Illia Butenko, el refugiado ucraniano del Obradoiro que anhela poder abrazar a su abuela en casa

ANDAR MIUDIÑO

PACO RODRÍGUEZ

Su madre se quedó en Letonia y él lucha por su futuro a través del baloncesto sin perder la sonrisa, a pesar de las tribulaciones que le está tocando vivir

07 mar 2023 . Actualizado a las 20:36 h.

«Me llamo Illia. Soy ucraniano (Kajovka, 2007). Tengo 16 años. Estoy jugando y entrenando en el equipo del Obradoiro y estoy muy agradecido al club por ofrecerme esta oportunidad». Así se presenta el joven cadete, en un español con inequívoco acento, en un idioma que todavía no domina. Cada vez lo entiende más, pero le cuesta expresarse. Para contar su historia ejerce como traductora una compatriota, Svitlana Kanewvska, que lleva ya más de veinte años en Galicia.

La introducción, con esas palabras, podría ser el prólogo de tantas aventuras de jóvenes que buscan su futuro a través del baloncesto, como es el caso de Juan Bocca, argentino de 17 años que hizo las maletas para enrolarse en el filial del Monbus. Pero Illia viajó con poco equipaje, con las suelas del calzado desgastadas, literalmente. Él no pudo elegir. Es un refugiado que, con solo 16 años, cuando lo que corresponde es empezar a descubrir la vida, acumula experiencias que estremecen.

Illia ha encontrado en Svitlana un apoyo incondicional, una segunda madre. Y en el Obradoiro un segundo hogar. Su entrenador, Camilo Riveiro, es también su tutor legal. Y el club le ha conseguido una beca en la residencia de San Martiño Pinario.

Hasta febrero del 2022 no podía siquiera imaginar las tribulaciones que le esperaban. Dos meses más tarde se despedía de su abuela, que decidió quedarse en su hogar de siempre, y empezaba un viaje de varios días, junto con su madre, hasta llegar a Letonia. En esa singladura, con temperaturas muy bajas, vio como los que eran ya un poco mayores se turnaban para arropar y ayudar a los más pequeños.

En Letonia se instalaron el joven cadete y su madre, y en verano le llegó la oportunidad de asistir a un campus de baloncesto en Vilagarcía, junto a más compatriotas, en una iniciativa en la que se implicó Artem Pustovyi, que jugó durante tres temporadas en Sar y ahora milita en el Murcia. Pepe Casal, presidente de la Fundación Obradoiro, recuerda que en ese campamento, durante el estío, lo vio Víctor Pérez, ayudante de Moncho Fernández. Fue quien puso al club sobre la pista para incorporarlo.

Quienes conviven con Illia subrayan que nunca pierde la sonrisa, y no es fácil sobrellevar la incertidumbre de los suyos en la distancia.

Bombas a pocos metros

Svitlana comenta que el joven tiene permiso para contactar cuando quiera, a cualquier hora, siempre que lo precise. No suele venirse abajo, pero sí hubo un día en el que necesitó esa conversación: «Le acababa de llamar la abuela, llorando, para despedirse, porque habían sufrido un ataque ruso y una de las bombas había caído en la finca del vecino. La onda expansiva afectó a su casa y le comentó que si aquella era la última vez que podían hablar, que no olvidase que lo quiere y siempre lo querrá».

Illia conoce de primera mano el sufrimiento a pie de obra y desde la distancia, pero también sabe lo que es la solidaridad y el afecto en esta etapa en Compostela, no solo por cómo lo han acogido los compañeros. Lo mismo puede decir de sus familias, que se organizaron en Navidades para que se sintiese como en casa durante el tiempo que estuvo de vacaciones la residencia en la que reside. O de la dentista de Svitlana, que no solo no le cobró la consulta sino que le regaló un chaquetón por su cumpleaños. O del trato que recibe en San Martiño Pinario. O de las frecuentes visitas de Iván Villar desde Vilagarcía, uno de los organizadores del campus. Siempre tiene alguna puerta a la que llamar. No es lo mismo que estar en casa, pero no se siente solo.

Eso sí, al echar la vista al frente, sabe que quiere ser jugador profesional de baloncesto. Al margen del deporte, le gusta la rama sanitaria. Pero cuando se le pregunta que espera del futuro, no tiene dudas: «Que se acabe la guerra y poder abrazar a mi abuela», además de volver a saborear sus desayunos con tortitas y mermelada.

Entre tanto, seguirán conectados a través de Internet, aunque para ello la abuela tiene que buscar una zona con cobertura en las inmediaciones de su casa. Illia está a la espera de que la madre termine de tramitar el pasaporte para poder hacerle una visita en Santiago. Y disfruta del baloncesto, de la gastronomía, porque le gusta todo pero especialmente «el caldo gallego», de la ciudad y del equipo. Sin perder la sonrisa.

La química del primer equipo

 Cuando los estudios y los partidos del conjunto cadete no lo impiden, Illia Butenko acude a Sar para ver al Monbus Obradoiro. Lo que más destaca es que «juega en equipo, hay buena química». Algún día le gustaría estar sobre ese parqué, en la ACB. Está en el camino, desde sus más de dos metros y su predisposición al trabajo. Empezó a jugar con siete años y en su breve paso por Letonia tuvo ocasión de entrenar con el padre de Timma, el que fuese alero del Baskonia.

Tiene en su compatriota Artem Pustovyi algo más que un amigo, con el que mantiene contacto. El pívot internacional es uno de los que ha hecho posible la llegada del joven al Obradoiro. Dentro de un mes estará en Sar con su actual equipo, el Murcia, y cuando se le pregunta a Illia quien quiere que gane ese día, prefiere dejar la respuesta para mejor ocasión, quizás porque el baloncesto no admite el empate.