La circunvalación Norte y la carretera de O Pousadoiro ya están abiertas al tráfico y las familias de una vientena de casas desalojadas durante la noche en Vilagarcía han podido volver a sus casas
05 ago 2022 . Actualizado a las 19:12 h.Vilagarcía amaneció hoy con olor a quemado, una fina película de humo empañando el cielo, y el sonido de los aviones contra incendios, que han recuperado el servicio con la llegada del día: un recordatorio triple de la noche infernal que se ha vivido en Xiabre y en Rubiáns, donde el fuego ha lamido varios núcleos de población. A ras de suelo, la ciudadanía comenta el miedo vivido: la noche pendiente del teléfono, las llamadas a familiares y amigos que viven en las zonas más afectadas por el fuego, los intentos por echar una mano a quienes batallaban contra las llamas... La situación en el monte sigue preocupando, aunque las fuentes consultadas aseguran que está lo suficientemente controlada como para reabrir al tráfico la circunvalación Norte de Vilagarcía (entre Carril y Baión) y la carretera al Pousadoiro. El incendio que ayer se declaró en el término municipal de Caldas y que avanzó imparable, durante la madrugada, hacia Vilagarcía ha consumido ya 450 hectáreas de monte, según el último informe facilitado por la Xunta de Galicia. En dicho recuento, la Administración autonómica señala que a estas horas el incendio sigue clasificado en situación 2 como medida preventiva. En su extinción trabaja un amplio dispositivo intengrado por seis técnicos, nueve agentes, 38 brigadas, 31 motobombas, 5 palas, dos unidades técnicas de apoyo, seis aviones, diez helicópteros y la Unidad Militar de Emergencias.
La situación en Vilagarcía parece irse normalizando, y esta mañana los habitantes de la veintena de viviendas que fueron desalojadas en Aldea de Arriba y de las cinco de O Vento que también pasaron la noche en la calle han podido volver a casa. El frente más delicado en estos momentos se sitúa en el área de Fontefría, en la zona más elevada sobre el embalse del río de O Con.
Los incendios que se inician en la parroquia de Saiar, en Caldas de Reis, siguen un patrón matemático. Primeros días de agosto. Ausencia de lluvias. Viento fuerte soplando del norte o del nordés, con tendencia a virar con intensidad, jugando al despiste. Más cerca del anochecer que del mediodía. El fuego toma por lo menos dos direcciones. Hacia el sur, saltando las pistas forestales y abatiéndose sobre Vilagarcía de Arousa y Castroagudín, su última aldea en la falda del monte Xiabre. Y hacia el este, descendiendo sobre los núcleos de Sequeiros, Porteliña o Casal de Mato, en Caldas. En los últimos veinte años ha sucedido lo mismo en tres o cuatro ocasiones. Siempre igual. «O monte non arde; ao monte póñenlle lume. E aquí sempre esperan a ter o día perfecto». Lo afirman un grupo de mujeres de aspecto fatigado, que se concentran a las puertas de sus viviendas en Castroagudín. Las llamas que de madrugada seguían devorando cuanto encontraban a su paso brotaron hacia las siete y veinte de la tarde. Afectaban a un terreno con escaso arbolado y tenían pinta de no ir muy lejos. Error. «Díxomo un veciño e non o cría: "Oes, vai preparando as mangueiras, que xa vén o lume". E levaba razón», relataba un joven mientras contemplaba cómo el desastre cercaba la pequeña población en la que habita.
No habían transcurrido tres horas cuando se decidió el desalojo de la fábrica de cartonaje que la multinacional británica DS Smith posee en el polígono empresarial de O Pousadoiro. El viento, que había hecho de las suyas, impulsó primero el fuego hacia Caldas y luego sobre Vilagarcía. Eran las 22 horas y se activaba el nivel 2 por estar en peligro el núcleo de población de Porteliña, situado en la falda del Xiabre. El presidente de los comuneros de Saiar, José Manuel Suárez, decía pasadas las 23 horas que la situación es «moi complicada. Non vai quedar nada. Desde o campo de fútbol dirección Vilagarcía arde todo». La circunvalación norte de la capital arousana había sido cortada en toda su extensión, entre Carril y Baión. La misma suerte corría la carretera de O Pousadoiro, que comunica ambos municipios y funciona como el principal acceso de Vilagarcía a la AP-9.
Un técnico, dos agentes, diez brigadas, seis motobombas, dos palas, cuatro aviones y cuatro helicópteros fueron movilizados por la Consellería de Medio Ambiente. Varias unidades del servicio de Emerxencias de Vilagarcía apoyan los esfuerzos por extinguir el incendio. Equipos de municipios próximos, como Cuntis, y otros más lejanos, como O Grove, también estaban en el monte, al igual que los bomberos, el Cuerpo Nacional de Policía, la Policía Local y la Guardia Civil. En Castroagudín, las llamas avanzaban dibujando cuatro frentes diferentes. En la calle Souto de Arriba se levanta una de las viviendas que marcan el perímetro de la aldea. Eucaliptos de veinte metros crecen a un palmo del muro de la casa. El matorral ardía siguiendo los caprichos del viento mientras los vecinos regaban desesperados el tejado de la edificación y colaboraban con los equipos de emergencias. Que un tractor con una cisterna llena de agua lograse remontar un maltrecho camino y alcanzar este lugar parecía un milagro. Un camión cisterna también lo consiguió. A raíz de todo esto, tal vez sea una buena idea ampliar, reforzar y redimensionar el trazado viario de este pequeño núcleo, tal y como reclama un hombre mientras ayuda a extender una manguera.
El fuego se aproximaba a cien metros. Lo anunciaban sus heraldos, un humo asfixiante que dominaba el conjunto de la aldea, y las charamuscas que los propietarios de la vivienda amenazada por las llamas sofocaban con sus propias mangueras. Los bomberos apenas eran puntos de luz entre la espesura que iba siendo consumida con voracidad implacable.
En Caldas las cosas no estaban mejor. El incendio emergía entre las aldeas de Saiar en tres o cuatro frentes, como lenguas de lava. A las tres de la mañana, la perspectiva de que el fuego fuese a ser controlado parecía todavía lejana. Ya había, a esa hora, un cálculo en el que ir pensando: 350 hectáreas de monte arrasadas, al tiempo que varias empresas y unas cuantas viviendas habían sido desalojadas. ¿Hay margen para pensar en un origen fortuito para una catástrofe de esta magnitud? No lo parece. Poco después de que las llamas hubiesen brotado en Saiar, otro incendio se desataba en la parroquia de Rubiáns, también en Vilagarcía. Los equipo de extinción lo sofocaron con eficacia. «É o que che digo, ao monte hai que poñerlle lume para que arda». Habla la voz de la experiencia.