Moncho Fernández confirma el final de «una aventura inenarrable» en el Obradoiro
ANDAR MIUDIÑO
«Hoy he sabido que dejo de ser entrenador del equipo», resumió en su carta de despedida
17 may 2024 . Actualizado a las 00:20 h.Se veía venir, pero faltaba la oficialidad y quedan por conocerse los detalles, pero Moncho Fernández ya no es entrenador del Obradoiro. Lo confirmó él mismo pasadas las diez de la noche a través de una carta que publicó en sus redes sociales. En el club, ni en la web ni a través de comunicado alguno, había rastro de la noticia.
El párrafo que encuadra el adiós, sin entrar en la intrahistoria, es el que sigue: «Hoy he sabido que dejo de ser entrenador del equipo. Doy las gracias por haber podido ejercer durante estos casi catorce años el -para mí- mayor honor. Han sido 5.038 días apasionantes; una aventura inenarrable muy intensa, llena de emociones, sentimientos, alegrías y tristezas».
Lo resumió así después de poner orden en su estado emocional: «Moriré como nací: del Obra. Ocurre que en la vida, de la cuna a la tumba, se suceden las etapas. Y en estas horas tristes, una de ellas toca a su fin. Por eso os escribo. Lo hago con pesar, pero al mismo tiempo feliz y orgulloso de haber formado parte de algo tan grande».
Y a partir de ahí da paso a la cascada de agradecimientos, empezando por los dirigentes: «Gracias a aquellos que confiaron en mí hace tantos años como cabeza de un proyecto que soñaba con volver a la ACB. Gracias al presidente y al consejo de administración (tanto a los que estaban entonces como a los que están ahora) por brindarme la oportunidad de dirigir un proyecto lleno de ilusión».
Chete Pazo y José Luis Mateo
A continuación resaltan dos nombres propios: los dos directores generales con los que coincidió. A Chete Pazo, que fue quien lo fichó, lo dibuja como «el arquitecto y pintor de un lienzo en blanco, que acabó siendo un precioso cuadro». A «Jose» Luis Mateo le reconoce su «buen hacer, capacidad de trabajo y apoyo durante todas las temporadas en las que se escribieron las páginas más gloriosas de este club». Y añade: «Me demostraste que profesionalidad, criterio y conocimiento no están reñidos con la amistad y el mejor humor».
Y finaliza acordándose del personal del Multiusos de Sar, de todos los mensajes que le han llegado estos días, a pesar de la decepción del descenso, y de los medios de comunicación.
Y así, en una lluviosa noche del mes de mayo se escribieron las últimas líneas de una aventura que arrancó en el verano del 2010, cuando un compostelano, Chete Pazo, pensó que otro santiagués, Moncho Fernández, era el más indicado para liderar desde el banquillo un proyecto fascinante, porque la historia del Obradoiro no deja de ser una cadena de secuencias que quizás algún día merezcan ser noveladas.
Demostraron que el talento puede estar en casa, que aquello de que uno no nunca es profeta en su tierra no es cierto, que la alquimia podía hacer su magia en Sar para luchar contra otros proyectos que, casi siempre, tenían más medios económicos y materiales.
La manera en que Moncho Fernández regresó a la pista de Sar tras la decepción del descenso para despedirse de los varios cientos de aficionados que todavía estaban en las gradas ya sonaba a un adiós. El paso de los días sin noticias, ni en un sentido ni en otro, hacía dudar si era un adiós temporal, hasta el próximo proyecto, o definitivo.
Finalmente, en la víspera de las Letras Galegas, el consejo de administración anunció a última hora de la mañana que empezaba a trabajar ya en el nuevo proyecto. Y por la noche, Moncho Fernández confirmaba que él ya no tiene billete para esa singladura.
Un ascenso, doce permanencias, un descenso, poco desgaste y menos flequillo
Moncho Fernández conectó con la afición desde el minuto uno. Durante estos catorce años probablemente ha sido el mejor portavoz del club, porque nadie le tenía que explicar qué es el Obradoiro, cuál es su historia, cómo se vive el baloncesto en Sar. Porque es un obradoirista más que ya iba en pantalón corto a los partidos del viejo pabellón.
Consiguió el ascenso al primer intento y pronto se ganó las simpatías en la ACB por su vehemencia en los gestos, por su peculiar acento en inglés, por aquella célebre frase del «do the fucking rules» que decía mientras aporreaba la pizarra magnética, por el flequillo que lo acompañó durante muchas temporadas y que con el paso del tiempo fue perdiendo poderío capilar a la par que iban ganando terreno las canas.
En catorce años sumó un ascenso, doce permanencias, un descenso y muy poco desgaste. A pesar de la decepción del adiós a la ACB, todavía en caliente, lo único que recibió por parte de Sar fue cariño y reconocimiento.
Se despide con el dolor de no haber podido lograr la decimotercera permanencia, por muy poco. Pero se va por la puerta grande del obradoirismo.