
Consiguió que uno de cada seis vecinos de A Illa se asociara a la biblioteca, y aún quiere más
03 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Quien la conoce lo sabe. Ángela «a da biblioteca» es un torbellino andante. Es su naturaleza, pero la vida tampoco le permite dormirse en los laureles. Funcionaria de profesión, regenta una tienda de moda junto a su socia María, tiene marido y una hija de quince años y cuida a su padres y a su suegra. La enfermedad se ha colado en casa, pero ella le planta cara a todo con una generosa sonrisa y con un torrente de energía. A las siete de la mañana ya se está calzando las zapatillas para ir a correr, compartiendo camino con bateeiros y rañeiros, que inician la jornada cuando todavía no ha salido el sol. Se ha sumado a la moda del running «e séntame de marabilla, é o mellor que podes facer cando te atopas baixa», explica.
Hace un par de años, a raíz de un viaje a Nueva York, decidió apostar por la vida sana, y persevera. Además de correr durante 40 ó 45 minutos por la mañana, se prepara uno de esos zumos milagrosos Detox con apio, pepino, manzana, perejil, limón y miel, y se bebe uno en ayunas y otro a media tarde. «Dá unha vitalidade incrible. Xa adelgacei catro quilos pero as fins de semana non me privo de nada, como un chuletón ou o que faga falta».
Ya estuviera en ocasiones anteriores en Nueva York, de hecho vivió allí durante cuatro años y allí sigue Nieves, su hermana gemela. Pero esta vez fue distinto. «Fun soa» y regresó con ideas renovadas y un plan de ejercicio y de alimentación que se ha incorporado a su rutina.
Por lo demás, a sus 45 años, Ángela Otero sigue siendo la de siempre. Una mujer llena de ideas y con ganas de llevarlas a la práctica que echa por tierra el estereotipo del funcionario que se limita al mínimo esfuerzo. Le pagan para atender la biblioteca pero si hay que ir con los niños a pasar la noche en saco de dormir, va, y sin cobrar. «E que a min encántame o meu traballo, se non fago máis é porque non teño tempo».
Cuando hace catorce años se hizo cargo de la biblioteca municipal tenía solo 69 socios. Hoy son casi 800 y aspira a que la cifra siga creciendo. «Teño a espiniña de facer máis coa xente maior», medita. De vez en cuando tiene a algún lector de setenta años, pero la mayoría de los usuarios son niños y jóvenes. Este es su terreno. Ángela tan pronto pinta una Dora exploradora para atraer a los pequeños, como organiza una excursión al geriátrico de Ribadumia para que los niños conozcan las historias de los viejos, como prepara un paté de mejillón en el colegio. En este caso, el fin sí justifica los medios. Toda fórmula es buena a la hora de incentivar la lectura, dice, y lo está consiguiendo. Catorce años después, Ángela se emociona al recordar sus inicios. Trabajaba en el Concello como auxiliar administrativa y cuando la enviaron al local de la calle Castelao para reflotar la biblioteca «enchéuseme a vida». «Lembro cando ía coa miña peque, no cochiño, e pedinlle sete quilos de pintura ao Concello para pintar a biblioteca». Sí, ella le dio color a las paredes y ella la llenó de vida, con cuentos, con dibujos y con disfraces. Y, en los ratos libres, aprendía a manejarse con los archivos. «Fixen un curso coa Deputación que valía 2.000 euros, que paguei aos poucos».
La biblioteca la llena, pero Ángela todavía iba a encontrar otro motivo para entusiasmarse: la moda. Hace unos dos años abrió la tienda Popelin en A Illa y hoy su ropa -porque también diseña- está en catorce tiendas. El año pasado le propusieron exponer su colección en la pasarela Fashion Week de Madrid, pero Angela también tiene los pies en el suelo. El reto le venía un poco grande, económica y logísticamente, así que quedó aparcado, que no descartado.
Entre tanto, tres mil pulseras azules de Popelin han empezado a circular por el pueblo para sumarse a las campañas sobre el autismo y sigue llevando sus diseños a la cooperativa textil de A Illa para que tomen forme. «Hai que darlle traballo á xente de aquí», argumenta esta incansable isleña.
Y si hay que cocinar para La Voz de Galicia, se cocina. Los fogones no son lo suyo, afirma, pero los tallarines a la marinera le salieron a pedir de boca. Los mejillones no podían faltar. «Estamos na Arousa ¿non?». Estamos, en su casa, viendo el mar.