El espíritu Revenidas flota en Vilaxoán

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

AROUSA

E.R

Solo en este pueblo marinero tiene sentido este festival, un paréntesis en medio del fragor

18 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Revenidas no es un festival. Revenidas es un estilo, un espíritu, un concepto, una manera de encarar la vida, la música y la fiesta. No puede llamarse festival sin más a cinco días de conciertos en los que uno se puede encontrar a la suegra del organizador, Xoán Quintáns, paseando por el espacio del evento acunando en brazos a una niña preciosa llamada Xela, que nació unos días antes de que empezara la fiesta y es hija del organizador. Pero si fuera el único bebé de Revenidas, podría considerarse una curiosidad, un detalle pintoresco, incluso una excentricidad. Pero es que Xela no era el único bebé del festival.

Entre conciertos, escenarios y Food Trucks, se veía a mamás y papás con niños y niñas en carricoche, en el colo, en mochila-canguro, con cascos, con gorrito, con gafas de sol de colorines, bailando, durmiendo, chillando, mamando… El espíritu Revenidas no conoce límites y no hay ningún festival parecido. Como dice Mónica Irago, fotógrafa de esta casa, Revenidas no es un festival, Revenidas es el festival.

Empecemos por la taquilla. Bien… Ante todo, mucha calma. El personal de taquilla es amable, atiende correctamente y no falla, pero cuidado, es importante que el espectador se sienta a gusto así que hablan con todos, charlan con todas, cogen las direcciones cuando te entregan la pulsera como si te fueran a llamar para quedar a comer al día siguiente y te la colocan, la pulsera, con tanto amor que es como si al apretártela en la muñeca te introdujeran en un paraíso de sonidos, sensaciones, movimientos y sentimientos ajeno a la realidad, por encima de ella, un levitar de cinco días mecido por músicas variopintas que lo mismo hacen disfrutar al punkarra irredento que al ecorromántico que solo se coloca con kombucha de grosella.

La entrada es un pelín inquietante. Unos tíos grandes como baobabs, de barba recia y gafas de sol diseñadas por el director de arte de Corky Romano siempre gana por la Mano te registran el bolso y la mochila. Son un poco vulgares y con tics de polis sin iniciativa porque si eres joven, te cachean y si eres talludito, te dejan pasar, lo cual ofende: ¿por qué no puedo ser yo también un peligroso traficante de hamburguesas y tortillas de patata en un espacio donde la comida no se trae de fuera, se compra?

Lugar atractivo

El espacio… Llegamos a lo más atractivo sin duda del Revenidas de este año: la pradera con sombra, el parque de égloga garcilasiana donde están enclavados el escenario Mahou, las camionetas con comida, unos bancos de toda la vida y unos veladores con sillas que convierten el lugar en un bosque delicioso, donde hay muchachos durmiéndola con una toalla sobre la cabeza para que la luz no los despierte y chicas con gafas de sol roncando a la sombra de un plátano frondoso.

Era una pradera mágica donde unos se besaban, otros se reían, los más se abrazaban y se producía una comunión universal entreverada de música, alcohol, amor y devoción a maría muy propia y que daba gusto mirar. Un espacio con sombra es lo mejor que le puede pasar a un festival. Si, además, está a la orilla del mar, el tendido de los sastres son barcos pesqueros y una brisa fresquita de la ría endulza los 25 grados, habrá que concluir que Revenidas no es un festival, es un bálsamo.

En este paraíso de los sentidos, es lógico que casi se agoten los preservativos en las farmacias de la zona, pero dejemos ese tema, aunque tengamos datos de primera mano, porque no es cuestión de asustar a los padres timoratos y porque el espíritu Revenidas es el espíritu del amor, pero del amor seguro. Así que corramos un cupido velo y vamos a lo que debería ser la esencia del festival, pero que en realidad solo es el envoltorio: los conciertos, los grupos, la música…

En Revenidas, la música acompaña, solo acompaña, además de ser un pretexto para unir a jóvenes de toda España y mayores del lugar en una semana de fraternidad absoluta, en un paraíso que funciona como un paréntesis en medio del fragor y la angustia. En Revenidas, la música acaba con la ansiedad, aplaca la desazón y estimula el buen rollo. Es importante quién toca en cada momento, pero tampoco es trascendental. Te puedes encontrar con la Banda da Loba, que no conocías de nada y descubres que te encantan y que te hacen bailar teniendo una edad en la que solo bailas en las bodas y te puedes encontrar con Tanxugueiras, que las conocías de todo, y resulta que a la segunda canción te quedas como así y con unos cientos te retiras al bosque de los amparados por la sombra y por la brisa.

No voy a escribir sobre las sardinas, el circo, la traca final de conciertos de balde y el ambiente popular que se crea en el Parque de Dona Concha el domingo. Y no voy a escribir sobre esa explosión que abrocha el evento porque prefiero escribir sobre Vilaxoán. Solo en este pueblo tan vital, acogedor y espontáneo podía nacer y crecer este festival, solo aquí puede entenderse la música como atajo hacia la felicidad, solo en Vilaxoán tiene sentido el espíritu Revenidas.