Salvo muy contadas excepciones, debidas casi todas ellas al esfuerzo de un puñado de particulares, nunca ha hecho Galicia demasiado caso de su abundante patrimonio náutico. El último ejemplo de este descuido pertinaz es un antiguo inquilino del puerto deportivo de Vilagarcía, probablemente el último buque de cabotaje que nuestras aguas vieron en activo. El Carmen Barcia es un motovelero de madera, construido en 1953 en los astilleros Montes Ferrín de O Freixo (Outes) por encargo de la empresa Navales Barcia. Sus mejores tiempos los consagró a cargar madera en la ría de Muros y Noia, y otros puntos de la costa gallega, para transportarla hacia el sur. De puertos andaluces y africanos traía de vuelta aceite, sal y vino. Tampoco le hizo ascos a la chatarra con destino a Asturias y al País Vasco, de los que regresaba con cemento y carbón. En sus singladuras mediterráneas, a lo largo de las cuales tocó Baleares, Cataluña y las costas francesas, portaba soja, algarroba, abonos y sal. Aunque en 1962 cambió de propietarios, siguió dedicándose al porte de mercancías a lo largo del Cantábrico. En 1966 fue rebautizado como Ramón del Valle-Inclán para padecer, en 1975, su transformación más radical: convertido en draga para la extracción de arena del río Ulla, acabó embarrancado malamente en Pontecesures. Fue allí donde Carlos Fernández y su mujer, recién llegados de Madrid para poner en marcha un negocio de chárter náutico, se toparon con él, en 1994.
Comenzó entonces una aventura apasionante que, si nadie lo evita, culminará en un final no precisamente feliz. La pareja inició la restauración del Carmen Barcia, primero con sus propios medios, comprometiendo su patrimonio personal, y a continuación, entre el 2000 y el 2004 gracias a una aportación de 180.000 euros de la Consellería de Pesca. El motovelero se albergaba ya entonces en el puerto deportivo de Vilagarcía. Diez años después del inicio del proyecto, en el 2004, la inversión total ejecutada en el barco ascendía a 430.000 euros. Con ellos, su recuperación había avanzado hasta alcanzar un 70% del estado final previsto. Sin embargo, una serie de problemas personales encadenados frenaron su avance. Este hecho, unido a la cancelación de las ayudas oficiales, ha llevado a Carlos Fernández, su actual propietario, a poner el buque a la venta. «Mi deseo -confiesa- es que, tras 16 años, el barco pueda quedarse en Galicia». Pero no es fácil. Los ayuntamientos de Vilagarcía y Noia conocen la oferta. También la Autoridad Portuaria, que colabora con el proyecto en materia de tasas y tarifas. Pero de las conversaciones no ha surgido ningún compromiso. Carlos está abierto a fórmulas de propiedad compartida o societaria. A cualquier modelo que evite el naufragio de una pieza a la que la Federación Galega pola Cultura Marítima considera única. Un pedazo de la memoria de todos que no merece ser amputado.