Una década después de que los «tabeiróns das finanzas» cerrasen una empresa puntera y «que daba cartos», las naves de Catoira se han convertido en un monumento a la crisis industrial
19 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando sale a pasear, Indalecio González procura que sus pasos no lo lleven demasiado cerca de las viejas naves de Cedonosa. «É moita a pena que se sinte», dice. Indalecio no es el único vecino de Catoira que evita acercarse por ese punto de la pequeña localidad arousana. De los ochenta y tantos trabajadores que estaban en activo cuando la factoría de gres echó el candado, buena parte de ellos esquivan la fábrica de sus recuerdos siempre que pueden. Y cuando no les queda otro camino, evitan mirar demasiado unas naves devastadas por el abandono, la inactividad, el pillaje. De no hacerlo, dicen, corren el peligro de que los recuerdos los arrollen. Así lo confiesa Ramón Conde, el hombre que hace diez años lideró la resistencia de los trabajadores de Cedonosa al cierre de una planta que «daba beneficios todos os meses», pero que no fue capaz de sobrevivir en un mar infestado de «tabeiróns das finanzas».
Estamos en 2009. Los trabajadores llevaban ya largos meses de lucha para defender no solo sus puestos de trabajo, sino el mantenimiento de uno de los buques insignia de la industria en la orilla sur de la ría de Arousa. Durante su batalla para mantener viva a Cerámicas Domínguez del Noroeste S.A., Cedonosa, Ramón Conde repitió mil veces que la muerte de la fábrica significaría, también, la muerte de Catoira. Y algo de razón llevaba. «En Catoira había polo menos seis bancos; agora hai dous. Había xente, había movemento nos comercios, nos restaurantes... Iso acabouse todo», cuenta el presidente del comité de empresa, agitando manos y cabeza. Como si aún no hubiese sido capaz de resignarse de todo al final elegido por la historia para Cedonosa, una empresa en la que trabajaban «pais, fillos, irmáns, matrimonios». En la que la plantilla estaba «completamente implicada en todos os procesos», asumiendo como personales los retos de la firma.
Esa comunión entre trabajadores y empresa puede explicar por qué Cedonosa llegó a ser lo que fue. La fábrica se inauguró en los años cuarenta, cuando Eloy Domínguez Veiga, un empresario natural de A Guarda, decidió replicar aquí, en Galicia, los negocios cerámicos que ya tenía en Levante. Durante décadas enteras, la firma fue creciendo, evolucionando y cosechando éxitos. Uno de los mayores fue Ferrogrés, un producto que se elaboraba a base de arcilla de gran calidad trabajada como solo en Catoira sabían hacerlo. El material resultante, apto para afrontar los rigores de todo tipo de climas, se convirtió en una bandera que se fue izando en Europa, Australia, Estados Unidos, Japón o China, tras haber conquistado el mercado español.
El Ferrogrés «era un produto moi bo, de moi alta calidade, e que se obtiña a moi bo prezo», cuenta Ramón Conde, que se jacta de que «aínda hoxe non hai quen o poida facer igual que o que facíamos nós». «Moita xente, cando está pensando en facer reformas na casa, pide material ‘do tipo do Ferrogres’», y eso sigue provocando en los antiguos trabajadores de Cedonosa cierto orgullo. Y cierto dolor, también, porque están convencidos de que el cierre de la empresa pudo haberse evitado. «Había empresarios interesados en coller esta fábrica», repiten, deseosos de poder reescribir el final de una historia que comenzó a torcerse cuando los propietarios de la firma decidieron hacer una gran inversión en una nueva fábrica en Teruel.
Aquella operación, sumada a la crisis, puso a Cedonosa en la picota. Y con ella, a trabajadoras como María Dolores, que llevaba desde que era «unha rapaciña» trabajando en la fábrica. «Fun un venres, e o encargado preguntoume se quería traballar. Díxenlle que si, e o luns xa empecei», recuerda ella, a las puertas de la vieja nave. Cuando mira a su alrededor, parece estar reviviendo otros tiempos. Como si viese las explanadas llenas de camiones, como si escuchase aún el jaleo de la plantilla cuando por fin conseguían formular el color que estaban buscando para las losas de gres. Un material que luce, por ejemplo, en las escaleras de entrada del nuevo concello de Catoira, que apenas lleva unos años inaugurado. ¿Cómo es posible, si la fábrica cerró en 2009? «Moita xente, cando se soubo que pechaba, comprou materiais. O Ferrogres era un material que tiña moito encanto, que ata coa choiva parecía que se poñía máis bonito», explica el expresidente del comité de empresa.
Conde, como el resto de la plantilla de Cedonosa, tuvo que rehacer su vida. «Hai outras empresas que pechan e ti pensas, en fin, mentres me dean o meu... Pero neste caso non. Isto era moito máis que unha empresa, era unha familia». Pero de esa clase de sentimientos no entendían quienes fueron enviados a Catoira a liquidar la fábrica de gres. Los trabajadores lucharon contra aquellos hombres grises con todas sus fuerzas. Primero, contra un ERE depredador que no logró convencer ni a la Xunta. Luego, contra una amenaza de cierre que se consumó el 6 de marzo de 2009. Días antes, Conde había retratado a cada uno de sus compañeros en su puesto. «Só puiden mirar esas fotos unha vez», dice. Y se traga unas lágrimas.