Un vecino de Sanxenxo describe en su libro «También van al cielo» su defensa de los mininos
28 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Víctor Manuel Victoria Fernández (Ferrol, 1945) llegó a descubrir su afición por el mundo de los gatos de forma casual. Fue en unas vacaciones de hace 33 años, cuando pasó varios días en Aios. Gallego de nacimiento y residente en Madrid, apenas se acordaba de cómo era Sanxenxo, que para él era entonces un leve recuerdo de niñez. Llegó con la intención de pasar dos o tres días, acabó alquilando un apartamento para cinco días y desde entonces su relación con la capital turística de las Rías Baixas se volvió permanente. Regresó una y otra vez en vacaciones con su mujer y sus hijas y una vez retirado se instaló primero en Portonovo y actualmente en Sanxenxo. «La gente es agradable y me gusta mucho la zona, el clima también influyó», relata al explicar por qué eligió este municipio para retirarse. Víctor Manuel Victoria es una persona polifacética. Además de su carrera profesional como director financiero, en su juventud participó en la Ronda Juvenil Ferrolana, fue cantante y músico de Telstar Boys y en su haber están también sus aficiones como atleta y pintor.
Precisamente fue aquella primera visita a Aios la razón por la que descubrió el apasionante mundo de los gatos, una afición que le ha llevado a escribir dos libros, También van al cielo y Sin hogar. Recuerda que en esa primera ocasión de veraneo sanxenxino, «los dueños de la casa tenían una finca y una gata, que llamaban la Michiña. Era un gatita muy simpática». La familia lo pasó tan bien en esas vacaciones, que mantuvieron el contacto cuando ya habían regresado a Madrid. Al cabo de dos o tres años, la Michiña tuvo gatitos y «en un puente de la Constitución, con una climatología muy buena, me vine a buscar una de las crías y me la llevé a Madrid».
Katy, que así se llamaba esta gata, murió tras 14 años con sus dueños de Madrid y con su muerte pareció que también se había desvanecido el interés por los gatos. Nada más lejos de la realidad, porque como explica Víctor Manuel Victoria, en el gimnasio madrileño a donde acudía con frecuencia, había una gata callejera que cuidaba la gente y que empezó a tenerle confianza hasta seguirle hasta el coche. Sin dueño y ante el temor de que le pudiese pasar algo, este ferrolano se decidió un día por tomar cartas en el asunto. Compró una caja de transporte y se la llevó a casa.
«Cuando fui a la veterinaria para que le aplicase los medicamentos, las vacunas y todo lo demás, me dijo que no la había podido vacunar», añade. Había una razón muy concreta. «Me dio a entender que estaba embarazada» y a las pocas semanas nacieron tres gatitos. «Le di la madre a un amigo italiano en O Rosal, y en adopción dos de las crías. Yo me quedé con la que vi más inteligente y le puse de nombre Uxía», apunta Víctor Manuel Victoria.
Este vecino de Sanxenxo se muestra entusiasmado con su mascota. «Sorprende mucho, es una gatita muy inteligente y creo que a mi me entiende el 65 % de las palabras que digo». Han pasado los años y Uxía sigue viviendo con este vecino, ya viudo, y que decidió plasmar sus impresiones sobre lo que aprendió de los gatos en los dos libros citados. También van al cielo está profusamente ilustrado con 334 fotos y en sus cuatro capítulos repasa su trayectoria vital con el mundo de las mascotas. Está pendiente de encontrar una editorial que apueste por su publicación.
Su afición por los mininos es contagiosa. «Hace 33 años que empecé a vivir este gran amor que siento por los animales, especialmente por los gatos, y debo reconocer que cada día crece más mi amor por estos seres, llamados animales, que algunos llaman irracionales pero que, como digo en mi libro, los que sí son realmente peores son esos otros irracionales de dos patas», sentencia.
Colonias felinas
Hace dos años, paseando por el lugar de Rial, en Portonovo, se encontró con una vecina que le estaba dando de comer a un grupo de gatos, que vivían en una casa. La persona que se ocupaba antes de ellos había muerto y nadie más lo hacía. «Yo le dije que le ayudaría y llevo dos años haciéndolo», apunta. Precisa que empezó con once ejemplares, pero que ahora solo quedan cinco. Hubo bastantes que murieron atropellados. «Los coches pasan por allí a 80 o 90 kilómetros por hora, en vez de a 30 como marcan las señales», se lamenta.
El entrar en contacto con una colonia felina le ha ampliado los horizontes y la comprensión sobre este mundo gatuno. «Me hizo saber que los gatos son más inteligentes, cariñosos, sociales y sobre todo más agradecidos de lo que podemos pensar los humanos y creo que la historia que cuento en mi libro es muy bella, emotiva y, por supuesto, inolvidable para mí», asegura.
En este sentido, cree que los «gobernantes» -«no les llamo políticos», sostiene, «porque pocos estudiaron Ciencias Políticas»-, deberían tener más en cuenta la realidad a la hora de legislar. «Deben dar más facilidades a la gente», concluye.