Trabajar por la cama y la comida

el callejón del viento J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICAIRAGO

Vilagarcía destinará dos millones de euros al año al Servizo de Axuda no Fogar

02 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi suegra vivió sus primeros años de casada en un pueblo de Badajoz llamado Burguillos del Cerro. Llegó allí en 1955, cuando se empezaba a superar la posguerra, pero estaban aún muy vivos los recuerdos de la guerra. En agosto de 1936, Burguillos había quedado en una bolsa roja que se extendía entre la Ruta de la Plata y Portugal. La llamada Columna de la Muerte del coronel Yagüe había subido de Sevilla a Mérida por esa Ruta de la Plata tomando todos los pueblos de la zona, en Mérida había girado, siguiendo el Guadiana, hacia Badajoz y, tras someter la ciudad, legionarios y regulares volvieron sobre sus pasos y siguieron hacia Madrid, con escala en el Alcázar de Toledo.

Con las prisas por seguir hacia la capital, dejaron para las partidas locales de falangistas, guardias civiles y soldados la toma de cada uno de los numerosos pueblos que habían quedado embolsados en el suroeste de la provincia, que fueron cayendo uno a uno. En Burguillos, pronto supieron lo que les esperaba, así que la mayoría de los hombres adictos al régimen republicano huyeron. Unos cruzaron la frontera y se salvaron gracias al Schindler portugués, el teniente Seixas, que en el pueblo más portuñol de la frontera, Barrancos, acogió a más de mil refugiados en dos campos de concentración rayanos y consiguió que escaparan en el buque Nyassa desde Lisboa hasta Tarragona. Seixas se la jugó, fue degradado y encarcelado en Elvas.

Otros burguillanos se unieron a la llamada Columna de los 8.000, que intentó llegar a la comarca de La Serena, limítrofe con Ciudad Real, que seguía controlada por la República. Esa Columna de los 8.000 fue el primer gran éxodo de la Guerra Civil, preludio de la famosa Desbandá de Málaga, cuando, entre el 6 y el 8 de febrero de 1937, más de 100.000 malagueños intentaron escapar de su ciudad, asediada por las tropas golpistas, camino de Almería. La Desbandá y la Columna de los 8.000 fueron diezmadas por el ejército de Franco.

El caso es que, entre la huida con éxito a Portugal y el intento fracasado de huida hacia la Serena, Burguillos del Cerro se quedó sin hombres y en el pueblo abundaban las viudas de vivos y de muertos que intentaban salir adelante trabajando en lo que podían. Cuando mi suegra llegó a Burguillos del Cerro y nació mi mujer, tuvo que contratar a una señora para que la ayudara en casa. Hubo mucha oferta y mi suegra, joven y recién llegada, contrató a la tata Rosario, una señora encantadora y muy trabajadora. Pero mi suegra cometió un error: le pagó un sueldo digno y en el pueblo estalló una pequeña revolución de las amas de casa pudientes lideradas por la aristocracia terrateniente local. ¿Cómo era posible que aquella muchacha recién llegada pagara bien a una señora del pueblo cuando muchas empleadas de hogar trabajaban por la comida? Pero mi suegra no se amilanó y mantuvo el sueldo y el buen trato hacia la Tata Rosario, cuyo marido había sido uno de los huidos en agosto del 36 y del que nunca más tuvo noticia.

Han pasado casi 70 años desde aquellos tiempos en que se servía por la comida y hoy, los sueldos de estas trabajadoras son dignos, su seguridad social obligatoria y sus horarios están fijados y se respetan. Hay excepciones, desde luego, pero las condiciones de trabajo cuidando a niños, personas mayores y dependientes han mejorado mucho. Además, las expectativas de vida han aumentado considerablemente y con ellas, el número de ancianos que necesitan compañía. Estas circunstancias han convertido la ayuda a domicilio en uno de los trabajos con más demanda.

En casa de mis padres nonagenarios trabajan tres señoras para tener cubiertas sus necesidades a todas horas. Evidentemente, el estar bien atendidos provoca que se gasten toda su pensión y sus ahorros. Pero los padres mayores tienen cada vez más claro que el dinero es para vivir lo mejor posible los últimos años de vida, no para que los hijos tengan una herencia y la disfruten a cambio del sacrificio de sus padres.

Mi madre, que conoció los tiempos en que se trabajaba por cama y comida, se hace cruces ante los gastos en cuidadoras, pero ya la hemos convencido de que lo justo es lo de ahora, no aquel esclavismo de posguerra. Después están las proclamas de la extrema derecha contra la inmigración, que ni ellos mismos se creen cuando por la tarde van a visitar a sus padres y los encuentran atendidos por chicas hispanoamericanas. Sin ellas, no podrían andar por las tertulias de café y los mítines proclamando su xenofobia.

El problema surge cuando las pensiones son bajas, los hijos no pueden ayudar y la dependencia acosa. Es ahí donde el gobierno local de Vilagarcía va a actuar destinando dos millones de euros al año para el Servizo de Axuda no Fogar. Como la Xunta y el Estado no asumen por completo estas ayudas, tal y como estipula la Ley de Dependencia, el ayuntamiento vilagarciano actuará como mi suegra en Burguillos: procurará que los 58 trabajadores del servicio tengan un sueldo digno y, sobre todo, ayudará a que la vida de los menos pudientes y más dependientes sea llevadera y agradable.

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