
Junto al pintor valenciano, otros ilustres personajes visitaron el concello hace un siglo
24 nov 2013 . Actualizado a las 06:58 h.Corría el año 1915, y el flamante concello unificado de Vilagarcía, tras la incorporación dos años atrás de Carril y Vilaxoán, luchaba por sanear su economía y pagar las deudas que habían quedado del proceso, sobre todo en las maltrechas arcas de los municipios anexionados. La sociedad vilagarciana, trataba, además, de recuperarse del fiasco del proceso de la compra de Cortegada y de su donación al rey. Con la intención de dar con un nuevo proyecto de futuro, la corporación municipal y la junta del puerto centraron sus esfuerzos en la amplificación de la rada, cuyo proyecto de expansión acababa de ser aprobado ese mismo año.
En esas estaba el municipio cuando un buen día desembarcó en la villa, con sus pinceles, su gorra marinera y su pipa, el pintor valenciano Joaquín Sorolla. Tenía entonces el artista ya más de cincuenta años, una reconocida trayectoria profesional y una fama que traspasaba las fronteras españolas. Venía con un encargo de la Hispanic Society neoyorquina, que le había encomendado la labor de trasladar al lienzo la imagen de los pueblos de España, un trabajo a medias entre el campo artístico y el etnográfico.
Cinco cuadros gallegos
Fue así como surgieron los colores de La romería, un panel de tres metros por tres y medio de alto que plasma lo que era la sociedad vilagarciana de entonces, aunque curiosamente, el artista que mejor supo reflejar las escenas marineras, se decantó en este caso por las imágenes bucólicas del campo para componer una creación en la que hay verde, árboles, campesinas, pastores, gaitas y vacas.
Lo hizo en los jardines del pazo de Vista Alegre, lugar donde se hospedaba y donde había dispuesto su estudio. Pero para inspirarse, Sorolla paseaba todos los días por Vilagarcía con su gorra y con su pipa, con una caja bajo el brazo llena de pinceles con los que trataba de aprehender todo lo que veía por sus calles. Pasó dos meses en la villa, y fue tal la huella que dejó que todavía hoy, los nietos de quienes convivieron con el pintor, recuerdan las anécdotas que sus abuelos repetían una y otra vez rescatadas de la memoria compartida con el magistral reproductor de la luz mediterránea.
Pero el cuadro que reproduce una escena campestre en los jardines del pazo de Vista Alegre no es el único que hace casi cien años pintó Sorolla en Vilagarcía, aunque los demás ya no tienen ese componente localista. En la villa arousana firmó también Las lavanderas de Galicia, adquirido en 1999 por la baronesa Thyseen, y otro subastado un año después en Madrid y adjudicado a un coleccionista por doce millones de pesetas. A mayores, otros tres lienzos y algunos dibujos que se conservan en el Museo Sorolla de Madrid.
La romería establece desde el año 1926 un vínculo artístico entre Vilagarcía y Nuevo York, ya que fue en esa fecha cuando el lienzo se colgó en las paredes de la galería de la sociedad que había encargado la obra. Sorolla ya no pudo disfrutar de ese momento, porque había fallecido tres años antes.
Amistades
Sorolla estrechó lazos con los que entonces eran propietarios del pazo de Vista Alegre, la familia de Antolín J. García. Pero también se hizo muy amigo de Daniel Poyán, dueño del café Universal, donde pasaba las tardes cuando la escasa luz de las tierras gallegas le impedían seguir pintando.
Quienes recogieron testimonios del paso del pintor por Vilagarcía, como el doctor Víctor Viana, Sánchez de Diego o Santiago Paz, lamentan que no haya quedado documentación de ese episodio histórico. Sí hay testimonios orales, los que recordaba el abuelo del gaiteiro Carlos Rei, que trabó amistad con el artista, o los que conserva la familia de Manuel Vega, que trabajó como aprendiz del pintor y que era hijo del carpintero que le había construido un andamio para su taller. Le había cogido tal cariño, que cuando se fue lo quiso llevar consigo, pero el padre no lo autorizó.
Lo que sí se llevó en su maleta fueron los colores de Galicia, que ya forman parte de la gama que Sorolla dejó como legado.