
Hay que poner orden en el paraíso restringiendo el tráfico e implantando zona azul en las playas
16 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.«A Illa de Arousa implantará este verano restricciones de tráfico para los no residentes, un bus lanzadera y la zona azul en Area de Secada». Ese era el titular de la noticia que desarrollaba en La Voz de Galicia la compañera Bea Costa. Se veía venir porque o se restringía el tráfico o A Illa moriría de bonita. Las restricciones no afectarán a los vecinos ni a los vehículos de reparto y permitirá respirar este verano en una isla en la que se estaban condensando todos los males de la turistificación depredadora.
A Illa de Arousa sigue manteniendo el encanto de los lugares inesperados. Su fama crece y se extiende fundamentalmente de boca en oído. En el imaginario del turista, no está grabada la experiencia de recorrer un puente kilométrico y acceder a un paraíso rodeado de agua por todas partes con playas de fotografía de viaje de novios, chiringuitos glamurosos estilo Maldivas, un puerto lleno de encanto marinero y un paseo marítimo donde la gastronomía se deja de zarandajas y vanguardias y ofrece producto, producto y producto. A Illa de Arousa es imbatible como destino y lo mejor o lo peor es que aún no ha alcanzado su techo: quedan millones de viajeros por descubrirla.
La primera vez que desembarqué en A Illa, quedé deslumbrado. Cada paso que daba crecía mi fascinación. ¿Pero quién escondía esta maravilla, por qué no me habían hablado antes de ella, cuál era la poderosa razón de que no saliera en los libros de viajes, en las guías, en los documentales, ni tan siquiera en el Nodo? Su carácter de destino ignoto era la gracia fundamental de aquella isla a la que solo se podía acceder en motora, donde no se podía tomar café porque los bares abrían a mediodía y donde se comía un pulpo delicioso que debía encargarse porque si no era por encargo, no había pulpo.
El pulpo A Illa ha disfrutado o sufrido de un ascenso en su popularidad parecido al de la tierra donde nació. Hace 40 años, el pulpo con patatas era una rareza que solo se tomaba en A Illa de Arousa y la propia isla era otra rareza desconocida. Hoy, los viajes del Imserso incluyen A Illa en sus programas nacionales de viajes culturales, lo cual es el síntoma definitivo de su popularidad, y en los restaurantes de media España, por no decir de España entera, no falta en la carta un pulpo con patatas, con parmentier de patatas o con patatas revolconas al que llaman pulpo á feira o pulpo a la gallega sin saber que ese pulpo delicioso es lo que en los 80 solo se comía en algunos bares de A Illa previa reserva telefónica unos días antes
Pasmado y embelesado tras navegar varias veces hasta A Illa y desvariando tras escuchar las historias de mis alumnas isleñas, que me explicaban costumbres ancestrales como aquella de meter a una niña siete veces en un horno para quitarle el mal de ojo, llegó mi primer verano en Arousa y preparé un viaje con una recua de hermanos, cuñados y sobrinos hasta A Illa de Arousa. Han pasado 43 años de aquello, pero quienes participaron en la experiencia Robinson Crusoe reconocen que fue el veraneo más alucinante de sus vidas, no lo han olvidado todavía y en las sobremesas de los cumpleaños, aún recordamos nuestro campamento bajo los eucaliptos, junto a la playa, las patatas guisadas con lapas que cogíamos de las rocas y las noches gritando a coro: «¡Abuelo Juan!» (así se llamaba el abuelo de mi mujer) cuando, ¡qué ignorantes éramos!, aparecían extrañas luces en la ría, se escuchaban comentarios de lancha a lancha y, al atronar nuestros gritos, los contrabandistas de tabaco, asustados, apagaban los focos y salían disparados en sus lanchas. Cómo imaginar que veinte voces gritando «¡Abuelo Juan!» en la madrugada eran solo un coro de gamberros y no una consigna de los guardacostas de Aduanas.
En aquel bosque de eucaliptos de O Carreirón, solo estábamos nosotros y una pareja que no salía de su tienda de campaña y en vez de gritar Abuelo Juan, jadeaba en estereofonía y no reprimía sus ayes espasmódicos. Lo dicho, un paraíso de amor y patatas con lapas o arroz con cangrejos que no olvidaremos jamás. Pero hoy, ya ven, donde acampaban 20 locos y una pareja, hay tal tumulto en verano que van poner zona azul y un autobús lanzadera a esa playa y a las de O Bao y Area Secada.
Todo comenzó con un puente que costó construir porque los políticos madrileños desconocían A Illa. Fue José Antonio Gago Lorenzo, siendo diputado de UCD quien trabajó el tema con ahínco. «La consecución del puente fue un logro que justifica mi carrera política», me contó una tarde de marzo de 1994. Lo llamaban el diputado puente. Los ministros huían de él hasta que Luis Ortiz, ministro de Obras Públicas en 1977 y en 1981-82, visitó A Illa un día de temporal, probó el pulpo, comprobó que allí vivían efectivamente 5.000 personas y dio el visto bueno a un puente que debía servir para que los isleños salieran al Continente, pero ahora resulta que es el Continente quien invade A Illa y hay que poner orden en el paraíso.