En Vilagarcía no te cansas

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

Los vilagarcianos se sienten a gusto en una ciudad cómoda, hasta que cogen el coche

29 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Vilagarcía es una ciudad sin cuestas. Para ascender, hay que trasladarse al rural y tampoco son unas cuestas tremendas. En Vilagarcía, no te cansas. Desde Vilaxoán hasta Carril, todo es llano si se camina por la orilla del mar. Y en el centro de la ciudad, caminar sin esfuerzo es un hábito que no valoramos hasta que nos trasladamos a Vigo y entendemos lo que significa vivir en una ciudad inclinada.

Hay una teoría popular que sostiene la influencia directa de las cuestas en la conformación de nuestra figura: a más cuestas, mejores glúteos, piernas más torneadas y estómagos menos prominentes. Según esa corriente de pensamiento castizo, los vilagarcianos deberíamos tener una presencia poco atractiva, pero nos salva la placidez de la llanura, que invita a caminar sin medida y a salvar nuestra figura.

La encuesta de Sondaxe para La Voz de Galicia recoge la comodidad como el aspecto más valorado por la ciudadanía con un notable alto (7.83). Es lógico: aquí tenemos todo a mano, acercarse a la tienda, la farmacia o el bar favorito no cuesta esfuerzo y esa cercanía reconforta y agrada. Como el sondeo también medía las preferencias políticas, podría parecer que esto de la comodidad, la llanura y la cercanía es cosa de Alberto Varela cuando Vilagarcía siempre fue así. Pero no es menos cierto que el equipo de gobierno municipal vio claro desde el principio que profundizar en esa comodidad era una manera de rentabilizar políticamente una cualidad que venía de serie.

La peatonalización, la apuesta por las bicicletas y la eliminación de los coches de tantas calles y plazas se ha convertido en el gran tema de debate local, una cuestión sabiamente manejada políticamente por el alcalde y su equipo, que saben que, al final, quien apuesta por la comodidad gana.

En las redes sociales, en los taxis y en los cafés, todavía hay quien se mesa los cabellos por tanta peatonalización. El proceso es siempre el mismo: protestas indignadas de unos pocos que hacen mucho ruido y silencio expectante de la mayoría para dar paso a un silencio general final que resume la aquiescencia ciudadana. La comodidad es un valor y agitar esa bandera como señuelo electoral es un error que conduce a la melancolía y la derrota.

Otro encanto que caracteriza a Vilagarcía es la seguridad. La verdad es que la ciudad siempre ha sido segura incluso en los tiempos de las vendettas de narcos. Entonces, por un lado estaba el mundo del narcocrimen y por otro, la vida cotidiana. Había estallidos sangrientos puntuales como los crímenes del pub Museo o de Benavente, pero los vilagarcianos nunca tuvimos la sensación de vivir en un lugar peligroso. Desde fuera, pensaban que aquí vivíamos como en Sicilia, pero la realidad era tranquila y segura: si no te metías en líos, no había ningún problema y solo los años duros de la heroína convirtieron la comarca y Vilagarcía en una ciudad intranquila.

Pero fue hace mucho tiempo y hoy, el narcomundo es más que nunca una noticia de periódico y no provoca sensación de inseguridad. Es más, la aparición de la ciudad en varias series muy seguidas sobre narcotráfico fue más un anzuelo turístico bien manejado que un motivo de rechazo.

Otra virtud colectiva de Vilagarcía es la limpieza. Aunque en ese punto se da una sutil diferencia: socialistas y nacionalistas ven la ciudad muy limpia y conservadores y votantes de Vilagarcía en Común la ven algo descuidada. Ideología transversal en la percepción de la limpieza porque, curiosamente, a quienes más limpia les parece Vilagarcía es a los de Ciudadanos.

Pero si la comodidad es una virtud urbana para muchos vilagarcianos, se supone que paseantes a pie, cuando montan en su automóvil, esta percepción desaparece pues el tráfico y los aparcamientos se convierten en un problema solo superado por el paro, que parece una respuesta clásica, típica, que sale sola porque a la hora de la verdad, no es el problema que más nos afecta personalmente.

Algo de lo que nos podemos sentir orgullosos es de que vivir en el rural y los problemas de esa periferia han dejado de ser una grave preocupación. Hace 30 años, las campañas políticas municipales se centraban en la lucha por el voto parroquia a parroquia, a sabiendas de que en todas se necesitaban farolas, arreglo de caminos, saneamiento, vida social y cultural. Ha pasado el tiempo y la percepción de los encuestados es que el rural, aunque no sea el paraíso, sí que ha dejado de ser un territorio marginado.

Aunque lo más gratificante de la encuesta de Sondaxe es que los vilagarcianos son ciudadanos más felices y despreocupados que temerosos, inquietos y angustiados por problemas como sanidad, tráfico o paro. No estamos en el paraíso, claro que no, pero quizás nos autoengañemos o quizás sea esa la realidad, pero lo cierto es que nos sentimos más bien que mal en una ciudad cómoda, segura y limpia con AVE directo a Madrid y terrenos ganados al mar y a la autoridad portuaria, con festivales de música como el Atlantic Fest y bicis para todos. Ser vilagarcianos implicaba quejarse mucho de su ciudad. ¿A qué viene entonces este contento? Será la madurez, será la realidad o será Alberto Varela que nos engaña muy bien.