
Se conocieron cuando estudiaban Matemáticas en la Universidad de Santiago y juntas siguen ahora, recién licenciadas, dando clases en un instituto inglés situado a la sombra de la histórica ciudad universitaria
28 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Dicen quienes las conocen que estas chicas son unos «cerebritos». Y algo de verdad debe de haber tras esas palabras: sin una cabeza bien amueblada no se llega a dar clase en un instituto de Oxford nada más acabar la carrera de Matemáticas en la USC. Julia y Antía lo han logrado: este curso trabajan en el Lord Williams School, en Thame, dando clases a jóvenes de Secundaria. Llegaron hasta allí casi sin proponérselo. «Antía y yo vimos una oferta en la página del Concello de Santiago y pensamos que por probar no perdíamos nada», cuenta Julia. Ella y su compañera, con la que estudió la carrera y con la que hizo un máster en educación, hicieron la maleta y se fueron a Sevilla a pasar la entrevista de trabajo. «Íbamos a ver si sonaba la flauta y pensando que, si no salía, al menos lo habríamos pasado bien de viaje», narra Antía.
Pero superaron la prueba, y estas dos amigas iniciaron una nueva aventura juntas. Las dos, en el mismo centro. «En Inglaterra no hay demasiados profesores. Muy poca gente accede a la Universidad, porque es muy caro, y cuando hacen ese esfuerzo es para ir a por titulaciones de ‘gama alta’. Es decir, que si estudian carreras relacionadas con la salud van a hacer Medicina, por eso también necesitan enfermeros», explica Antía. Así que si alguien estudia Matemáticas, no es para dar clases en centros educativos. ¿Y ellas? ¿Empezaron la carrera pensando en acabar en la docencia?
Julia es rotunda. «Yo era de las que decía que nunca sería profesora, que lo mío no era aguantar a adolescentes. Pero en tercero de carrera me fui a estudiar a Francia y allí había como asignatura optativa Didáctica de las Matemáticas. En las prácticas descubrí que eso de enseñar no estaba tan mal y que de hecho me encantaba. Así que cuando terminé la carrera me animé a hacer el máster de profesorado», relata. Antía, sin embargo, sí que empezó la carrera pensando en enseñar. «Pero, la verdad, no me imaginaba que acabaría haciéndolo en Inglaterra», sentencia.
La estancia de Julia y Antía en Oxford tiene fecha de caducidad. Al menos esos son los planes de estas dos amantes de las matemáticas. «En general, esta está siendo una experiencia estupenda, pero a corto plazo», dice Julia. «Yo espero poder volver pronto a España, pero para trabajar de lo mío. Espero poder ahorrar para volver a casa y poder ponerme a preparar las oposiciones sin tener que depender económicamente de mis padres. En España se vive mejor una vez se tiene la plaza de profesor. El problema es conseguirla», reflexiona la arousana. Su compañera le da la razón. También Antía quiere volver en unos cuantos años. «El ritmo de vida inglés no me apasiona, la verdad», dice sin tapujos. «Oxford es una ciudad preciosa, llena de universitarios, pero aún así falta ese ambientillo que hay en España», razona. Que echan de menos sus casas queda claro cuando nos cuentan que, en los cuatro meses que llevan en su destino, han vuelto ya en varias ocasiones. Es la ventaja de los aviones y de las líneas de bajo coste. Esos frecuentes viajes curativos les permiten disfrutar de su familia y de sus amigos, que son «obviamente», lo que más añoran. «Reconozco que echo mucho de menos la cultura de Galicia. También estuve en Francia y tuve la misma sensación, conocer culturas está muy bien, pero como la propia, ninguna», razona Julia.
Ojo. Que a nuestras jóvenes profesoras no les apasione el british way of life no significa que no estén a gusto en su trabajo. «En el instituto, la primera semana fue horrorosa, pero ahora ya me acostumbré», dice Antía. Julia aún parece estar más cómoda. «El ambiente en el centro es muy bueno y los compañeros nos ayudan muchísimo con las dudas sobre el sistema británico».
El idioma universal
Una de las ventajas de las matemáticas es que componen un idioma universal. Un lenguaje del que están enamoradas estas dos profesoras. En el caso de Antía, su idilio con los números no surgió a primera vista. «De pequeña las divisiones se me daban fatal, me costaron muchísimo. Pero en la ESO me empezaron a gustar, supongo que porque se me empezaron a dar bien. Además me encantaba eso de que si una cosa está bien, está bien y punto», narra ella. Julia, sin embargo, siempre tuvo claro que lo suyo eran las ciencias. «En primero de bachillerato participé en un campamento de matemáticas ofrecido por la USC. Me lo pasé genial. Conocí a gente estupenda mientras nos enseñaban cosas entretenidas sobre las matemáticas, como dónde están presentes en la música, la criptografía, la astronomía...». Entre eso y que tuvo una profesora de Bachillerato excelente, acabó definitivamente enganchada a las cuentas. Tanto, que ahora la profesora es ella.