ESHay gente que, de no existir, habría que inventarla. Gente que siempre está ahí, dispuesta a ayudarte. Porque sí, porque tiene un don. Gente que sin pretenderlo ni quererlo, y sin que tú te enteres, que es lo bueno, ayuda, y cómo, a conformar tu carácter, que es tanto como guiarte por esta loca pero apasionante carrera de obstáculos que es la vida.
Si hay una frase que me acompañará siempre ?lo viene haciendo desde hace casi treinta años? es: «Hola, Juani, ¿está Carlos?». Y estaba, aunque no estuviera allí. Así era él, y me consta que para muchos otros: el comodín de la llamada. Con él aprendí a ser paciente (aunque no lo consiguió del todo), a tender puentes, a ver las cosas desde un punto de vista distinto al propio (único modo de intentar aprehenderlas), a que no hay nada imposible y que nunca hay que darse por vencido (cuando dudabas, siempre te señalaba su título de arquitecto, en el que figura: nacido en ¡Vilaxoán!). También a ser metódico, ya fuera preparando las ensaladas ¡siempre muy cortaditas!, o revisando el Plan General, cuya acta final cuelga todavía, enmarcada, en su despacho. Con él aprendí a comprender y a querer a esta ciudad, desde el primer día en que hablé con él, en unas lejanas charlas en la Casa del Mar sobre el urbanismo en Vilagarcía.
Desde aquel día, Carlos Equis, Carliños, Carlocho o don Carleone ?como le llamaba otro buen amigo para expresar su capacidad de amalgamar personas e ideas?, se convirtió para mí en mi hermano mayor, ese hermano que, también, de no existir, habría que inventarlo. Y yo lo hice. Y desde entonces no hubo una sola decisión trascendente en mi vida en la que él no participase.
Amigo con mayúsculas
El Amigo con mayúsculas. En el que podías confiar con fe ciega. El amigo que me ayudó a publicar mi primer libro, conseguir mi primer premio y mi primer trabajo, el amigo con el que, en una sola noche, escribimos, en el añorado y pequeño estudio de la plaza del doctor Carús, un trabajo sobre los cines en Vilagarcía por el que, incluso, nos dieron un premio. El amigo que vio crecer a mis hijos y yo a los suyos, hasta que se hicieron mayores y nosotros todavía más. El amigo que me llevaba a dar paseos ¡viendo obras!, propias y ajenas, o a disfrutar de exposiciones allí donde estuvieran.
Ese mismo amigo de sus amigos que hasta el último momento, con la voz ya muy débil, trató de tender puentes entre unos y otros cuando otro amigo arrojó la toalla. Otra vez ?la última vez? con el comodín de la llamada intentó convencerles de que hay que respetar la discrepancia, buscar lo que une y no lo que separa, centrarse en el árbol y no en el bosque; convencerles, en fin, de que no hay nada perdido, que hay que pelear? y lo decía quien sabía que sí lo tenía perdido. ¡Ay, cuánto tendrían que aprender tantos de su sabiduría y de su legado!
Otro amigo decía ayer que pocas veces había sentido una sensación parecida, la del desamparo. Y es una buena, magnífica definición.
Además de arquitecto y sociólogo, coleccionista de arte y tan ávido como crítico lector de periódicos, pero sobre todo amigo, Carlos era un cocinillas. Le encantaba Karlos Arguiñano, que le acompañó hasta sus últimos días. Muchas veces comentábamos tanto las recetas como sus chistes.
El último fue este: «A ver, Jaimito, ¿tú rezas antes de cenar?». «¿Yo? No», contestó Jaimito. «Pero, ¿cómo?», dijo el profe. «¿Para qué? Mi madre cocina bien», remató Jaimito. Pues eso, Carlos, no esperes que rece por ti. ¿Para qué? Te quiero.
s bien cierto que cuando un amigo se va difícilmente se puede llenar el espacio que deja vacío, más aún cuando su huella es tan profunda e indeleble que tiene vocación de perpetua.
Carlos Berride se fue, pero son tantos los momentos compartidos, tan intensos, tan trascendentes, que siempre permanecerá en nuestra memoria y en nuestros corazones.
Fortaleza ante la adversidad
En gran parte le debo a él haber sido alcalde de mi ciudad. Gracias a su energía vital, a sus consejos, a su enorme capacidad para el trabajo en equipo, a su fortaleza ante las adversidades y a su clarividencia para resolver los problemas, mi ánimo jamás quebró, contagiado por su optimismo preñado de carcajadas tan alegres que convertían cualquier desazón en un reto a batir. A sus pasiones naturales, su familia, sus amigos y su profesión, se sumaba la de su cariño entrañable por Vilagarcía, empeñado siempre en trabajar en defensa del interés público sin escatimar tiempo y esfuerzos.
Ejemplo para el futuro
Nos dejas, sí, pero te quedas, porque tu decidida e inestimable aportación a la vida social, cultural y política de tu ciudad, de nuestra ciudad, jamás se perderá, y servirá de ejemplo a seguir en el futuro. Me parece estar viéndote entrar en mi despacho, como tantas veces, con tu saludo pletórico de entusiasmo: «Hola, jefe. Buenos días». Adiós, Carlos. Hasta siempre.
iempre estuviste ahí. Desde la aportación más sencilla hasta la postura más firme, pero con un criterio y un aplomo digno de cualquier situación. Como si de una jugada del destino fuese, todavía hoy nos abriste los ojos para demostrar que la importancia de las cosas radica únicamente en lo más vital, en lo más fundamental, y no en giros y vueltas que no están apegadas a la esencia, que era lo que tú siempre buscaste.
El hombre del consenso
El hombre del consenso se ha marchado, ese hombre siempre acompañado de una Luz siempre encendida, brillante y fuerte. Sin pretender hacer ruido, pero dejando tras de sí un reguero de miguitas de pan, como los niños del cuento, que señalan que el camino de los proyectos comunes, de las sociedades que viven juntas, está en ver el lado positivo, en sumar y creer en el otro tanto como en uno mismo. En esa cuestión radica el fundamento, lo que día tras día nos transmitiste, en pensar que el otro está ahí y que en la búsqueda del acuerdo se basa la energía más fuerte. Eso es política, y vida. Porque esencialmente, siempre fuiste un hombre político y un hombre vital. Sin miedo de los estigmas, sin preocupación por no saber qué hacer en los momentos difíciles. Al contrario, deseoso de poder hablar, sentarte y contar por qué pensabas lo que pensabas.
No hay vacuna contra el optimismo
Escribió Mario Benedetti que no hay vacuna contra el optimismo, y en eso debemos de seguir todos, en descubrir que lo que tenemos al lado es mucho más bonito cada vez que lo miramos. Eso aprendimos de ti. Siempre estará presente en nosotros cada vez que recorramos los pasos que nos llevan a lugares tan comunes.
Hay que seguir haciendo futuro
Hoy no será fácil, mañana tampoco. Pero sabemos que no nos perdonarías mucho más. Hay que seguir haciendo futuro. Un futuro que siempre será mejor mientras exista gente como tú. Un abrazo, compañero. Hasta siempre.