El baile de la patata y el amor tóxico

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

AROUSA

Martina Miser

De DJZao a K-DJ, la figura del pinchadiscos ha evolucionado en los últimos 40 años

17 ene 2022 . Actualizado a las 20:59 h.

Hace 40 años, tener poder era pinchar en una discoteca el Bailar pegados de Sergio Dalma y que la pista de baile se llenara de parejas. Tras ese ejercicio de dominación, se escondían elementos tan peligrosos como el amor romántico, que hoy es entendido como un sentimiento tóxico y alienante. ¿Pero quién pensaba esas cosas en los años 80?

He sido pincha discos de guateque adolescente cuando el tipo que pinchaba los discos era lo más parecido al portero de las pachangas futboleras: nadie lo quería como jugador y lo ponían a recoger los balones del fondo de la red y era el propio pinchador de discos quien entendía que ninguna chica lo iba a querer y ya se proponía él mismo para escoger la música. Era su manera de combatir el desaliento y la invisibilidad.

Tras los guateques, llegaron las discotecas, pero el concepto de pinchadiscos siguió vigente. Había un señor, más o menos joven, que se encargaba de escoger la música y que lo hacía atendiendo a unos ciclos alternativos y encadenados que se sucedían a lo largo de la noche. Se trataba, en fin, de pinchar música rápida durante un rato y música lenta a continuación. Bien entendido que el tiempo dedicado a lo rápido era mayor que el destinado a las baladas. Y no se trataba de que los empresarios de las discotecas rechazaran el amor romántico, ni mucho menos. El desequilibrio rápido-lento o suelto-agarrado se debía a razones meramente empresariales: si te movías mucho durante mucho tiempo, te entraba sed y consumías; si te amarrabas a tu pareja, trascendías, pero no bebías.

En ese tiempo discotequero del suelto-agarrado, me consagré como pinchadiscos en la discoteca Zao de Cambados. Era un momento de transición entre el clásico seleccionador de CDs y el moderno DJ, que manejaba platos grandotes con los que hacía virguerías. Esos DJs se convertirían pronto en auténticas figuras de la noche, famosos de la farándula, merecedores de contratos sustanciosos y de entrevistas en La Voz de Galicia. Pero eso no lo viví, tuve que conformarme con ser el pinchadiscos de Zao de los viernes cuando unos años después hubiera sido DJZao, todo un personaje.

Pero nadie me quita la sensación de poderío que me embargaba cada vez que pinchaba el Bailar pegados” y a pista se llenaba de parejas en trance, mientras desde la cabina animaba a la concurrencia a participar en el famoso baile de la patata, una danza ritual, que bebía en las más hondas tradiciones agrarias de Galicia y consistía en colocar una patata entre las frentes de él y de ella, que empezaban a bailar al son dulzón de Sergio Dalma, a sabiendas de que si se les caía la patata, perdían, y si resistían hasta ser los últimos en perder la patata, conseguían el maravilloso premio de una cena con hamburguesa, patatas fritas y refresco.

Viéndolo en perspectiva y comparando con K-DJ, o sea, la vilagarciana Cristina López, que pincha discos para poner el broche de oro al festival Port América, para maridar vino y música en una cata ciega organizada por la Diputación de Pontevedra o haciendo de telonera de Bonnie Tayler en Santiago de Compostela… Comparando, comparando, uno envidia a las DJs de hoy con su Duendeneta, sus equipos y hasta su ideología.

Porque las DJs de 2022 pinchan música con conciencia, ponen canciones con firma de mujer, buscan y encuentran reggaeton no machista, lo cual me parece un esfuerzo ímprobo, o, en el festival Revenidas, consiguen que solo suenen temas de mujeres cantados en gallego. Y seguro que, si tocan baladas, no hay en ellas resquicio alguno para el amor romántico, ese que te engaña haciéndote creer que bailaréis pegados para siempre y luego, si te despegas, acabas autodestruyéndote.

Frente a la modernidad con concepto y conciencia de K-DJ, o sea, la vilagarciana Cristina López, que relataba su experiencia musical a la compañera Rosa Estévez esta semana en las páginas de La Voz, yo me veía de pinchadiscos bizarro caminando al atardecer de un viernes hacia la discoteca Zao de Cambados, a mediados de los 80, cargando con una bolsa de patatas y dispuesto a animar la fiesta porque de la diversión musical de esa noche dependía la excursión de fin de curso del Instituto de F. P. Fontecarmoa, hoy IES Fermín Bouza Brey. Si la gente se lo pasaba bien, seguiría llenando la discoteca los viernes y el dinero de las entradas sufragaría el viaje de junio a Canarias. Si se aburría, habría que conformarse con un combinado Zamora-Salamanca.

Pero la patata nunca fallaba. Las parejas componían posturas inverosímiles para evitar la caía del tubérculo y las risas y las emociones eran tales que, al acabar, estaban deseando que llegara el siguiente viernes para probar suerte de nuevo. Ser DJ no te convertía en una estrella, pero la esencia de la profesión era la misma que ahora: hacer feliz a la gente gracias a la música que ponías, fueran baladas de amor tóxico pinchadas por DJZao en los 80, fueran piezas femeninas de rock, soul o blues pinchadas por Cris K-DJ en 2022. ¡He escrito piezas! Bailar pegados una pieza… ¡Qué tiempos aquellos de Zao!