José Ángel Docobo: «Quizás sea un Quijote del Obra, pero hay más»

Manuel García Reigosa
M. G. REIGOSA SANTIAGO / LA VOZ

ANDAR MIUDIÑO

SANDRA ALONSO

Son do Obra Nadie suma tantas horas como él viendo al equipo desde la grada

12 dic 2018 . Actualizado a las 20:40 h.

Si cada obradoirista tuviese un cuentahoras en el que quedase reflejado el tiempo dedicado a ver al equipo desde la grada, ninguno se acercaría a los valores del de José Ángel Docobo. Su pasión es incluso anterior al nacimiento del club. Su memoria, prodigiosa, abriga recuerdos de los partidos del SEU en la Praza de A Quintana, con la escalinata como improvisada tribuna. Cuando desapareció, cogió el testigo el Compostela, por poco tiempo. Jugó en el Gimnasio de la Universidad, que a veces quedaba pequeño. Y allí arrancó el Obradoiro Club Amigos Baloncesto en el año 1970. Imposible para él adivinar entonces las vicisitudes que le tocaría vivir en primer persona.

José Ángel Docobo vio al Obradoiro en todas las canchas en las que jugó en Compostela y ahora lo disfruta como abonado en el Multiusos de Sar. En su etapa como presidente durante la larguísima travesía judicial también acompañó al equipo en la mayor parte de los desplazamientos por toda la geografía gallega. Eran tiempos en los que tocaba hacer los carnés, buscar patrocinios, cuadrar cuentas, ocuparse de los bocadillos para el viaje de vuelta... Tiempos de resistencia que le otorgan a su manera de sentir y defender el club una perspectiva única.

Solo estuvo físicamente alejado del Obra el tiempo que vivió en Zaragoza, entre el 73 y el 81. Y tampoco es exactamente así, porque cada vez que volvía a casa no perdía la oportunidad de ver a su equipo. Y cuando jugaba en la capital maña o en poblaciones cercanas, se acercaba.

«Entonces en Zaragoza jugaba el Helios -rememora-, que era uno de los grandes en la categoría. El Obradoiro casi le gana. Creo que aquel partido pesó mucho para que al año siguiente fichasen a Quino Salvo».

Puesto a rescatar momentos especiales también se queda con el ascenso a la entonces División de Honor. «Fue la temporada en la que volví a Santiago», indica.

El 30 de septiembre de 1992

Pero hay uno que sitúa claramente en primer lugar, y que remite al 30 de septiembre de 1992: «La directiva que encabezaba Murillo no estaba dispuesta a continuar. Era el fin. No lo podía entender. Había tres frentes judiciales abiertos. Tenía claro que en la alineación indebida de Esteban Pérez no había ninguna duda». Aquel mediodía habló de todo ello con su hermano Ricardo, y de una reunión que había por la tarde en la federación. Decidió acudir, para ver en primera persona qué pasaba. Lo que pasaba, según les explicó el secretario de la FGB, es que si el Obradoiro no inscribía al menos un equipo, desaparecía. Cuando salió de aquella reunión, José Ramón Mato y él habían dado el paso para esa inscripción, para evitar la disolución y continuar con la batalla jurídica.

Califica esa larga singladura como «una tortura psicológica». Pero el Obradoiro siempre se ha significado por su capacidad de resistencia y acabó ganando. Docobo solo flaqueó en su fe en una ocasión: «Fue cuando el juez decidió que no habíamos cumplido con las condiciones de ingreso en la ACB. Nos pedían las del 2003 y creíamos que nos tendrían que exigir las de cuando se disputó la eliminatoria de la alineación indebida, en el año 90. El Supremo aceptó nuestro recurso. Fue la clave».

Hay un tercer momento que le llena de orgullo y emoción: el primer partido en la ACB, el 10 de octubre de 2009: «Ver Sar lleno, ver al Barça de Ricky Rubio, Navarro, Lorbek, Fran Vázquez... Y, sobre todo, ver a aficionados que me decían que aquello era como cuando iban al viejo Sar con sus padres... El Obra había ganado antes de empezar».

Se le pregunta si al echar la vista atrás se siente como un Quijote que consiguió derrotar a los molinos de viento, sonríe y responde: «Quizás sea un Quijote del Obra, pero hay más». Quizás por eso el club tiene una identidad distinta a cualquier otra, la del utopismo posibilista.

«El alma de un club es su afición»

José Ángel Docobo ha vivido muchas y de todos los colores con el Obra y ese bagaje hace que sus reflexiones suenen más profundo. Desde esa atalaya hace un llamamiento: «Vivamos y valoremos este presente, en una ciudad pequeña como Santiago. No hay más que ver las que están en LEB, como Bilbao, Sevilla, Mallorca, Valladolid... Lo que darían por verse en la ACB».

Sabe bien lo que cuesta estar entre esos dieciocho clubes que compiten en la Liga Endesa para una plaza tan complicada como Compostela: «El gran reto del Obradoiro es mantener los apoyos con los que cuenta», en una doble dirección. «Sin el respaldo empresarial de quienes se han implicado en la gestión, en una ciudad con tan poca ayuda institucional, sería imposible. Y sin la afición, lo mismo. El alma de un club es su afición», afirma.

Por eso, si estuviese en su mano pedir algo, le gustaría ver «una mayor presencia de la entidad en la ciudad» y que Sar sea siempre ese punto de encuentro de una multitud de fieles que se identifican con el Obradoiro, que animan incondicionalmente y que también son una parte importante en el sostenimiento económico.

Lo resume en la dedicatoria del libro que regaló al club, en el que relata y documenta cómo ha sido esa travesía desde aquel 30 de septiembre de 1992 en que, junto con José Ramón Mato, cogió las riendas de la entidad hasta la conclusión de la primera campaña en la ACB: «Hemos luchado lo infinito para conseguir un Obradoiro eterno».

Por cierto, una temporada azarosa en la que tiene claro cuál fue el punto de inflexión: «Todo cambió con la marcha de Marc Jackson y la lesión de Hettsheimer». Con todo, fue una campaña de recuperación histórica y de afianzar raíces.