Arquitecto e historiador, su proyecto de guardería acaba de ser distinguido por la fundación Juana de Vega
01 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Esta es la historia de una amistad y la colaboración en torno a una pasión compartida. Iago Fernández (A Coruña, 1978) y Javier Montero (Cambados, 1975) se encontraron en el 2006 en Santiago. Desde distintas disciplinas, la arquitectura en un caso, la historia del arte en el otro, ambos llegaron a un mismo punto: la profundización en el imprescindible arte de la regeneración urbana. Imprescindible, al menos, en este viejo país, tan castigado por el urbanismo montaraz que ha campado por sus respetos durante las últimas cinco décadas, como mínimo, llevándose por delante memoria, patrimonio y sentido. Iago y Javier aunaron su talento para llevar a cabo un puñado de proyectos que, de alguna forma, nacieron en el máster de Rehabilitación auspiciado por el consorcio de Compostela. «Aquella -reconocen ambos- fue nuestra escuela, con Idoia, con Santi, nos proporcionó otra visión del urbanismo». El último fruto de su trabajo a cuatro manos acaba de ser distinguido por la fundación Juana de Vega. Se trata de la escuela infantil de Vilaxoán, un edificio absolutamente fascinante, capaz de aunar luz de vida y oscuridad para el descanso, completando, de alguna forma, la trama del antiguo casco urbano, a orillas del mar de Arousa.
Iago y Javi pudieron poner sus ideas en práctica allá por el 2008, cuando se hicieron cargo de la oficina de rehabilitación de Vilagarcía. Además de gestionar los proyectos particulares de las tres áreas de rehabilitación integral que funcionan en la capital arousana -la propia Vilaxoán, Carril y lo que queda del arrinconado casco histórico de la ciudad-, los dos especialistas en regeneración urbana firmaron intervenciones como la humanización de la plaza de España, la peatonalización de la calle Alcalde Rey Daviña, convertida desde entonces en la arteria comercial de Vilagarcía, o la adecuación del entorno del castro Alobre, junto a Castrelos, en Vigo, uno de los pocos yacimientos castrexos enclavados en el centro de una ciudad que con el tiempo los fue rodeando en su crecimiento.
«Siempre nos interesaron los proyectos pequeños, trabajando de forma que todo parezca producto de un cambio natural». El diseño de una escuela infantil, de una guardería, quedaba lejos del pulso por la recuperación urbana que latía en la oficina de las ARI, que dejó de funcionar el año pasado para ser englobada por el departamento municipal de Urbanismo de Vilagarcía. «Por eso, precisamente, fue para nosotros un absoluto reto». Ni sobre el papel ni sobre el terreno parecía cosa fácil. El Concello arousano puso en sus manos una explanada ubicada al pie del campo de fútbol de Vilaxoán, con el respaldo económico de la Diputación de Pontevedra. Al norte, los volúmenes grandilocuentes de varias viviendas unifamiliares de cuño reciente y las antiguas naves industriales de Cuca, en desuso desde hace años. Al sur, la trama urbana de Vilaxoán, de alguna manera inconclusa y modulada por décadas de construcción y reconstrucción sin un criterio claro. Modificada, pero no desaparecida. «No, no, esa trama estaba ahí, aunque con volúmenes modificados. Cada casa, por ejemplo, sigue teniendo una huerta en su parte posterior. Y eso fue, precisamente, lo que nos dio la idea para arrancar». El resultado es un edificio de arquitectura contemporánea pero espíritu tradicional. Una suerte de aldea para niños que funciona sin estridencias como transición entre el viejo Vilaxoán y lo que debería ser su futuro. Seis unidades, que se elevan sobre madera, vidrio y aluminio y remedan a su manera las clásicas casas de pincho, de las que aquí quedan ya muy pocos ejemplos. Entre ellas, una suerte de cómodos cubos de hormigón sobre los que crece un jardín. Son las zonas de descanso para sus diminutos inquilinos, que encuentran en su interior un lugar de reposo difícilmente mejorable. Articulándolo todo, una galería de pura luz, un pasillo multifuncional que se abre a esa huerta que no podía faltar y se configura como un patio de juegos verde.
La fundación ha reconocido su diseño con un accésit en la categoría de intervenciones en espacios exteriores por su alta calidad estética y su adecuación al barrio popular mariñeiro en el que se enclava. «Es una alegría, porque esto ha costado lo suyo». Ajenos a las tribulaciones que lo han hecho posible, sus pequeños moradores juegan aquí y allá. Objetivo cumplido.
En colaboración
Iago Fernández y Javier Montero se conocieron hace trece años, en el máster de Rehabilitación auspiciado por el consorcio de Santiago de Compostela.Durante diez años, hasta el 2018, ambos colaboraron en la oficina de rehabilitación de Vilagarcía, diseñando proyectos fundamentales de renovación urbana.