El espectáculo «Somos criminais» vuelve a Vilagarcía el próximo fin de semana
01 oct 2018 . Actualizado a las 12:33 h.Carlos Blanco no es un humorista genial por ser simpático. Carlos Blanco nos hace reír y pensar porque desde niño se fija en los detalles y los convierte en materia literaria. De su paso por el instituto Calvo Sotelo de Vilagarcía, recuerda que Mariño, el director, revisaba los uniformes de los alumnos con rigidez, si el Pontevedra Club de Fútbol había perdido, o con laxitud, si el «hai que roelo» se había impuesto en Pasarón. De los partidos de fútbol en A Lomba, recuerda el olor a puro y a un árbitro de Catoira llamado Marcelino, que era el único trencilla al que el público ovacionaba porque, cada vez que uno de los hermanos Coira, también de Catoira, caía en el área, Marcelino pitaba penalti.
Carlos Blanco fue un niño vilagarciano cuya infancia estuvo llena de detalles que lo hicieron feliz: hacía el gamberro bajando en bicicleta por As Bocas a toda pastilla; le encantaban los edificios del viejo Casino y del Casablanca; practicaba la caza submarina en O Cavadelo, donde hoy están el párking y la comisaría, y no olvida que, en 1976, se matricularon por primera vez chicas en el Calvo Sotelo, aunque eso sí, para evitar visiones tentadoras, las alumnas subían por unas escaleras y los alumnos por otra.
En aquel instituto, Carlos Blanco y un grupo de compañeros adolescentes eran calificados como sujetos peligrosos: sacaban buenas notas, pero eran rebeldes, pasaron en un plis plas de la OJE a las Juventudes Comunistas y llegaron a volver loco al profesor Villaronga boicoteándole la cabalgata de Reyes.
Claro está que tanta maldad comunista e iconoclasta le venía a Carlos Blanco desde la cuna: nació el mismo día que Fidel Castro entraba en Santiago de Cuba y triunfaba la Revolución Cubana. Por eso no extraña que, estudiando Arquitectura en A Coruña, dejara los exámenes a la mitad para irse a ejercer de servicio de orden en los mítines de Santiago Carrillo. Los detalles, siempre los detalles sustentando al humorista y las experiencias como base del actor, del personaje.
Carlos Blanco nació en la Rúa do Mercado de Vilagarcía de Arousa, que hoy es la plaza de la Independencia, aprendió a leer en la escuela de don Manuel Barreiro y en su antología sentimental de personajes de infancia están profesores como don Manuel o don Faustino, mendigas como A Funga, que vivía enfrente de la gasolinera de San Roque, en una casa abandonada, o Tiroliro, que se movía por la zona de la estación de ferrocarril y hasta fue protagonista de un cuadro realista.
Aquella voz de Luis Gómez
Aunque su héroe infantil no era ningún personaje televisivo, sino una voz, la de Luis Gómez, «o marabilloso e mítico locutor de La Voz de Arousa», capaz de movilizar a media Vilagarcía con sus programas y culpable de inocular en Carlos Blanco uno de los venenos que lo ha marcado para siempre: la radio.
El otro veneno fue el teatro y en ese caso la culpa fue de Eduardo Puceiro, que a principios de los 80 fundó en Vilagarcía el grupo Ítaca y cambió la vida de Carlos. Con otro actor vilagarciano, Manuel Millán, dirigidos por Puceiro, montan Historia do zoo de Edward Albee, una obra capital en la historia del teatro gallego por ser la primera vez que se trabajaba en Galicia con el registro naturalista de Stanislavski.
Envenenado de radio y teatro, Carlos Blanco comienza una carrera en el mundo del espectáculo que, según la Wikipedia, se sustancia en 17 películas, cuatro cortos, 18 series, infinidad de obras teatrales y programas de radio y ocho programas de televisión en los que ejerció de presentador. Aunque el hito que lo ha consagrado en cifras y en popularidad en Galicia ha sido el espectáculo Somos criminais, que llega al auditorio de Vilagarcía, por segunda vez, el próximo fin de semana en sesión triple. Humor que no deja indiferente, que sacude en espasmos de risa y en espasmos reflexivos, Galicia como inspiración y Xosé A. Touriñán y Carlos Blanco sobre el escenario analizando y dramatizando los crímenes autóctonos y su casuística.
Si Somos criminais, con sus sucesivos carteles de no quedan localidades y sus 30.000 entradas vendidas, ha consagrado definitivamente a Carlos en Galicia, su personaje de Oubiña en la serie Fariña lo ha consagrado en el resto de España, donde han descubierto, de pronto, que en Galicia hay actores, hay productoras y hay guionistas capaces de contar historias que atrapan. Aunque hay cosas que no acaban de entender fuera de Galicia, por ejemplo, el fino humor de Mariano Rajoy, que Carlos Blanco sí pilla: «Rajoy era fascinante, divertidísimo».
Carlos Blanco practica el humor con geada y la geada no es un rasgo fonético, sino una actitud: sin complejos, con retranca, sin normas, con frescura, sin artificios, con naturalidad. Es él, punto, el humorista que de su experiencia como chico Almodóvar en Volver recuerda que había langostinos en el cátering, volaba en business class y la madre de Penélope Cruz le pasaba sándwiches. Los detalles...
Carlos Blanco fue un niño feliz en Vilagarcía, un joven feliz en Santiago y va a cumplir 60 años siendo feliz en A Illa. Pero por encima de todo, vive en Galicia, un país que es una mina, un filón, un tesoro inagotable de inspiración para el humorista, para el columnista...