La semana no empezó bien. Tuve que viajar a Barcelona para arreglar lo de Junts y Esquerra, pero aquello no había manera de solucionarlo. Sospecho que decidieron llamarse Junts porque Mujeres, hombres y viceversa estaba pillado. El sábado tampoco empezó bien. Tras vivir dentro de una película de los hermanos Marx, el avión salió de Barcelona con más de noventa minutos de retraso. Al menos llegamos, que no es poco.
Ocupó su banquillo Aíto, respect. Un par de sillas a su izquierda Albert Sàbat, respect. Calentaba Girona, presidente incluido, y se me vino a la cabeza el viejo tango: «Antes eras Margarita, ahora te llaman Marc Gasol», respect.
Decía Moncho en la previa que, si anotas, puedes ser más agresivo en defensa y, si el rival no anota, correr. El Obra, con los Scrubb al mando y Bender y Blazevic superiores a sus pares, mandaba con claridad. Perdimos algo de frescura con las rotaciones y Girona iba y venía, aunque cada vez iba menos y venía más de la mano de Gasol. Los árbitros cabreaban a todos con las cuatro faltas pitadas a Girona en la primera parte, aunque es justo reconocer que al Obra le pitaron siete, que siendo casi el doble, tampoco son ninguna exageración. Sigan, sigan. Al descanso once arriba, como para quejarse, pero tampoco tanta ventaja habiendo metido más de un 60 % de 2 y del 50 % de 3.
La segunda parte empezó con una pérdida del Obra y canasta de Garino, respondidas con un parcial de 8-0. Los árbitros pensaron que tres faltas pitadas a Girona en tres minutos eran demasiadas y el partido se volvió a «ensuciar».
Es increíble lo que encaja Marek Blazevic cada partido y, aunque Marc Gasol pareció a punto de desquiciarlo, cómo lo encaja. Si el balón llega a ser suyo, lo coge, se lo lleva a casa y se acabó el partido. Pero esta vez Girona, negado con el aro, iba más que venía y Phil Scrubb y Bender dijeron «hasta aquí».