El desenlace de Girona se suma a una cadena de partidos en momentos clave de la temporada que se le escaparon de la manera más cruel
06 mar 2024 . Actualizado a las 22:17 h.De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, la expresión rizar el rizo se puede entender como «hacer algo de máxima dificultad para demostrar habilidad o destreza» y también como «complicar algo más de lo necesario». En las dos cosas es especialista el Monbus Obradoiro, sobre todo en escoger el camino más difícil. Son varios los ejemplos al respecto.
Le pasan cosas de las que es complicado encontrar episodios en otros lados. El partido de este fin de semana es uno de los casos. Álvaro Muñoz se resbaló en uno de los vinilos de la pista y sufrió una grave lesión de rodilla. En el último ataque, los locales también sufrieron un par de resbalones, pero consiguieron mantener la posesión y anotar a falta de dos décimas de segundo. De sumar la séptima victoria y dejar al rival con ocho, el equipo se queda con seis y los catalanes con nueve.
En la temporada 15/16 el colectivo de Moncho Fernández empezó muy bien, con cinco victorias en los primeros ocho partidos. De los siguientes veinte solo consiguió ganar dos.
En la vigesimoctava jornada visitaba al Estudiantes, los dos con siete victorias, penúltimo y antepenúltimo. En la primera vuelta ganaron los santiagueses, 73-71. En la segunda perdieron, pero aseguraron el basketaverage.
Con empate a 70, a Pepe Pozas se le escapó una bandeja que parecía hecha. Kolesnikov hizo falta sobre Jaime Fernández a falta de un segundo y una décima. El escolta solo anotó un tiro libre. Y sobre la bocina Alec Brown estuvo a punto de conseguir un palmeo. La semana siguiente el Obra ganó al Murcia en Sar. Y certificó la permanencia en la penúltima jornada en Andorra.
En la temporada 21/22 el Obradoiro tuvo que sobreponerse a otro duro golpe. Recibía en la antepenúltima jornada al Real Madrid y una victoria la daba la permanencia. Parecía una misión casi imposible, pero el partido se decidió en la última posesión. Los locales hicieron una gran defensa, Llull tiró muy forzado y aquel balón no iba a tocar aro. Pero no se sabe bien cómo ni de dónde, apareció la intuición de Abalde para coger la pelota y, sobre la bocina, darle la vuelta al marcador. Una semana más tarde el Obra fue capaz de ganar en Badalona y asegurar la permanencia.
El más difícil todavía remite a la temporada 11/12, también en la recta final. A falta de cuatro jornadas el Obradoiro visitaba al Estudiantes. Un triunfo le aseguraba la permanencia. Cayó claramente, 89-72. A la semana siguiente tenía otra oportunidad, en Pucela, ante un Valladolid ya descendido. Perdió, 81-75. Hasta allí se desplazaron unos 500 aficionados que, a pesar del varapalo, fueron los primeros en animar al equipo ya en la explanada del pabellón, antes de emprender viaje de vuelta en autobús.
Siete días más tarde el Obradoiro bordó el baloncesto ante el Valencia en uno de esos partidos que quedan grabados en la memoria de los espectadores que lo presenciaron en directo.
Aunque en otro contexto, uno obradoirista ilustre, el armonicista de talla internacional Marcos Coll, probablemente resumió esa esencia en una reflexión, al hilo de lo que le sucedió a Waczynski en el partido de cuartos de final de la Copa del Rey disputada en A Coruña: «Cuando tiras a meter no entra, cuando tiras a fallar anotas. Es el Obra».