Si la renuncia del político en ejercicio es algo inusual, que lo haga en unas horas resulta francamente excepcional
16 jun 2013 . Actualizado a las 06:52 h.Al nacionalista Xaquín Charlín le perdieron sus excesos verbales. Era, la suya, una de esas figuras que menean la política local a ritmo de chirigota, ocurrencia y bote pronto. No por casualidad, el propio Chon reivindicaba su acción como una prolongación de Unha Ghrande Chea, la mítica comparsa de Cambados. Unas veces, el ingenio aplicado sobre el plato de la polémica todavía caliente resulta implacable, certero y agudo. En otras ocasiones, de tan grueso, el trazo del bloguero se muestra incapaz de penetrar hasta el fondo del problema. Es más, rebota sobre su superficie con grave riesgo para la integridad argumentativa del autor de A ti meu Cambados.
La boutade sobre Soraya Sáenz de Santamaría obedece, obviamente, a esta segunda categoría. Lo del «chochito de oro» aplicado a la número dos de Mariano Rajoy es, sencillamente, intolerable en un representante de una formación que, como el BNG, ha hecho de la dignificación de la mujer uno de sus postulados irrenunciables. Así que, lejos de promover la reflexión sobre algo tan preocupante como que un alto cargo del Gobierno del Estado se pula 40.000 eurazos en revisiones ginecológicas para sus funcionarias -es de suponer que en consultas privadas, lo que eleva en varios grados la gravedad de semejante práctica, con crisis o sin ella- lo que Charlín ha logrado es que el foco de la controversia se sitúe sobre la discutible chanza hasta explotarle a él mismo en pleno rostro.
El resultado es bien conocido: Chon deja su acta de concejal a las pocas horas de que el asunto se airee incluso en los platós del cuché televisivo. Tremenda reprimenda de la dirección del frente nacionalista. La vicepresidenta, a todo esto, reforzada si acaso por el agravio.
Más allá de la torpeza, la incontinencia o el mal gusto -«misoxinia», en palabras de Olalla Fernández Davila, diputada del BNG en el Congreso- en el haber de Charlín cabe el dimitir de forma inmediata, sin darle más vueltas a una tortilla que otros, en cambio, se empeñan en rumiar hasta la náusea. Hay errores ante los que uno mismo, por simple dignidad personal, debe coger la puerta y marcharse. Y no hace falta llegar a la oleada de imputaciones de cargos públicos por corrupción y malversación del dinero de todos. Que se sepa, el actor Toni Cantó pidió disculpas por haber planteado algo gravísimo, que la mayoría de las denuncias por maltrato en el hogar son falsas, pero ni se le pasó por la cabeza renunciar a su escaño en el Congreso por UPyD. Qué decir de Javier León de la Riva (PP), el alcalde de Valladolid que afirmó: «Cada vez que veo los morritos de Leyre Pajín pienso lo mismo». El regidor castellano confesó, ante la que se montó, haberse «pasado siete pueblos» con la entonces ministra socialista, pero de hacer la maleta y tirar millas, nada de nada.
Más cerca nos pilla el caso del también popular Castelao Bragaña y su deplorable comparación entre las leyes y las mujeres: «Están para violarlas», afirmó el presidente del Consejo de la Ciudadanía Española en el Exterior quien, él sí, abandonó el cargo alegando motivos personales. Meses después, en Valga se le sigue buscando para decidir si se le retira el título de hijo predilecto del municipio. Lo hubiesen encontrado el martes, el día en que Chon dimitía, en el Parlamento gallego, asistiendo al debate sobre la Lei de Galeguidade. Qué tendrán esas poltronas, aunque sean de invitado.
la cosa política