A Nano Besada, el amor por el cine le viene de familia. Antes de que a O Grove llegase la luz eléctrica, su abuelo abrió una sala de proyección. Fue allí donde empezó a gestarse la pasión de este meco por las buenas películas y fue allí, también, donde conoció a su esposa. Con la pasión por el celuloide corriendo por sus venas, a Nano le vino al pelo abrir su tienda de electrodomésticos en la Praza de Arriba y empezar a vender vídeos. Un invento que lo fascinó desde el principio. Permitía ver grabaciones propias, permitía visionar tantas veces como se desease los programas favoritos de televisión, y permitía, también, disfrutar de las mejores obras del séptimo arte.
Besada no tardó en llegar a la conclusión de que, para poder vender vídeos, era necesario completar la oferta que realizaba a los grovenses y poner a su alcance películas. Y ni corto ni perezoso, este grovense que no se arruga ante nada (inició un campaña contra el musculoso gobernador de California, Scharzenegger, cuando condenó a muerte a un reo), decidió empezar a explorar el negocio del alquiler de películas. Toda una aventura en un tiempo -arrancaban los 80- en el que en Galicia solo había dos videoclubes: uno en A Coruña y otro en Santiago. De la mano de Besada, O Grove se colocaba a la vanguardia audiovisual. El sueño que entonces comenzaba se ha terminado. Este verano, cansado de pelear contra los piratas de Internet, Nano Besada ha decidido cerrar su videoclub y concentrarse en la venta de electrodomésticos. Lo ha hecho como lo hace todo en la vida. Con pasión, con ganas de seguir adelante y de trabajar, trabajar y trabajar. Alumbrando ideas. Para Besada, cerrar el videoclub significa cerrar una etapa de su vida que le ha producido muchas satisfacciones, pero también muchas angustias. Durante 18 años se empleó a fondo para organizar a un sector obligado a vivir de reconversión en reconversión. Ayudó a nacer a prácticamente todas las asociaciones profesionales, y participó en arduas negociaciones con ministerios, productoras y la Sociedad General de Autores. Una entidad con cuya existencia está «totalmente de acordo». «Eu estou a favor da SGAE, de que se representen os dereitos dos autores, a favor do recoñecemento da propiedade intelectual. Se eu vivo de alugar películas, vivo do traballo desa xente, e entendo que unha parte das miñas ganancias ten que ir para eles. O caso é canto», sentencia.
Cuenta Nano que en el mundo de los videoclubes no ha habido grandes etapas de vacas gordas. Cada vez que las cosas empezaban a ir bien, alguna novedad irrumpía en el escenario. Como el deuvedé. «Tiven que sacar 5.000 pelis en VHS do videoclube», cuenta. Acabó vendiéndolas en lotes de diez, a tres euros cada película. Ahora que se ha visto obligado a cerrar el negocio esa fórmula no le ha servido de nada. «Teño 58 millóns de pesetas de películas na casa», señala. Unos 7.000 deuvedés que nadie quiso comprar. En Internet se encuentra todo.
El ocaso de los videoclubes es culpa, dice Besada, de quien no fue capaz de poner coto a los desmanes que se producen en la Red. Cuando se comenzó a bajar música de forma indiscriminada, «decateime de que estaban cortándolle as barbas ao meu veciño, e puxen a remollo as miñas». Había quien aseguraba que bajar películas de Internet era cosa de ciencia ficción, pero ese alguien se equivocaba. Y así están los videoclubes como están, agonizando. El de Nano llevaba tres años en la UVI. Si decidió aguantar fue por ese aquel romántico que marca su carácter. Y porque confiaba en que la ministra de Cultura, González Sinde, hiciese algo por el sector. Pero se equivocaba, reconoce ahora con tristeza. «Levo tres anos perdendo cartos, e nos últimos seis meses perdín 4.000 euros. Seguía aberto por unha cuestión de orgullo, pero o orgullo está reñido cos negocios», sentencia.