Vallejo inventó la Noite Meiga hace 25 años

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Mónica Irago

En las vallejianas o Festas de San Roque del 97, hubo procesión de la Santa Compaña, druida y queimada

24 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Nadie lo ha dicho ni lo ha conmemorado, pero ayer se celebró la 25 Noite Meiga de Vilagarcía. Es decir, llevamos un cuarto de siglo celebrando esta noche mágica en la que en el centro de la ciudad se instalan nueve poblados, cada uno de ellos marcado por el espíritu vecinal y cultural que los gobierna. Ahora, todo es a lo grande y ayer, desde las diez y media de la noche, hubo callos, empanada, tortilla, bocadillos de chorizo al vino, tarta de manzana, bizcochos y rosquillas. A media noche, se invocaron sapos, brujas y búhos a la luz del fuego, se hizo el conjuro de la queimada y se repartió la pócima milagrosa y ardiente entre todos los presentes. Es una fiesta bonita, tradicional y muy entretenida, que gusta a las meigas niñas, a las meigas madres, a las meigas abuelas y a los brujos consortes o no.

Pero para llegar a esa Noite das Meigas y de las 3.000 rosquillas, hubo que recorrer un largo camino que comenzó en las Vallejianas de 1997. Así llamábamos en la prensa a las Festas de San Roque que organizaba José Manuel Pérez Vallejo en Vilagarcía en la década de los 90. Vallejo, con el tiempo, se convirtió en un personaje controvertido y polémico, pero no se puede olvidar el impulso que dio a las fiestas de Vilagarcía.

Los niños que ayer disfrutaron de la Noite das Meigas seguro que no tienen ni idea de quién era Vallejo, aquel hombre que fue concejal en la oposición y en el poder, que negociaba con las orquestas a las seis de la mañana, cuando la Panorama o la París de Noia venían de retirada y paraban a desayunar en el área de servicio de la autopista en Teo. Fue precisamente Vallejo con su comisión quienes en las Festas de San Roque de 1997 estrenaron la I Mostra Galicia Meiga en la Praza da Peixeiría bajo la dirección del famoso druida Manuel Aneiros, director del Museo Escola de Meigas de Galicia.

Aquellas Vallejianas del 97 estuvieron llenas de novedades: la batalla de flores fue nocturna y las carrozas llevaban iluminación, el Combate Naval se estrenó como espectáculo de luz y sonido y, finalmente, la I Noite Meiga, que incluyó algo tan espeluznante como una espectacular y tenebrosa procesión de ánimas o Santa Compaña por las calles de Vilagarcía, que acabó en la Praza do Castro con una monumental queimada popular.

Aquellas fueron las sextas Festas de San Roque organizadas por Pérez Vallejo. En 1992, se habían celebrado los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo 92 de Sevilla y las primeras Vallejianas de Vilagarcía. Las del 97 fueron unas grandes fiestas y la procesión de la Santa Compaña, todo un hito en una ciudad donde esta procesión de almas en pena tenía mucha tradición, pero llevaba 50 años sin verse.

La última vilagarciana afortunada que vio a la Santa Compaña fue una joven de Bamio de 15 años, que, en 1946, una noche de invierno, se acercó a un arroyo a eso de las nueve de la noche y escuchó ruidos extraños. Cuando levantó la vista del agua, vio por la ladera del monte a un hombre que portaba una cruz. Detrás de él, caminaba un grupo de encapuchados vestidos de blanco reluciente. Al final de la procesión, cerrando la comitiva, un alma en pena arrastraba unas cadenas haciendo un ruido que llenó de frío el alma y el cuerpo de la muchacha de Bamio, que corrió hacia su casa y se escondió debajo de la cama, mientras sus padres tomaban su miedo y su narración como cosa de niños.

Esta historia me la contó, unas semanas antes de la I Noite Meiga del 97, la nieta de aquella niña, que aún vivía. Después, no se volvió a ver la Santa Compaña por el término municipal de Vilagarcía hasta que Vallejo la trajo a las fiestas. Pero, aunque, durante medio siglo, no hubiera comitiva de almas en pena, sí que había meigas en Vilagarcía y, desde luego, no repartían queimada ni rosquillas.

Una bruja famosa

Cuando llegué a la ciudad en 1981, alquilé un piso en el edificio Trébol de Os Duráns y enseguida escuché hablar a los vecinos de la bruja del barrio, la famosa meiga de Os Duráns, que adivinaba los males de ojo y los aires de muertos, era componedora, medio curandera y averiguaba el futuro en los posos del café. Esa señora vivía en la calle Eduardo Pondal, pero el año de la I Noite Meiga acababa de enviudar y ya no recibía ni estaba para fiestas Vallejianas.

Cuando se incorporaron las meigas al programa de Festas de San Roque, la ciudad vivía inmersa en prodigios y misterios como el de una joven de Vilagarcía que descubrió una mañana a dos parientes recientemente fallecidos a la puerta de su casa. O una chica que cada miércoles, al ir a arreglar la casa de su abuelo muerto, des- cubría que el colchón estaba ahuecado como si alguien siguiera durmiendo en él.

Entonces, casi no había teléfonos móviles y nos entreteníamos con estas historias. Vallejo supo aprovecharlas para traerse un druida, inventarse una noche de brujas y ya ven, 25 años después, todos hemos acabado haciéndonos selfis disfrazados de almas en pena.