
La última ganadora del Premio Nacional de las Músicas Actuales, actúa el domingo al mediodía en Vilagarcía
22 mar 2025 . Actualizado a las 13:22 h.Tras su paso por la banda de riot girls Electrobikinis, Miren Iza —psiquiatra en ejercicio— arrancó en el 2002 su proyecto personal con un registro bien diferente. Tan independiente como comprometido. Tan lúcido como descarnado. Vertebrado en torno al indie pop pero ajeno a tendencias y a la vorágine de la industria musical. Siete discos ha publicado Tulsa en algo más de dos décadas. Tras el último, Amadora, le fue concedido en Premio Nacional de las Músicas Actuales en 2024, el más alto galardón musical que se otorga en España.
—Vienes a tocar a las 12 y media. ¿Qué tal te sienta ese horario?
—No han sido muchos los conciertos que he hecho a esa hora, pero a mí como público me gustan mucho. Me parece que hay una felicidad especial que, además, luego se extingue por completo. Unas horas después ya es domingo por la tarde, la hecatombe.
—¿En qué formato vienes?
—Voy con Clara Collantes. Pero aun siendo formato dúo, no es nada simple. Llevamos guitarras, teclado, bases... No es un concierto acústico, tiene otros vuelos.
—Presentas «Amadora», un disco cortito pero muy intenso.
—Es que si fuese largo, no se soportaría. De hecho, tenía muy claro que para hacer este disco y aportar luz en temas tan escabrosos como el dolor, el suicidio o esa herencia de santidad y de obligación de las madres, yo misma tenía que estar muy bien de ánimo.
—No es fácil hacer un disco tan intenso y con esas texturas tan dramáticas y conseguir envolverlo en cierto sentido del humor.
—Yo no quería ahorrarle al disco ningún asunto importante. Por ejemplo, yo no podía no hablar del suicidio porque entonces perpetuaría el tabú. Pero tampoco quería hacerlo solo desde el drama. Entonces, que me digas que se percibe también ese punto de humor, te lo agradezco.
—En «024» Amadora enumera las cosas que le quedan por hacer en la vida. ¿Es ese un saludable ejercicio que deberíamos hacer todos de vez en cuando?
—Sí, claro. Yo hay veces que pienso «a mí, ¿por qué me interesaría ser inmortal o prolongar mi vida?». Pues porque soy muy cotilla y quiero saber qué va a pasar con muchas cosas. Lo jodido es que cuando estás deprimida no hay una fácil respuesta a eso.
—Otro hallazgo de este disco es el carácter prosaico y cotidiano de lo que cuentas. Es imposible no sentirse identificado con ello. No siempre es necesario el recurso de la metáfora.
—Totalmente. Yo creo que el pop se ha escudado mucho en las metáforas para no decir nada. Y yo me he alejado de eso y he ido a saco. Hasta el punto de que a veces pienso que igual he perdido la capacidad de hacer metáforas, que es un recurso literario que por momentos puede serte útil. Pero yo cuando acometo un disco me gusta que tenga un punto narrativo, que haya un viajecito, así que utilizo el lenguaje cotidiano y lo prosaico para generar esas imágenes menos veladas.
—Argumentó el Ministerio de Cultura cuando te dio el premio que «dabas voz a las mujeres menos representadas de la sociedad». ¿Lo sientes así?
—Sí, las historias de las mujeres se han contado poco. Y yo siento que hay un montón de historias, como la de Amadora -que es una mujer, como tantas y tantas, que ha cuidado de todos y que sufre dolor en buena medida debido a eso-, que no se han contado. Ni se ha contado sus historias ni se han tenido en cuenta sus derechos.
—También pones encima de la mesa la cuestión del edadismo.
—¡Que fuerte, eh! De repente el ser humano considera que crecer es negativo. Es uno de los grandes sinsentidos contemporáneos. Ahí cada uno tiene que encontrar el refugio donde mantenerse a salvo de esta locura generalizada de las redes, de ese ojo absoluto que son las pantallas por todas partes. A mí me encanta ver encima de un escenario a Patty Smith o a Christina Rosenvinge. Yo soy una de esas, quiero seguir aquí y voy a luchar por ese espacio.
—Muchos músicos hablan de la música como terapia. Tú, desde tu doble vertiente, también como profesional terapéutica, ¿cómo lo vives o cómo lo ves?
—Yo creo que la música tiene esa función involuntariamente. Me parecería muy extraño hacer música con ese fin terapéutico. Es verdad que en este disco yo he aunado por primera vez la vertiente de la psiquiatría y la música. Porque me sentía con la necesidad de hacerlo. Fuera de mí veía un montón de mujeres con un dolor masivo muy difícil de tratar, que compartían un pasado de estar cuidando. Y dentro de mí pensaba «vale, yo no soy madre ni tengo a nadie a mi cargo». Pero eso también tiene un coste. Siempre ha supuesto un conflicto en mi vida. Entonces, había una serie cuestiones que quería poner en mi música, porque si no creo que me moriría de ansiedad. O saldrían por otro lugar.
—Llevamos un buen rato charlando, pero apenas hemos hablado de la música. Desde el punto de vista de sonoridades, ¿cómo te planteaste este disco y cómo lo ubicas dentro del contexto actual de la música que se está haciendo en España?
—Yo siempre tengo dos vertientes muy claras. Una acústica, que diría que busca el preciosismo y la belleza, que es la que acompaña a las letras quizá menos furiosas. Y luego tengo también una querencia, que me la llevaré a la tumba seguramente, por el punk y los sonidos más nocturnos. Entonces, eso me viene muy bien porque en Amadora hay mucho enfado. Hay mucho golpe en la mesa y a la vez hay esa necesidad de bálsamo. Por eso, por ejemplo, en 024, que es una canción durísima, tenía muy claro que quería que los arreglos fueran luminosos. Y ¿cómo me veo respecto a música que se está haciendo? Uf, no lo sé. Yo intento estar siempre atenta a lo que pasa y escuchar. Me interesa mucho la música urbana, el reguetón..., pero yo sigo haciendo lo mío. No sé hasta qué punto se intoxica de lo que ocurre. Supongo que de alguna manera sí. Pero no copio de manera deliberada nada de lo de ahora. Al menos, conscientemente.