«Dicen que yo hacía bien el famoso dry martini, y algo de cierto sí hay»

AROUSA

Buen bailarín y mejor amigo, Luis encarna la mitad de la historia centenaria del Club de Regatas de Vilagarcía, al que llegó de botones y abandonó como toda una institución

26 jul 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

«Hombre, si te soy sincero, al club no lo echo nada de menos. Echo de menos a la gente, claro que sí, pero no el trabajo, que fueron 48 años, caramba, y ahora se está muy bien así». Luis llegó al Real Club de Regatas de Vilagarcía a mediados de los cincuenta. «Antes de la mili ya estaba yo aquí, de botones, con un traje de marinero, que era lo que se llevaba».

El piso de madera del gran salón brillaba hasta deslumbrar. Lógico, puesto que la primera tarea diaria del personal era darle su señora capa de cera. Corrían los buenos tiempos del club. «De junio a septiembre veníamos a las nueve de la mañana y hasta las cuatro de la madrugada no salíamos». Antes del mediodía se tomaba el vermú. «Dicen que yo hacía bien el famoso dry martini, y algo de cierto sí hay porque yo también lo probaba, aunque nunca me gustó la ginebra», confiesa Luis.

A la hora de la retirada, los jóvenes esperaban a sus padres en las escaleras que dan acceso al primer piso. «A partir de las doce se jugaba al póker, y antiguamente la partida se hacía arriba, en la mesa más grande, la de siete personas». Jugadores y camareros compartían su propio código para hacerse entender de arriba a abajo. Dos toques para pedir cerveza; uno para el agua. No faltaban, tampoco, almuerzos y cenas. «Había mucha costumbre de coger el pulpo en La Marina [tú no te acordarás, pero en lo que hoy es La Marina antes había dos locales, el que te digo y La Banderita], la señora Manuela lo hacía estupendo, y traerlo para aquí». Cuando la partida era de las buenas, mejor «una tortilla o unos sándwiches del California».

Luis conoció el mar bañando la avenida de A Mariña. La rampa que se abría frente al club, «el hotel Casablanca, con su famosa terraza», imágenes de una Vilagarcía desvanecida a golpe de relleno. «Lo que han movido es el mar, porque el Club de Regatas está en el mismo sitio».

En su día, los propietarios del desaparecido hotel lo eran también de las dos plantas superiores de la sede del club, que finalmente fueron adquiridas por los socios. De aquella época queda el recuerdo de las habitaciones con baño individual.

En verano la cosa estaba más difícil, pero no todo, claro, era trabajo. «Siempre me ha gustado ir al cine, diario, y también a las fiestas, a bailar. Todavía lo hago, ¿eh?». La pandilla de amigos procuraban no perderse una, «a Santa Marta, al pulpo a San Simón...». Y todos los años, a Canarias «con unos amigos que también venían por aquí; aún estuve un par de semanas este mismo año, en Carnavales».

Los recuerdos fluyen con naturalidad. La mesa de billar de tres bolas, las partidas de Juan Varela de Limia, el recorrido por la ría con don José Pita, ostras, vino y final en el Chocolate. La misma naturalidad con la que Luis pasea hoy por el salón del club. No lo frecuenta demasiado, pero sus puertas están abiertas para él. ¿Por qué no una cerveza?