El sábado, después de la derrota ante el Fuenlabrada, Gonzalo Rodríguez estaba más fuera que dentro del Obradoiro. El domingo pasó sin novedades y el lunes incluso empezaron a aparecer nombres sobre posibles sustitutos. Esa realidad es incuestionable.
La situación creada no deja de ser kafkiana, con tintes surrealistas. A nadie se le escapa que el club ha perdido la confianza en el entrenador. Debate distinto es el de los partidarios de un cambio en el banquillo y los que creen que lo mejor es la continuidad. Unos y otros pueden esgrimir argumentos para sustentar sus posturas.
Lo que no se sostiene es poner a un entrenador a los pies de los caballos y hacer como si nada pasase. Si Gonzalo Rodríguez sigue, y parece poco probable que así vaya a suceder, cada partido sería un examen y tendría la espada de Damocles sobre su cabeza.
Si no continúa, está por ver cómo explica el club estos dos días de esperpento y silencio, porque lo que está haciendo es alargar una agonía innecesariamente y perder tiempo.
De momento, el Obradoiro ha creado una situación de confusión innecesariamente. Lo que queda por saber es cómo consigue desenredar la madeja y de qué manera puede afectar al equipo todo lo que está sucediendo. Entre tanto, que pare la orquesta, para no parecer el Titanic.