Escribir bien es un acto de amor. Una «b» descolocada puede desplomar un atractivo incipiente y acertar con la cadencia de las comas y la ubicación precisa de una jota, transformar a un hombre vulgar en una posibilidad. Así de radical hay que ser con la ortografía, convertida en obsesión para los sapiosexuales, incapaces de sentirse atraídos por un zopenco. Al otro lado, la anortografofilia, que describe a quienes disfrutan con cada patinazo léxico de un compañero sexual, qué cosas.
Por eso ha sido tan desolador que un porcentaje bochornoso de aspirantes a profesores en Madriz o Güesca fuesen descalificados por sus faltas. Aprobaron los contenidos y patinaron en las formas cuando en el lenguaje el fondo es la forma y la forma es el fondo. Una coma desubicada puede amnistiar a un condenado o enviarlo al paredón. La mancha tóxica de la incorrección ortográfica se ha extendido por Castilla y León, Aragón, Madrid y Murcia, en donde hasta el 10 % de las plazas a profesor han quedado vacantes por patadas al diccionario.
Sospecho que a los problemas clásicos se han unido los demoníacos correctores digitales que ofrecen alternativas que ningún cerebro humano hubiese podido imaginar. Hay ejemplos míticos en la prensa: el corrector cambió Plan Ibarretxe por Plan Abarátese y rebautizó al primer ministro ruso Yevgeni Primakov como Vagina Permisivo.
Entre tantos malvados dispuestos a complicarnos la escritura, la noticia ayer fue que en Galicia no se ha detectado esa explosión de barbaridades ortográficas. Este país en el que según Toni Cantó los niños no hablan español y el bilingüismo nos hace estúpidos, respeta a la RAE más que un madrileño de toda la vida. Ej que...