A Gatomorto, una aldea del rural pontevedrés donde ayer a media mañana había más personal en la leira que en casa, se entra por distintas pistas. Pero no en todas hay un cartel bien visible que le indica a uno que está en un lugar de tan curioso nombre. Ayer, al mediodía, al llegar a un cruce donde sí hay dos letreros bien grandes que rezan Gatomorto de Abaixo uno se encontraba a Josefa, que iba a pie hacia casa. Recibía ella con sonrisa al forastero; sonrisa que tornaba en carcajada al preguntarle si sabía por qué Gatomorto se llama como se llama: «E eu que sei, miña filla. Se algo é certo é que aquí sempre morren moitos gatos atropelados, vai ti ver se iso ten algo que ver. Iso unicamente o saberán os máis vellos do lugar, digo eu», enfatizaba la mujer.
Por la misma pista, aparece otro hombre. Este es más joven. Y tiene la excusa perfecta para no saber nada del topónimo. «Eu casei para aquí, pero son de outro lado», advierte. Luego, anima a ir hasta Casa Rivas, «que seguro que aí saben algo». En el bar hay clientela. Se pregunte a quien se pregunte, nadie oyó leyendas del topónimo. La patrona, todo amabilidad, dice: «Non son de aquí pero estou tan acostumada ao nome que xa non me resulta raro. Si que é certo que algunha xente che pregunta por el».
Cogiendo hacia Gatomorto de Abaixo -hay de Arriba, do Medio e de Abaixo, según explican los vecinos, aunque en la guía oficial de la Xunta únicamente figura un lugar, Gatomorto a secas-, ayer pasaba un buen rato hasta que, al fin, alguien aparecía por el lugar. Era Isolina, carretilla en mano. No hay como preguntarle a ella por el nombre del pueblo: «Non sei de onde vén, pero eu sempre digo con franqueza e moito orgullo que son de Gatomorto», señala. Habla ella y aparece en escena José. Y replica: «A min non me gusta nada o nome. Estiven en Estados Unidos traballando e cando mandaba unha carta ninguén entendía que era iso de Gatomorto», decía él. Pasaba un rato y seguían debatiendo. Cada uno en sus trece. Pero amigos igual, por supuesto.