La marca Elba Durán presidió durante 36 años su peluquería de Cambados. Lo de Durán lo adoptó del marido pero ella en realidad se llama María Elba Sineiro Romay. Es natural de Xil (Meaño) aunque después de 44 años peinando en la villa del Albariño se siente ya una cambadesa más. Su primera peluquería la abrió en Castrelo y cuatro años después «como tenía muchas clientas de Cambados» se instaló en el centro. El negocio iba bien y decidió montar un local propio en la avenida de Madrid, donde trabajó a destajo hasta ahora, que se acaba de jubilar con 65 años.
Elba siempre tuvo claro que quería ser peluquera y es que lo suyo es vocación no una mera salida laboral. Y se le nota. Habla de su trabajo con pasión y agradecimiento, y su trayectoria la avala. «Empecé en una academia en Vigo y al mes y medio ya me llamaron para trabajar», cuenta. Tenía solo 16 años y ya no paró. Quería hacer de la peluquería su oficio, y entonces poco podía pensar que iba a acabar significando mucho más. «Fue un máster de vida, fue mi universidad». Además de vocación tenía inquietudes, de ahí que no dudara en pagar las 40.000 pesetas que le costó su primer viaje a París para asistir a un curso de Loreal. Sería el primero de muchos, a París, a Miami, a Singapur.... «Yo viajé mucho gracias a mi trabajo», pero vacaciones de más de tres días seguidos no recuerda haber cogido nunca en este medio siglo. Ahora tendrá tiempo de resarcirse para cumplir la deuda pendiente de viajar a Nueva York, para hacer deporte -gimnasio, andar y «por qué no?», zumba- y para cuidar a su madre y a sus nietos Mateu y Petra. Sus hijos María y Xurxo no tuvieron tanta suerte pues la recuerdan siempre lavando y peinando los sábados hasta las tantas. «Mi madre trabajó mucho», relata María.
Clientas de Sevilla
A veces era duro, pero Elba se queda con la parte buena y se jacta de haber disfrutado con su oficio. Lo que más le gusta, dice, es cortar y hacer recogidos, y aquellas permanentes que ya casi no se hacen. Y es tan buena en lo suyo que tiene clientas fieles de hace décadas, que no escatiman kilómetros para ponerse en sus manos. Hasta el final mantuvo a su primera clienta «de cuando abrí en Castrelo» y la visitaba una señora que viajaba, nada más y nada menos que desde Sevilla para que Elba la peinara. Por su negocio han pasado clientas de alto copete -una esposa de embajador incluida- pero también vecinas del pueblo que saben ponerse guapas una vez que se quitan las botas de la depuradora y de la playa. «Para mí todas las clientas son iguales». Aunque para señoronas las que vio en una ocasión en París, donde acudió a uno de esos cursos que tanto frecuentaba y, sin proponérselo, acabó invitada a una recepción en la Ópera donde estaban Grace Kelly, Gina Lollobrigida y Romy Schneider. «Esa noche no pude dormir de la emoción. Y la peluquería de las hermanas Carita. Aquello era como un cine con unas cien butacas de donde había cáterin, salían limusinas?» Era el glamur en estado puro, y todo lo que veía y aprendía lo importaba en la medida de sus posibilidades a Cambados. De hecho, su local fue el primer salón de belleza que abrió en la villa, en aquellos tiempos en los que solo había un puñado de peluquerías, no como ahora. Su solario y la sauna fueron todo una innovación en aquellos tiempos.
Sin chismes ni política
Corrían los años ochenta y noventa, años muy buenos para el sector en los que había sábados que peinaba a más de cincuenta personas. Con la crisis esas cifran han pasado a la historia. Y la subida del IVA, las tarifas del gas y de la luz están lastrando este sector, se lamenta Elba, hasta el punto de llevarse por delante miles de peluquerías en toda España. «Nosotros no nos podemos quejar, pero estos últimos tiempos han sido difíciles». Pero ahora le toca a otros luchar. Su peluquería sigue abierta bajo el cartel de Estonllo y ella está muy contenta con esta línea de continuidad. Deja en buenas manos, dice, un negocio que ha sido su vida y por el que han pasado miles de mujeres, hombres muchos menos, y cuyas paredes guardan, también, muchas confidencias. La profesionalidad aconseja prudencia y, de estos temas, Elba prefiere no hablar. Eso sí, puntualiza que en su local siempre huyó de los chismes de pueblo y «nunca dejé que se hablara de política». Muchas de sus clientas acabaron siendo amigas y muchas de sus empleadas, también. «Les estoy muy agradecidas a todas ellas, me gustaría que eso saliese». Queda escrito.