
Tras cinco generaciones de panaderos y reposteros, la pastelería Costa ampliará su historia en Internet
22 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Dicen que los pasteles nacen sin alma ni identidad y que es su creador el responsable de concedérsela. Pero si hablamos de cinco generaciones amasando, los pasteles de la familia Costa tienen que estar llenos de alma y personalidad. José López fue quien puso el germen, en 1885, de unas cuantas generaciones de panaderos y pasteleros en Cambados. Él es el bisabuelo de Pablo Costa, la cuarta generación al frente de la pastelería Costa, y, en consecuencia, el tatarabuelo de Iago Costa y sus dos hermanos, Melania y Pablo. Aunque en su día todos los descendientes de esta saga de pasteleros no dudaron en quedarse con el negocio, a los jóvenes de ahora le entran las dudas. O más bien, les llueven las ideas.
Pablo es el más pequeño de los Costa. Aún tiene 16 años y todavía no tiene su futuro decidido, «por ahora baja de vez en cuando al obrador, ayuda con los pasteles y también con algún recado», explica su padre. Melania es la mediana y se ha formado en etnología, y a Iago, el mayor, se le ha dado por la filología inglesa. «Aunque hemos estudiado otras cosas, estamos en la pastelería muchas veces: en vacaciones, Navidad... Y tampoco queremos que desaparezca el negocio familiar. Yo soy más de mostrador y Melania de amasar», dice Iago. Pero como toda historia hemos de comenzar por el principio, y para ello viajamos al pasado, a la panadería cambadesa Anita, abierta en el siglo XIX. Cuando los tatarabuelos de Iago fundaron el negocio, sus tres hijos se involucraron de lleno, pero a uno le picó el gusanillo del dulce. «Fue mi padre José Costa quien se marchó a Vigo a hacer un curso de hostelería y decidió, en 1961, abrir la pastelería», explica Pablo, su hijo. Así, durante varios años la panadería y la pastelería de la familia funcionaban a la vez, «hasta que el relevo generacional me tocó a mí y me quedé en la pastelería. Llevo aquí desde 1982», explica mientras prepara el azúcar glass.
Pablo tiene hoy 54 años, aún le queda tiempo para que le llegue la jubilación, pero el posible cierre de la pastelería más antigua de Cambados le ronda por la cabeza. «Yo entiendo que mis hijos han estudiado y que quieran trabajar de lo suyo, pero me daría mucha pena ver que esto cierra. Aunque sé que ya tiene proyectos en la cabeza», confiesa mientras dirige la mirada hacía el mayor de los tres hermanos.
Nuevos modelos de negocio
De entre la amplia variedad de pasteles de los Costa, Iago destaca tres: las holandesas, los almendrados y la tarta de almendra. Nos da la prueba porque son los más típicos y también los más especiales. «Ya alguna vez hablé con mi primo de montar algo en Londres, aprovechando que yo sé hablar inglés, la idea sería crear algo con las delicatesen cambadesas», explica. Pero esto no se queda en una simple idea. Aunque necesitan tiempo para madurar el proyecto, las futuras generaciones ya hacen sus cábalas. La venta por Internet también es otra de las opciones que no descartan los pequeños de los Costa. «Las holandesas, los almendrados y la tarta de almendra son secos, aguantan bien varios días. Entonces, lo que hicimos fue cortar la tarta de almendra y meterla en diferentes bolsas de plástico. Así, íbamos abriendo y probando cada trozo en días alternos para ver cuánto aguantaría en caso de tener que enviarlas», explica.
Aunque no hay una fecha de salida para poner en marcha una web u otra iniciativa similar, sin duda son ideas que surgen con la esperanza de mantener con vida la pastelería familiar, adaptándola a los tiempos que corren y a las vidas de cada uno de sus descendientes. «El negocio familiar siempre da seguridad y estabilidad porque si no llego a encontrar nada de lo mio aquí lo tengo, pero ahora la idea es seguir ayudando como hacemos todos y después adaptarlo a las vidas que cada uno de nosotros tenga».
Con todo, por mucho que se pueda llegar a modernizar la distribución de los pasteles Costa, lo que no va a cambiar es su elaboración. En su obrador todo es tradicional, no hay ni un solo robot de cocina y hasta siguen empleando como báscula la que utilizaba su bisabuelo José en la panadería Anita, «que tiene cien años y pesa mejor que ninguna». Además, los ingredientes «los de siempre. Nada de colorantes ni estabilizantes. Harina, azúcar, mantequilla y vainilla», y cómo no, el alma que cada uno de los Costa le ponen a cada dulce que elaboran.