concluida la carrera, fue ayudante de Cátedra en la Universidad de Madrid, y amigo del poeta León Felipe y de intelectuales como Ayala, Alberti o Agustín de Foxá.

La 2ª. República lo nombró Agregado Comercial de la Embajada de España en París y eso le permitió representar al país en Ginebra cuando la Sociedad de las Naciones planteó sancionar a la Italia fascista. Al estallar la guerra, Álvaro Suárez trabajaba en la Embajada de Roma y fue llamado para incorporarse al gabinete del gobierno en Madrid, en Valencia y, al final, en Barcelona. Con la derrota de la República, huyó a Francia donde convivió con el presidente Manuel Azaña, también exiliado en Arcachon, localidad de Aquitania próxima a Burdeos.

De ese período y de su relación con Azaña, Álvaro escribió: «Podría contar muchas cosas de este gran hombre, en quién concurrían cualidades admirables con defectos calamitosos».

Y en julio de 1940, antes de partir hacia Uruguay, el ribadense le dedicó así uno de sus libros: «Al hombre más conocido y más desconocido de España». Una demostración de afecto que habría de adquirir, años después, una nueva dimensión cuando el escritor Cipriano Rivas Cheriff, cuñado de Azaña, tituló una biografía suya Azaña, retrato de un desconocido.

Exilio en Uruguay y Argentina, éxito de sus escritos y regreso en 1954

Tras una breve estancia el sur de Francia, Álvaro marchó exiliado al Uruguay donde pasó grandes penurias económicas hasta que logró diversas colaboraciones literarias y un empleo en la Universidad de Montevideo. Formó parte activa de los intelectuales republicanos expatriados en el país de los orientales: Margarita Xirgu, José Bergamín, José Carmona, Benito Milla... En Lealtad, el emblemático periódico del Centro Republicano Español, declaradamente anticomunista, firmaba sus colaboraciones como J. Laín...

Su primer trabajo en Montevideo, según Armando Olveira, fue en el semanario Marcha, del doctor Carlos Quijano, bajo el seudónimo Juan de Lara, con la columna Cosas vistas y oídas que se convirtió en santo y seña de la izquierda sudamericana desde su inicio en 1940 hasta su final, en 1954, cuando Álvaro Fernández Suárez regresó a España. En ese tiempo fue redactor del diario El Pueblo y publicó el libro El retablo de Maese Pedro. En 1949 se instaló en Buenos Aires donde colaboró en publicaciones como La Nación y en la prestigiosa revista Sur, fundada por Victoria Ocampo y otras como Realidad, que dirigía Francisco Ayala, o el magazine Atlántida, fundado por el uruguayo Constancio C. Vigil y que dio paso a la Editorial Atlántida. De su período en el Río de la Plata son obras como Se abre una puerta o Los mitos del Quijote.

En 1954 solicitó su regreso a España, a través de la Embajada española en Buenos Aires, y su propuesta fue admitida a pesar de lo mucho que había escrito contra el régimen franquista. Al poco de llegar, obtuvo el reingreso en el Cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado “con explícita constancia de mi ideología y de mi conducta durante la guerra civil”, según él mismo escribió. En Madrid fue subdirector de la revista Índice, publicó un innovador e incisivo ensayo sobre política agrícola, Los mitos agrarios, y fue finalista del prestigioso Premio Espejo de España en 1983 con su obra El pesimismo español, publicado por Editorial Planeta en 1983. Otras obras suyas fueron El tiempo y el hoy, Los mundos enemigos, España, árbol vivo, El camino y la vida o La ciénaga inútil.

Del eficaz olvido a un nuevo auge motivado por su centenario y su biobibliografía

Tras la muerte del general Franco, Álvaro Fernández Suárez dejó dos obras inéditas, la novela Seis alas para Serafín y la obra de teatro El fruto amargo, y el reconocido ensayo El pesimismo español. Sin embargo, a pesar de su valiosa producción periodística, ensayística y literaria, su obra cayó en el olvido tal y como denunció Ignacio Soldevila Durante -el filólogo valenciano que fue catedrático en la Universidad de Quebec (Canadá) y miembro de la Real Academia Española y de la Academia Norteamericana de la Lengua- en el I Congreso Internacional del Exilio Literario Español.

Murió en 1990 en Madrid, a los 84 años y solo en los últimos años su figura sufrió un nuevo y merecido reconocimiento y auge debido a la publicación de algunas de sus obras más relevantes con motivo de su centenario -la novela Hermano perro, La ciénaga inútil, Cuentos del exilio republicano, etcétera.-, a trabajos sobre su obra aparecidos en la revista asturgalaica de cultura Campo del Tablado y, sobre todo, a la publicación de una biografía exhaustiva suya escrita por su sobrino Luis Casteleiro Oliveros, profesor y miembro de la Sociedad Asturgalaica de Amigos del País, y galardonada con el Premio Padre Patac del año 2008. La obra lleva por título Álvaro Fernández Suárez, biobibliografía de un escritor eficazmente olvidado y fue publicada en 2009 por la Consejería de Cultura y Turismo del Principado de Asturias.