Yo soy yo y mis circunstancias y las circunstanciales, pero también las sustanciales, nos habían traído hasta aquí. Mañana habrá tiempo de analizarlo, hoy solo tocaba agarrarse a lo que estaba en nuestra mano, ganar a la Penya. Como diría el gran Arsenio Iglesias: «Había que venir llorados a casa».
El partido se inició con el, ya clásico, «en pé ata a primeira canastra». Yo me puse de costado, si me sacaban en la tele, que no supieran si estaba subiendo o bajando; no era cuestión de dar demasiadas pistas en Granada. Tampoco era cuestión de dar facilidades a la Penya y, en cambio, «vaya debut». Si parecía que su mayor peligro podía llegar desde el 1 (Feliz y Evans) y desde el 5 (Tomic), llegó desde el 4. Ruzic hizo sangre de Timma desde fuera y desde dentro y nos metió 14 puntos en un visto y no visto. En ataque las cosas no iban mejor. Podríamos achacar a los nervios el escaso acierto en el tiro, si no fuera porque es un mal que venimos arrastrando toda la temporada. Si no metes no ganas y Dotson y Blazevic (0 puntos de Howard y Timma) no bastaban para plantar cara. 17-25 al final del primer cuarto.
Suárez y Blazevic mejoraron, y de qué manera, el juego y la defensa local. Marek (10 puntos) puso el 30-30, Scrubb adelantó al Obra y Dotson puso con un triple sobre la bocina (cómo me recordó al de Scrubb en Burgos, menudo simbolismo) el 45-35.
Quedaba tan poca liga como mucho partido y era hora de saber diferenciar intensidad y precipitación y poner los cinco sentidos en Sar.
Salimos del descanso algo «empanados», un par de malos ataques y Joventut haciendo daño en el rebote ofensivo. En cambio, gracias a un par de contraataques que terminaron en 2+1, fue Miret quien se vio obligado a parar el partido con un 55-41. No surtió efecto en Santiago, donde la ventaja se fue hasta un 70-48, pero sí pareció tenerlo en Granada, donde Gran Canaria se paró en seco y encajó un parcial de 26-4.
Quedaban siete minutos en Sar con todo decidido y la grada pendiente de Granada. Si se volviese a escribir la Biblia, los dos últimos y eternos minutos de ese partido servirían para definir el purgatorio.
Llegamos a tocar la puerta del cielo, pero alguien se había olvidado las llaves en casa. Se vienen muchos cambios. Nada será lo mismo.