Isabel Seoane recibió en Madrid, junto a su hermana María, la Medalla al Trabajo como reconocimiento a medio siglo de plena dedicación de las ostreras de A Pedra
Más de medio siglo ofreciendo uno de los grandes manjares de la gastronomía gallega a comensales de todo el mundo bien merece un reconocimiento. El mismo que el Consejo de Ministros concedió en el 2013 a las vendedoras de ostras de A Pedra al concerderle la Medalla al Trabajo. «foi precioso, marabilloso, un día dos máis felices», recuerda hoy emocionada Isabel Seoane, la única ostrera que sigue al pie del cañón y que recibió el galardón, junto a su hermana María, de manos de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y de la ministra de Trabajo, Fátima Báñez.
«Las últimas ostreras celebran la Medalla de Oro al Trabajo», titulaba La Voz el día que se anunció la concesión del premio. Antes de recibirlo, Isabel enseñó y habló de su trabajo en un vídeo en el que se sintió como una estrella de cine. «Estaba isto cheo de cámaras», relata aún asombrada. «Despois fomos a Madrid, eramos catorce os galardonados; pero mulleres, só eu, todo eran homes», recuerda. «Ademais eu falei moi ben. Todos tiñan o seu papeliño para falar pero eu non levaba nada preparado, falei o que me saíu da cabeza», declara sobre un discurso en el que no faltaron agradecimientos ni un sentido recuerdo a todas las ostreras que desempeñaron su labor en A Pedra, lo que motivó las felicitaciones por parte de las ministras.
La nota divertida de la ceremonia la protagonizaron Isabel y el galán de las tablas Arturo Fernández, que estaba también entre los premiados por su trayectoria como actor. «Alí había de todo para picotear e díxome Arturo Fernández: ‘‘O que faltan son as ostras de A Pedra’’», desvela la vendedora dejando escapar una sonora carcajada.
Pero lo mejor estaba por llegar y ocurrió un día después de recibir la medalla. «Así como saín da casa, todas as amigas a felicitarme», revive Seoane con emoción.
La situación del sector en aquella época no era la mejor. El número de vendedoras se había reducido a solo dos -así sigue siendo en la actualidad- y el volumen de ventas registraba mínimos históricos. «Este verán vendeuse ben e nas festas hase de vender tamén», afirma Seoane con optimismo mientras anima a una pareja de turistas a probar un plato de ostras en A Pedra. «Antes vendíanse moitas máis, pero agora tamén vai ben», resume medio siglo de negocio.
Sin querer revelar su edad, esta vendedora, que lleva cerca de medio siglo despachando ostras en la calle Pescadería, se mantiene firme en su idea de seguir en activo mientras la salud la respete. Algo que ya afirmaba en el año 2013, días antes de recibir tan preciado galardón. «Non, non, non, non, de momento eu estou ben, trato con moita xente moi boa e quérenme, teño moitos clientes», responde al ser cuestionada sobre la posibilidad de colgar el mandil.
A lo largo de su trayectoria vivió en primera persona los múltiples cambios que sufrió el entorno de A Pedra. Antes vendían a la intemperie, ahora lo hacen bajo techo. Pero lo más notorio es la reducción del número de ostreras. Isabel Seoane es la única y comparte calle con Fernando Martínez, sobrino de Mari Carmen, una icónica vendedora.
«Era moi noviña, este posto xa era da miña nai, despois veu a miña irmá. Miña nai faleceu sendo moi nova e eu vin a axudarlle a miña irmá», explica Isabel sus inicios. «Aquí sempre hai relevo», asegura la vendedora confiada de que su puesto no quedará vacante el día que decida jubilarse. «Ademais teño un empleado que me axuda», puntualiza.
Algo que permanece inmutable con el paso de los años es la clientela. «Teño moitísimos clientes que despois de 40 anos seguen vindo a tomar as ostras», asegura.
La de vender este preciado molusco es una labor muy exigente, en el mercado de A Pedra no se descansa nunca, aunque desde hace varios años Isabel reserva unos días, no muchos, para tomarse un merecido descanso. «Aquí trabállanse domingos e festivos, pero tamén teño vacacións. Antes as collía a finais de outubro, agora as collo a finais das festas. Vinte días, non da para máis porque hai que atender o posto», explica siempre sonriente.
Lleva toda la vida rodeada de ostras pero para nada está aburrida de ellas. «A min encántanme e nunca me sentaron mal», remata.
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