Vivió los años de esplendor de las discotecas Arosa y Espacio Azul y trabajó en una gasolinera y de mariscador
07 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Roberto Lucio nunca se había planteado ganarse la vida sirviendo copas. Él quería ser maestro «pero as ilusións non sempre se cumpren». Le queda la satisfacción de poder celebrar, como celebró con gaitas incluidas, que sus dos hijas, Ana y María, hayan aprobado las oposiciones como profesoras. Él ejerció solo año y medio, de esto hace tres décadas, en aquel «mal negocio» que fue el colegio O Pombal (hoy Abrente) de Portonovo. Como se quedaba tan atrás en las listas de sustitución, él y su mujer decidieron participar con un millón de pesetas en la sociedad creada para montar el colegio. Llegó a dar clase, a tercero y a cuarto curso, pero pronto dejaron de pagarle la nómina y decidió marchar. Antes había trabajado como albañil -«eu puxen as uralitas do edificio máis alto da Celulosa», recuerda- y de mariscador, con la horquilla. Y en el campo, por su puesto, en su Barrantes natal cogiendo tomates o lo que hubiera.
Pero la vida da muchas vueltas y en uno de esos requiebros acabó trabajando en la legendaria discoteca Arosa de Dena. Roberto Lucio suspira cuando rememora aquellos tiempos, en los años ochenta. «Por alí nos veráns caía todo o Madrid que estaba en Sanxenxo. Había noites de pasar 6.000 persoas e había 35 empregados. Por alí pasaba moita xente e os mellores artistas, unha vez actuaron corenta nunha soa noite». Lucio enumera: Ana Kiro, Elsa Baeza, Albano, Mocedades, Basilio, Milladoiro, Asfalto, Betty Missiego, Alaska... De esta última recuerda que el jefe le encargó que le hiciera compañía durante toda la tarde y de la eurovisiva, que el día que cantó en Dena era sábado y había tormenta «e non había ninguén así que sentámonos nós arredor e baixou cantar con nós». También tiene presente a Mariano Rajoy, que en sus tiempos de vicepresidente de la Xunta se dejaba ver muy a menudo por la Arosa, y de la hija de Adolfo Suárez que veraneaba en la Atlántida, y de otros muchos clientes anónimos que hicieron grande esta discoteca. «Era un luxo, había tres pistas, cinco barras... e os donos portáronse como uns pais comigo».
Pero en esto abrió Espacio Azul, en Barrantes, y con un puesto de trabajo al lado de casa y tres hijos optó por cambiar de puerto y se puso al frente de la cafetería. «Pero traballaba moitas horas. Chegaba á casa de día e aos rapaces non os vía. Quería un traballo de oito horas e pedinlle ao xefe un traballo na gasolineira. Rosita enterouse e chamoume». Así que Lucio dio un nuevo giro a su vida y empezó a trabajar en la gasolinera de Barrantes, donde tan pronto llevaba la contabilidad como suministraba combustible. Al cabo de tres años llegó el momento de hacerlo fijo y se fue el paro; pensó «isto non é vida» y decidió dejar de trabajar por cuenta ajena y convertirse en su propio jefe.
No está en la zona noble del pueblo ni lo avala una tradición de medio siglo pero el Lucio ha conseguido ganarse un puesto en las preferencias de muchos cambadeses a la hora de tomarse el café o el aperitivo. Cuando abrió el bar hace 19 años en la rúa Albariño, por no haber casi no había ni vecinos. «Foron tempos difíciles pero pouco a pouco foron coñecéndonos». Superó la marcha de la oficina del INEM -cuya actividad le proporcionaba mucha clientela porque «viña xente de toda a comarca e os do Grove eran moi cafeteiros»- y superó la crisis. El Lucio aguanta y, según el fundador, tiene aún muchas tapas que servir. Pero ya no será con él al frente. Roberto se acaba de jubilar -su testigo lo coge otro Roberto, su hijo- y se encuentra feliz. «As veces bótoo de menos, pero necesitaba descansar, xa traballei bastante». Ahora podrá explayarse en lo que le gusta: tocar la gaita y pintar, «e andar, que tamén me gusta», añade. Son aficiones de hace poco tiempo, de cuando su hijo empezó a ayudarle y consiguió unas horas de ocio. En el bar cuelgan unos barriles al óleo que firma él mismo -porque Lucio también tuvo bodega de albariño, aunque hoy prefiere vender la uva- y con Volandeira acude a cuanto serán y cuanta fiesta se le presenta. También la de su jubilación. El mes pasado hubo «festa rachada» en el bar, con paella de Antonio Botana incluida, por doble motivo: las oposiciones ganadas por sus hijas y su jubilación. Pero todavía habría una fiesta más. «Engañáronme», cuenta Roberto, y cuando se presentó a lo que iba a ser una comida familiar empezó a encontrar clientes que decidieron despedirlo por todo lo alto. «Somos como unha familia». Y él es un pilar fundamental de esta casa.