El aperitivo gallego conquista Cáceres

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

J.R.A.T

En Extremadura, a la cerveza gallega, presente en cualquier bar, se han sumado este verano las patatas fritas

08 sep 2024 . Actualizado a las 12:13 h.

El otro día fui a comprar jamón a La Chanclona, mi charcutería de confianza en Cáceres, y me llevé una sorpresa morrocotuda: debajo de los jamones había una selección de bolsas y latas de patatas fritas Bonilla a la Vista. El hallazgo no era baladí si tenemos en cuenta que en La Chanclona solo se venden quesos, vinos, aceites y dulces de Extremadura y carnes, jamones y embutidos ibéricos de Acehúche, un pequeño pueblo de la provincia de Cáceres cercano a la frontera portuguesa. El único producto forastero a la venta eran las patatas fritas. Naturalmente, me llevé una bolsa a casa y ese mediodía me di un homenaje con un aperitivo genuinamente enxebre: patatas fritas Bonilla a la Vista y cerveza Estrella Galicia.

En diez años, el aperitivo extremeño ha sido colonizado por productos gallegos. Empezó la cerveza, primero en las ciudades, después en los pueblos y hoy presente en cualquier bar. Ahora le llega el turno a las patatas fritas y ya tenemos el aperitivo completo.

La batalla de la cerveza fue fácil pues en Extremadura no había un producto autóctono similar, tan solo alguna cerveza local artesana. Lo de las patatas fritas va a ser más complicado, aunque, paseando por mi barrio, he visto bolsas y latas de Bonilla en otras charcuterías tradicionales como una llamada Sabor a Montánchez en honor a este pueblo famoso por sus jamones. No me digan que no resulta llamativo este maridaje entre el jamón ibérico extremeño y las patatas fritas gallegas.

En Cáceres, las Bonilla tienen que competir con una marca local que se ha convertido en emblema: patas fritas El Gallo, que, según algunos ocurrentes, deberían aparecer en el escudo de la ciudad. Es curiosa la historia paralela de ambas patatas fritas, las gallegas y las extremeñas. Las El Gallo son más antiguas: empezaron a freírse y venderse en 1928, mientas que las Bonilla datan de 1932.

El nombre de las coruñesas, como saben, proviene de que su fundador, Salvador Bonilla, en los años 20 del siglo pasado, cuando era cabo de maniobras en el puerto de Ferrol y recorría los muelles, desde los barcos le preguntaban: «¿Quién va?» Y él, como si fuera una contraseña, respondía: «Bonilla a la vista». De hecho, el anagrama de la empresa es un barco azul sobre unas líneas del mismo color simbolizando el mar. Las Bonilla aparecieron en Parásitos, largometraje coreano dirigido por Bong Joan-ho que consiguió el Óscar a la mejor película, y subieron sus ventas un 140%. En Corea, estas patatas son una señal de lujo y tomarlas como aperitivo indica que quien las come pertenece a la clase alta.

Las patatas Bonilla se repartían por los bares con la ayuda de una moto Guzzi. Las patatas fritas El Gallo se llaman así porque Nicolás Condón, abuelo del actual gerente, José Miguel, ya las vendía en los años 20 en cucuruchos, anunciándolas con una voz potente que dio lugar a que lo apodaran con ese mote, El Gallo, que acabó convirtiéndose en marca. Sus ventas aumentaron no por un Oscar, sino por una fake news: saltó la falsa noticia de que la OCU las había elegido como las mejores patatas fritas de España y ya se han quedado con ese título, al menos en Cáceres, donde por mucho que expliques que la OCU ha desmentido esa noticia y ha asegurado que, desde 2016, no hace estudios de patatas fritas, a los cacereños les da lo mismo. Sus patatas son las mejores y punto. Hasta que han llegado las Bonilla y ha empezado un pugilato patatero la mar de entretenido.

Las patatas fritas y las gaseosas son productos muy populares. Cada pueblo tenía su gaseosa con nombres menos siderales que las cervezas (Estrella Galicia, Estrella Levante, Estrella Damm), menos aristocráticos que los vinos (Marqués de Cáceres, Marqués de Riscal, Marqués de Murrieta), menos pintureros que los tintos de verano (Sarango, Sandevid, Lerele, Olalá o Tintopía)… Las gaseosas tenían nombres ingenuos: La Esperanza (Sierra de Gata), La Revoltosa (Béjar), La Higiénica (Ciudad Real), La Antoñita (Valencia de Alcántara), La Pitusa (Rianxo), El Primor (Cotobade)… El nombre más exótico era el de la vilagarciana Koso, nacida en 1964 de la mano de Manuel González Rollán, que, en 1968, con la unión de las 14 fábricas de gaseosas de O Salnés en una sola (Carbónica Arousana) daría lugar a la gaseosa de la ría: A Nosa.

Con las patatas fritas, sucede algo parecido. Sus nombres tienen un origen popular y hasta gracioso. Así, las Bonilla a la Vista han de competir en su conquista de Extremadura no solo con las cacereñas El Gallo, sino también con las patatas fritas Los Coritos del pueblo pacense de Feria, El Pueblo (Malcocinado), Amor (Aldeanueva de la Vera) o La Sabrosita de Cabeza del Buey, sin dejar a un lado las manchegas Hermanos Pintor ni las famosas San Nicasio de Córdoba, que para muchos son las mejores patatas fritas de España y han conseguido 13 medallas de oro.

Sea como fuere, la noticia es que este verano, además de las actuaciones de la orquesta Panorama, cada vez más presente, y de la invasión consolidada de la cerveza galaica, las patatas fritas de Galicia han empezado la conquista de Extremadura a través de las jamonerías.

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