Sito Miñanco compraba la cocaína a 2.400 euros el kilo y la vendía a 24.000

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Su red era capaz de blanquear el dinero y cerrar el círculo entre Colombia y Europa

16 feb 2018 . Actualizado a las 10:53 h.

¿Qué puede llevar a alguien a jugársela una y otra vez, corriendo el riesgo de encadenar condena tras condena hasta la derrota final? En el caso de Sito Miñanco, de nombre José Ramón Prado Bugallo, y de la organización que comandaba, la respuesta parece obvia: los descomunales beneficios económicos que les reportaba su posición clave en el entramado del tráfico internacional de cocaína. Según las fuerzas de seguridad que desarrollaron la operación Mito, la red que encabezaba el capo arousano era capaz de multiplicar por diez cada euro que invertía en el negocio, y eso tirando por lo bajo.

Cuando el Grupo de Respuesta Especial al Crimen Organizado (Greco) de la Policía Nacional sostienen que el cambadés pilotaba un entramado único en España, probablemente el más poderoso de toda Europa, saben perfectamente de lo que hablan. «Este es un mundo que con el tiempo se ha atomizado enormemente, la gente se ha especializado, son grupos que trabajan para grupos y ya no hay organizaciones como la de Miñanco, con una infraestructura capaz de hacerlo todo, desde recoger la droga en origen a alijarla, distribuirla e incluso lavar el dinero», explica Alfredo Díaz, uno de los responsables del Greco en Galicia. Entre las muchas posibilidades que se abrían ante Prado Bugallo y su gente se encuentra una que es extremadamente rara ya entre los narcotraficantes gallegos, especializados desde hace años en la última fase del transporte a cambio de un porcentaje de la mercancía: financiar la compra de la cocaína en Sudamérica, buscarle comprador y colocarla en Europa, cerrando así el círculo.

De manos, dinero y pureza

Según los investigadores, el kilo de cocaína cuesta en origen entre 2.000 y 3.000 dólares. Al cambio, de 1.600 a 2.400 euros. Cruzar el Atlántico le sienta bien a su cotización: en manos del transportista que la sitúa en las costas gallegas, por ejemplo, el material vale ya 24.000 euros. La cifra se irá incrementando a medida que se transfiera de un distribuidor a otro, a razón de mil euros por paso. En el escalón previo a su difusión para el trapicheo, el kilo fácilmente habrá alcanzado los 34.000 euros. A partir de ahí, los cortes y la merma de su calidad se disparan. «Lo habitual es que la cocaína en origen tenga una pureza del 80 %, incluso del 90. Cuando llega al nivel del menudeo, del consumidor final, podemos hablar de un 5 %». Es un fenómeno exponencial inverso, en el que la devaluación de la pureza se acompaña de una multiplicación desorbitada de su precio, ya que el gramo en la calle se paga a unos 60 euros.

En resumidas cuentas, la red de Miñanco adquiría el kilo de cocaína a unos 2.400 euros en Colombia y lo colocaba en Europa al menos a 24.000. El alijo de 3,8 toneladas interceptado por los geos en octubre, a bordo del remolcador Thorna, no constituía una operación completa al uso, puesto que, según el auto de la jueza Carmen Lamela, de la Audiencia Nacional, la organización del cambadés se había reservado 700 kilos a cambio de recoger el paquete en alta mar y depositarlo en Galicia. En principio, por lo tanto, no parece que la mercancía fuese suya. Pero sí sirve para calibrar los beneficios que estaban en juego. Quien compró el polvo blanco desembolsó originalmente unos 12 millones de euros, que una vez situados en las rías se hubiesen vendido al por mayor a 98 millones. En medio, una ganancia de 86 millones de euros.

Capacidad e infraestructura

«En capacidad económica e infraestructura, esta organización estaba en el número uno. Sito Miñanco compraba la cocaína en origen -algo muy raro y llamativo, porque la gente que ofrece el transporte no puede financiar la droga-, y normalmente ya la tenía vendida; lo que hacía esta gente era una labor comercial, si podemos llamarlo así». ¿Dónde acababa la mercancía? Una parte en los mercados gallego y español, pero un buen pellizco se distribuía desde Holanda a países como el Reino Unido o Francia. «No hay nadie que, hoy por hoy, pueda ocupar un hueco así, ni en España ni en Europa». Lo afirma Alfredo Díaz, uno de los policías que coordinaron la caída de su imperio.